La Catedral, santuario máximo de Dios
La catedral no puede albergar sino la paz, ese don de las almas que han sabido equilibrar la vida pasajera, con la esperanza de una vida sin límite.
Amables lectores, en esta ocasión quiero compartir con ustedes lo que dice la introducción del extraordinario libro La Catedral de México, que escribió el historiador de arte Don Manuel Toussaint, y así apreciar el arte y su discurso que en ella se encuentran.
“Señor, he amado la hermosura de tu casa y el lugar donde reside tu gloria”. (Salmo XXV).
Las catedrales imponen el sentimiento de la confianza, de la seguridad, de la paz; ¿cómo? Por su armonía. Así se expresa uno de los más grandes artistas de nuestra época: Rodin.
Sus palabras sugieren un mundo de ideas sobre estas grandes creaciones. La catedral y la confianza. La confianza surge de un monumento que nos acoge con la más amplia de las benevolencias, que nos brinda en sus naves anchurosas la tranquilidad, el reposo, el bienestar que sólo pueden conseguirse cuando las obras humanas han logrado equipararse a las grandes obras de Dios.
La seguridad nos tranquiliza por la fuerza que esos edificios implican en su construcción titánica, que nos parece obra de siglos, que nos imaginamos producto de esfuerzos de gigantes. El poder destructor de los años, sumándose a la furia que a veces enloquece a los hombres, no han podido derribar estas enormes construcciones del esfuerzo humano; por eso nos sugieren seguridad absoluta.
Encontramos en la catedral la expresión máxima de la paz porque el magno monumento se abre para recibirnos siempre con un espíritu de bondad, de misericordia hacia nuestras flaquezas, de reconciliación con los principios del bien.
La catedral, santuario máximo de Dios, no puede albergar sino la paz. La paz, ese don de las almas privilegiadas que han sabido equilibrar en sí mismas la vida externa, mundanal y pasajera, con la esperanza de una vida sin límite, sin asechanzas, sin dolores.
Dice Rodin que estas ideas surgen por la armonía. Es que la armonía es el principio fundamental de toda arquitectura, así sea en las obras más arcaicas y primitivas, como en las más modernas y audaces. La armonía debe imperar como ley en todo monumento arquitectónico digno de ser así llamado.
La armonía de la catedral se encuentra en su plano sobriamente trazado, en forma de cruz inscrita en un rectángulo y limitado por capillas en la periferia. Las dos grandes torres son como atalayas que vigilan los contornos del edificio. La nave central parece destinada a los escogidos.
En las naves procesionales los fieles se acurrucan en muchedumbre. El altar de los Reyes preserva un sitio al gobernante que debe representar a Dios en la tierra. El crucero sirve de desahogo al interior y, en el centro, la cúpula vuela como una imagen anticipada de la gloria eterna.
Tal es en esquema la estructura de una catedral. El equilibrio entre las partes y el todo, el “engace” que llamaban los viejos arquitectos; la armonía entre esas mismas partes, sostenida por las sabias proporciones, produce ese sentimiento de reposo espiritual que hace del monumento la creación más intensa y más fecunda de toda la arquitectura eclesiástica.
*María del Socorro Sentíes Corona es guía turística de la Catedral de México.
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