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Columna invitada

La nueva humanidad

Veremos si en el tercer milenio, esta nueva humanidad, pagada de sí misma, logra avanzar solamente con su ciencia o si vuelve a dialogar con Dios…

5 mayo, 2020
La nueva humanidad
Roberto O'Farrill.

Una añeja creencia popular que afirmaba que ni el mundo ni la humanidad llegarían al año dos mil, sustentada en suposiciones escatológicas de ligera religiosidad, a los albores del siglo XXI se le sumaron unos cientificistas que propagaron la suposición de que a las 00:00 horas del 31 de diciembre del año 1999 se colapsarían los sistemas electrónicos de comunicación y de navegación por un supuesto error de software al que se le llamó Y2K por sus siglas (Y = year o año, 2 = dos y K = kilo o mil).

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Hubo tal incertidumbre y alarma que se evitó viajar en torno a esas horas por temor a que aviones y embarcaciones pudiesen perder su ruta y colapsar; pero nada ocurrió más allá de que el segundero de los relojes pasó de 00 a 01. Lo que sí sucedió es que aquel tránsito del año 1999 al 2000, y del 2000 al 2001, marcó los finales del siglo XX y los inicios del tercer milenio.

El movimiento del calendario no cambiaría en nada a la humanidad; eso se pensó, pero ahora, veinte años después, vemos que sí ha habido cambios, y de gran envergadura, más allá de que quienes nacieron en aquellos años, ahora son adultos; los adolescentes de entonces, ahora conducen la economía, dirigen empresas y hasta naciones; y los adultos de aquel tiempo, o ya no ejercen influencia, o ya dejaron este mundo. La humanidad ha cambiado, sí, de facto, pero Dios es inmutable; y uno de los cambios que ha caracterizado a la generación del siglo XXI es que no quiere dialogar con Dios, aunque Dios tiene mucho que decirle a esta nueva humanidad.

El cristianismo ha cumplido ya 20 siglos de convivir con el Dios de Jesucristo, un tiempo extenso en el que a lo largo de la Edad Antigua, entre los siglos I y XVI, la Palabra de Dios salió del judaísmo oriental para dialogar con los filósofos griegos definiendo la racionalidad organizada, y con los juristas latinos para definir la cultura social de Occidente en la racionalización del Derecho y la política; un largo tiempo en el que durante la Edad Moderna, entre los siglos XVII y XX, la Palabra dialogó con la razón y con el pensamiento ilustrado que pretendió relegarla queriendo restablecer antiguas filosofías para “superar” la verdad absoluta, que es Dios, mediante argumentaciones sustentadas en una divinización de la razón crítica, histórica, filosófica y científica pretenciosa de una capacidad de juzgar, interpretar y explicar todo desde la razón, al margen de Dios. No obstante, Dios también dialogó con estos ilustrados aceptando sus métodos críticos, y ellos, por su parte, demostraron que su diálogo apasionado contra lo divino, no pudo prescindir de Dios.

Llegada al siglo XXI, en la llamada Nueva Era, la humanidad hoy se encuentra atrapada en una encrucijada que no ha podido resolver. Sin saber desprenderse de sus raíces cristianas, que la identifican en sus valores morales, ni del pensamiento racional iluminista, que la endiosó, en esta encrucijada la nueva humanidad se mueve en dos dimensiones que la confrontan consigo misma: por una parte, un movimiento de negación en el que muchos piensan que la actualidad consiste en una tercera etapa de la historia humana en la que ya no tienen valor ni la religión ni la razón, sino solamente la ciencia; y por otra parte, una corriente de afirmación, que se manifiesta en contra del movimiento de negación, sosteniendo que la Fe es lo único que le dará sentido a esta humanidad pretenciosa de ser como Dios, pero sin Dios.

En sus variados intentos por desentenderse, tanto de lo divino como de lo racional, la nueva humanidad presenta formas violentas de manifestación, como queriendo sacudirse de toda expresión de lo sagrado, como pretendiendo desafanarse de lo razonable. En sus expresiones, lo grotesco suplanta a lo sublime; lo feo, a lo bello; la mentira, a la verdad; la muerte, a la vida. Pero allí está también la fuerza del Estado, que en su obligación de mantener el orden social, despojado de normas morales no encuentra otro sustento fuera de un poder autoritario, represivo, que pasa por sobre la razón, por encima de la moral.

A esta encrucijada se le ha sumado un enemigo invisible que, en forma de virus, se ha constituido en una amenaza de sobrevivencia a la que ni las leyes, ni la ciencia, ni la política, ni las armas han tenido hasta ahora la mínima capacidad de fijarle límites. Veremos si en el tercer milenio, esta nueva humanidad, pagada de sí misma, logra avanzar solamente con su ciencia o si vuelve a dialogar con Dios…

Artículo publicado originalmente en Ver y Creer