#LadyTresPesos, algunas claves para reflexionar
Desde la ira que tenemos en nuestras entrañas, demandamos castigo y no reconciliación, nos sumergimos y continuamos una espiral de violencia.
Con cierta regularidad aparecen en nuestras redes sociales historias, capturadas con dispositivos móviles, que nos presentan un hombre o una mujer en un acto iracundo, es decir, víctimas de la ira protagonizando un acto violento. Estas personas reciben la etiqueta de #Lady o de #Lord.
En estos últimos días fuimos testigos de #LadyTresPesos, por ejemplo. Lo que vimos es lamentable. No había manera de nos sentir nuestras entrañas retorcerse de indignación e ira.
La ira es una respuesta cerebral que surge cuando creemos sentirnos amenazados, es decir, cuando algo que valoramos, como seguridad, imagen, autoestima, familia, respeto etc. es puesto en riesgo.
Cuando somos víctimas de la ira, sufrimos una alteración cognoscitiva y tenemos una percepción distorsionada de la realidad. Percibimos a los otros como agresores y perdemos el control de lo que decimos y hacemos. Exponemos una de las peores caras de nosotros mismos.
Perder el control por la ira, no nos exime de la responsabilidad ante la violencia que ejercemos en contra de lo demás. Somos responsable de nuestros actos malos.
A los pocos días de mirar el vídeo de esta mujer, leí que la empresa inmobiliaria para la que trabajaba anunciaba con gran elocuencia, el despido de esta mujer. También leí los comentarios, en su mayoría de celebración ante tal decisión. Esto me provocó una gran incomodidad y el deseo de escribir estas letras.
Ya he dicho que nada nos exime de la responsabilidad de nuestros actos, sobre todo adquirimos una responsabilidad ante quienes lastimamos. Pero tampoco un solo acto nos define, ni nos cancela.
Todo acusado tiene derecho a un juicio, que no tiene como objeto ajusticiarlo o eximirlo de su culpa, sino hacerle reconocer el impacto de sus actos, su responsabilidad ante ellos y su obligación de resarcir el mal que provocó, y de manera importante, invitarle a la conversión, es decir, ajustar lo que se desajustó, establecer la justicia.
Aplaudir la sentencia y la ejecución de la acusada de parte de sus patrones, sin conocer el proceso y contenido del juicio, nos hace participar de otro tipo de violencia. Desde la ira que tenemos en nuestras entrañas, demandamos castigo y no reconciliación, nos sumergimos y continuamos una espiral de violencia que generará más violencia, más injusticia.
Los cristianos creemos que siempre, por y en Cristo, tenemos la posibilidad de la redención. No se trata de no exigir justicia, ese es un derecho de quienes han sido víctimas, y requisito para establecer la paz; se trata de no ajusticiar, es decir, de conformarnos con violentar al violento movidos por la ira que nos provocó.
La ira puede llevarnos a la violencia o puede llevarnos a la indignación. La ira es un pecado capital y su contrario es la virtud de la templanza. De violencia brotará más violencia, de la indignación puede brotar el deseo de justicia, que será realizable con mesura, con sensatez, con control, es decir, con la virtud de la templanza.
Los cristianos en la red estamos llamados a detenernos, a apostar por construir y ajustar, a creer que hay más de la persona que lo que nos muestra un solo acto. Nuestra calidad moral la determinará nuestra respuesta.
Despejemos a las redes sociales del enfermo y peligroso deseo de ser juez y verdugo, eso no construirá la paz.
*El padre Hernán Quezada SJ es médico, jesuita, sacerdote y moralista en red y asistente de la Formación de los Jesuitas en México. @hernan_quezada
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