La realidad

Que hay pobrezas en nuestro país, es un dato que aún las estadísticas oficiales confirman. Sólo los egoístas, los encerrados en sus cristales de poder, los comodinos que no quieren perder sus privilegios, son los que se obstinan en desconocer esta realidad.

Que la mayoría de los campesinos e indígenas sufren graves carencias, lo palpamos quienes convivimos con ellos. Que la pobreza tiene rostro de mujer, es innegable. Que en los barrios suburbanos es más lacerante es un dato comprobado. Las migraciones, internas y externas, con todos los peligros que las acompañan, son una demostración de pobrezas insoportables.

Hay niños que mueren prematuramente y ancianos postrados en el abandono, por falta de recursos para medicinas y alimentos. Hay jóvenes sin oportunidad de trabajar, no por flojos, sino porque no hay para ellos fuentes de trabajo. Muchos son enganchados por el crimen organizado, porque no les queda otra alternativa.

Sin embargo, tampoco se puede negar que el país ha avanzado. Ya no es la misma pobreza que hace años. Hay escuelas, clínicas, carreteras, agua entubada, luz eléctrica, universidades y muchos otros servicios al alcance de las mayorías. Muchos más mexicanos que antes disfrutan de televisión a color, internet y celulares, así como electrodomésticos. Claro que, si se compara el nivel de vida de quienes viven, por ejemplo, en Santa Fe, de la Ciudad de México, o en fraccionamientos exclusivos, con los pobres de Chiapas y de Oaxaca, éstos siempre estarán en un abismo de diferencia.

Qué pensar 

El nuevo gobierno que inicia su servicio ofreció combatir la pobreza y ha propuesto diversas alternativas y programas. Esperamos que las lleve a cabo, pues anteriores sexenios ofrecieron lo mismo y no se lograron las metas anunciadas.

Es fácil, y a veces demagógico, ofrecer soluciones no siempre fáciles de cumplir. Hay que tomar en cuenta que la pobreza tiene muchas raíces, que no dependen todas de un gobierno. Dependemos de un sistema económico global que, para subsistir, genera pobres. Las grandes ganancias de unos se obtienen a base de salarios raquíticos, y aún de miseria, de muchos subalternos. Y cambiar todo este sistema, no depende de las buenas intenciones de un gobierno nacional. Bajar los precios de las gasolinas, de la luz y del gas, no se logra por decreto presidencial, sino que depende de procesos globales de la economía. Producir más alimentos para lograr la autosuficiencia, es un ideal que no toma en cuenta los sistemas globalizados de producción.

Por otra parte, no es fácil combatir la pobreza de las mayorías, sin crear dependencias malsanas y sin generar vagos y atenidos, que sólo tienden la mano para recibir programas asistenciales, que luego malgastan en alcohol y en comida chatarra.

Leer: ¿Qué podemos hacer por los pobres? 

Destinar sumas considerables del erario público para abatir la pobreza, que luego se quedan en la enorme burocracia, hace que llegue muy poco a los pobres. Educar para el trabajo, generar fuentes de empleo, dar despensas o becas, y al mismo tiempo exigir trabajos comunitarios, sería lo ideal.

Yo procedo de una familia campesina, con siete hermanos. Sufrimos limitaciones, no miseria ni hambre, porque nuestros padres nos enseñaron a trabajar, nunca a robar, ni a depender del gobierno. Trabajar, aunque sea en cosas muy sencillas, es fuente de dignidad y de superación. Y esto no depende sólo del gobierno; es tarea de todos, empezando por tener familias bien integradas, para que no haya hijos abandonados en las calles, a merced de los delincuentes.
 
Qué hacer 

Alentamos al nuevo gobierno en sus buenos propósitos, pero asumamos cada quien nuestra responsabilidad. Nuestra Iglesia tiene muchos programas sociales en su pastoral ordinaria, para atender enfermos y ancianos, para entregar despensas a los pobres, para ayudar a los migrantes, para cuidar niños huérfanos, para rehabilitar alcohólicos y drogadictos, y esto sin grandes presupuestos ni burocracia.

Podemos sumarnos, sin proselitismos ni cooptaciones o dependencias nocivas. A todos nos importa México, en especial sus pobres.

Es obispo Emérito de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, comunidad a la que sirvió de 2000 a 2017. Fue nombrado Obispo en 1991 por Juan Pablo II y destinado a la Diócesis de Tapachula, donde estuvo nueve años. Durante su vida episcopal en activo sirvió en comunidades campesinas, mineras, indígenas y urbanas. Ahora brinda asesoría espiritual a los fieles. Es autor de más de 30 libros.

Esta columna forma parte de la edición 10 respuestas que México necesita donde también participan Norma RomeroMargarita ZavalaPedro KumamotoMartí BatresJuan Pablo CastañónJavier SiciliaMario Romo, el Padre Mario Ángel Flores, y el Cardenal Carlos Aguiar Retes.

Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión, y no necesariamente representa el punto de vista de Desde la fe. 

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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