¿Nos hemos quedado sin Misa?
Nuestro cuerpo está en confinamiento, pero nuestro corazón y nuestra alma es libre, y nada la puede mantener atada ni distanciada: puede elevarse y unirse a Jesús.
«¡Gracias por venir a mí, Jesús, te he extrañado tanto, no puedo vivir sin ti!» Exclamó la mujer piadosa entre lágrimas y sollozos cuando me vio acercarme a la puerta de su casa con la custodia que llevaba a Jesús Sacramentado el Viernes de Dolores.
Sin la Misa no podemos vivir
Ella, como muchos de ustedes, lleva en su alma un dolor profundo: desde que empezó la cuarentena no ha podido recibir la comunión sacramental, no ha podido visitar a Jesús sacramentado en el sagrario ni estar presente físicamente en el santo sacrificio de la misa. Este dolor puede ser tan profundo y hondo que algunos nos han llegado a decir con verdad: «padre, nos damos cuenta de que sin la Misa no podemos vivir.»
Esta es la fe de nuestro pueblo amado de Dios que ahora piensa y siente, no en los términos de las obligaciones, sino en los términos del amor de Dios. Ciertamente sin la Misa no podemos vivir porque la Misa sostiene el mundo. El sacrificio redentor de Cristo, que se ofrece en cada Eucaristía, mantiene nuestras vidas y las eleva a Dios, es el principio, la fuente, el fin y la firmeza de nuestra vida cristiana.
La Misa no se ha acabado
Sin embargo, debemos consolarnos con algo: la Misa ciertamente se sigue celebrando, aunque no podamos participar físicamente de ella. No es verdad que la Misa se ha acabado. Primero se acaba el mundo antes que la Misa. Que lo sepan los infiernos por si tienen dudas: ¡La Misa sigue y seguirá hasta el fin del mundo!
Participación espiritual
Pero, lo que es verdad es que en medio de esta circunstancia el Señor nos pide un aumento de fe que nos hace descubrir nuevamente que la participación física del Sacramento no es la única posible. Nunca ha sido la única participación posible. La Iglesia ha reconocido siempre que es posible para todos sus fieles “unirse espiritualmente” a la celebración de la misa en cualquier momento y en cualquier lugar.
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Así, por ejemplo, el rezo de la Liturgia de las Horas, en la celebración de Laudes o Vísperas, o también en los otros oficios, nos une espiritualmente al único sacrificio de Cristo ofrecido en la misa y a su oración sacerdotal. El rezo del Santo Rosario nos lleva a contemplar místicamente los misterios que en la Misa celebramos y nos une a ellos.
Participación mística
Además de estos ejemplos quiero ponerles 3 ejemplos más en los que los santos nos han enseñado a unirnos espiritualmente a la Misa, siempre y en cualquier lugar, con una participación que ciertamente no es sacramental, pero siendo mística goza de frutos inestimables.
Virgen de Fátima
El Ángel de la Paz según narra sor Lucía de Fátima en sus memorias les enseñó a los pastorcitos a hacer actos de adoración y de reparación a la Santísima Trinidad. Enseñándoles a postrarse les hizo aprender una oración que además de ser bellísima tiene muchos secretos. Uno de ellos es que les enseñó a adorar a la Santísima Trinidad ofreciéndole el Cuerpo y la Sangre de Cristo presente en todos los sagrarios de la tierra en reparación por todos los pecados.
Detengámonos un poco en esto. Fíjense bien: les enseñó a ofrecer el cuerpo y la Sangre de Cristo a la santísima Trinidad. ¡Esto es lo que hacemos en la Misa! Así, les enseñó a unirse a la gran Expiación Eucarística a través de una súplica humilde y constante que podían rezar en cualquier momento de su día, sin estar participando físicamente de la Misa.
Pero, todavía más, les dijo que ofreciera el Sacramento presente en cada sagrario de la tierra. «¡Pero, Padre ellos no estaban presentes físicamente en esos sagrarios!» ¡Justo, ese es el secreto! Te respondo. El ángel, les enseñó un «secreto de ángeles» pues ellos no están sometidos a los espacios como nosotros. Les enseñó que en espíritu y en verdad, aunque no pudieran estar físicamente en aquellos sagrarios podían visitarlos místicamente y no sólo adorar a Jesús sino ofrecerlo al Padre. Es decir, les enseñó a participar místicamente de la Acción Eucarística.
Santa Faustina
La misma participación mística de la Eucaristía tan real y verdadera como la que hemos dicho, la encontramos en la enseñanza de Jesús, Nuestro Señor, a Santa Faustina Kowalska, particularmente en la coronilla que rezamos devotamente. La coronilla, no sólo constituye una magnifica devoción, sino que al unirnos espiritualmente al gran ofrecimiento que Jesús hace de si mismo a su Padre, por el que se derrama la Divina Misericordia en el mundo a la Santa Misa, nos enseña algo más: que en el alma de nuestra oración existe siempre un camino místico para unirnos al altar.
Santa Gertrudis
Y qué decir de Santa Gertrudis que sin ningún reparo exclamaba: «Padre eterno, yo te ofrezco la preciosísima sangre de tu Divino Hijo Jesús, en unión con las Misas celebradas hoy día a través del mundo». Así, no sólo se unía espiritualmente a una Misa sino a todas las Misas ofrecidas en el mundo, al sacrificio de Jesús para suplicar por las ánimas del Purgatorio y por la conversión de los pecadores.
Participación Espiritual no virtual
Así pues, mis hermanos, qué bueno que tenemos el acceso a las transmisiones en vivo de múltiples Misas en el mundo. Pero nuestra participación en la Misa a través de estas transmisiones no es semejante al modo en el que uno puede unirse a un espectáculo en vivo. No es así. No es virtual, es real. El alma del creyente que lo ha experimentado no lo siente así. Los ejemplos de los santos nos enseñan que no es así.
Ahora, descubrimos que la transmisión en vivo es un medio por el que podemos unirnos místicamente con mayor facilidad al sacrificio de Jesús celebrado en tantas misas y en cada misa y participar espiritualmente de Él, de su acción y de sus frutos.
Este es nuestro consuelo mientras pasa la pandemia y vivimos en cuarentena. Nuestro cuerpo está en confinamiento, pero nuestro corazón y nuestra alma es libre, y nada la puede mantener atada ni distanciada: puede elevarse y levantarse, volar e ir lejos, de un sagrario a otro, de una misa a otra, uniéndose a Jesús y a su sacrificio redentor, adorando al Padre en espíritu y en verdad, siempre y en todo lugar.
Oración de Fátima
«Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.»
Oración de Santa Gertrudis
Padre eterno, yo te ofrezco la preciosísima sangre de tu Divino Hijo Jesús, en unión con las misas celebradas hoy día a través del mundo por todas las benditas animas del purgatorio por todos los pecadores del mundo. Por los pecadores en la iglesia universal, por aquellos en propia casa y dentro de mi familia. amen.