Los malos ejemplos
No sabiendo nada y no haciendo nada alguien puede ganar 200 mil pesos mensuales, ¿para qué perder el tiempo, para qué perder la vida quemándose las pestañas?
La mujer ganaba limpiamente, como se dice, la cantidad de 200 mil pesos al mes. Sin embargo, la expresión limpiamente aquí no significa “libres de polvo y paja”, sino “sin mancharse un dedo”. Nada hacía para ganárselos. A veces se la veía en la oficina emprendiendo ágiles caminatas por entre los escritorios de sus subordinados, aunque lo más común era que no se la viera por ahí.
Una vez fui a buscarla porque necesitaba darle unos documentos, y he aquí lo que sucedió:
-“Perdone, estoy buscando a la señora M”, dije a su secretaria.
-“Está en una reunión”.
-“¡Otra reunión! Perdóneme el espanto, pero es que ayer me dijo usted lo mismo”.
-“Es que la licenciada es una mujer muy importante. Siempre tiene reuniones”.
-“Si me dijera usted en qué punto de la ciudad está teniendo lugar esta junta, yo podría ir a buscarla”.
-“No puedo decírselo”.
La cuestión era que la señora M no se hallaba donde debía haberse hallado.
-“Bueno, volveré mañana”, dije.
Y ella: “Que tenga suerte”.
¿Que tenga suerte? ¿Qué significaban estas palabras? Concluí que lo que la señorita había querido decir es que encontrar a los funcionarios públicos donde deben estar es, al menos en México, una afortunada casualidad”.
Y recordé lo que le había pasado a un conocido cuando, dos o tres meses atrás, vino a esta oficina a hacer lo mismo que yo. Él llegó a las cuatro de la tarde. Pasó más de diez minutos tocando el timbre, cuando se asomó un uniformado: “¿Qué se le ofrece?”, preguntó.
-“Vengo a entregar unos papeles que…”.
-“Ya cerraron”.
-“¡Cómo! ¿Quiere decir que por las tardes no trabajan?”.
-“No, no se confunda: cuando no trabajan es por la mañana. Por la tarde ya no vienen”.
Como ya estaba yo muy entrado en estos pensamientos, me vino a la memoria la vez en que la señora M afirmó que Simone de Beauvoir era “el filósofo más conspicuo del siglo”. Por un lado, Simone de Beauvoir no fue filósofo, sino filósofa; por el otro, ¿cómo llegan a semejantes alturas estos ignorantes?”.
En 1996, Adolfo Castañón escribió un artículo titulado Algunas ideas para apoyar al libro, y en él decía lo siguiente:
“En México, la gente suele leer sólo para estudiar. Tal vez una manera de promover la lectura sería que al menos una parte de la población tuviese que leer durante buena parte de su vida. Me refiero, por ejemplo, a los servidores públicos que acceden a sus puestos, en no pocas ocasiones, por veleidad digital (léase dedazo) o predestinación tribal (léase nepotismo) y no a través de un concurso explícito de oposición… Habría que revisar las condiciones requeridas para los cargos de elección popular, e instrumentar un examen que compruebe en el candidato un mínimo de conocimientos escolares y de cultura general: por ejemplo, de ortografía, historia y cultura nacional”.
¡Yo me uno a la propuesta! Creo que la culpa de tanta indolencia, apatía y mediocridad de nuestros jóvenes escolares habría que buscarla en personas como la señora M. Pues si no sabiendo nada y no haciendo nada puede ganar 200 mil pesos mensuales, ¿para qué perder el tiempo, para qué perder la vida quemándose las pestañas? ¡Respóndame usted!
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