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¿Familias felices?

29 junio, 2021
Parecía una familia feliz, común, con tres hijos y un futuro por delante. Decidieron mudarse al extranjero para buscar nuevas oportunidades de trabajo. Apenas había pasado un mes cuando sus amistades en México recibieron la trágica noticia: él le quitó la vida a su esposa, e intentó hacer lo mismo a uno de sus hijos. La violencia doméstica es un problema frecuente y agravado por la pandemia; solamente durante el mes de abril en México el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública registró 23,386 casos, cifra alarmante, pero que apenas refleja la realidad de quienes se han atrevido a hacer una denuncia. La violencia es una forma de poder y control mediante el uso de la fuerza; lo cierto es que existe en muchos hogares en los que una o más personas la sufren en silencio sin encontrar la manera de librarse del abuso al que son sometidas. No se trata sólo de la violencia física que lastima el cuerpo, o la económica por las necesidades materiales, también es la violencia psicológica que a través de chantajes, amenazas, humillaciones y sarcasmos hieren el corazón y doblegan la voluntad y la autoestima del violentado, hasta el extremo en algunos casos, de sentirse merecedor del maltrato. El agresor consigue su objetivo mediante el miedo, que es la fuerza que le proporciona el poder, y abusa de las personas más vulnerables y en situación de desigualdad como pueden ser los ancianos, los niños, los discapacitados o las mujeres. Debido a las circunstancias que vivimos, en el último año la violencia en las familias ha tenido un incremento del 64%, pero cada número registrado es una persona: una hija o hijo, una esposa, un abuelo o abuela que tiene un nombre, un rostro que expresa su sufrimiento y un corazón herido por el abuso de quien debiera amarlo y procurar su bien. Paradójicamente muchas de las víctimas, al paso del tiempo, se convierten también en victimarios y el ciclo de la violencia se repite en los hogares y se expande en la sociedad: “la violencia que se vive en las calles inició en una casa”. Es mucho lo que tenemos que trabajar para erradicar este cáncer que penetra silencioso, y comienza a manifestarse con gritos, insultos, o arrebatos injustificados a los que se les resta importancia, pero pueden convertirse en el inicio de una escalada sin fin: violencia genera violencia. En su mensaje para la 50 jornada mundial de la paz, el Papa Francisco nos dice: “Si el origen del que brota la violencia está en el corazón de los hombres, entonces es fundamental recorrer el sendero de la no violencia en primer lugar en el seno de la familia”.  Si hay signos de violencia en casa, es importante buscar a tiempo la ayuda profesional adecuada, no importa si tu papel es el de víctima o victimario. El reconocimiento de un problema es el primer paso para sanar y tomar las mejores decisiones para el bienestar de la familia. “La familia es el espacio indispensable en el que los cónyuges, padres e hijos, hermanos y hermanas aprenden a comunicarse y a cuidarse unos a otros de modo desinteresado, y donde los desacuerdos o incluso los conflictos deben ser superados no con la fuerza, sino con el diálogo, el respeto, la búsqueda del bien del otro, la misericordia y el perdón. Desde el seno de la familia, la alegría se propaga al mundo y se irradia a toda la sociedad” (Amoris Laetitia). Con la Gracia y la ayuda necesaria, se puede lograr salir adelante de lo que pareciera irremediable. Aquí el testimonio de Lola, con 27 años de matrimonio: “Cuando el sacerdote me preguntó, '¿y quién te dijo que el maltrato en el que vives es agradable a Dios?', descubrí que Él me ama y me quiere feliz. Y entonces le respondí: '¡nunca más!' Así comencé un camino de respeto a mi dignidad, amor a mi persona, límites y perdón. Terapia para recuperarme a mí misma y luego ayudar a mi esposo a recuperarse y dejar de ser víctima de su propia historia de violencia”. Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia  y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia. *Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.

Parecía una familia feliz, común, con tres hijos y un futuro por delante. Decidieron mudarse al extranjero para buscar nuevas oportunidades de trabajo. Apenas había pasado un mes cuando sus amistades en México recibieron la trágica noticia: él le quitó la vida a su esposa, e intentó hacer lo mismo a uno de sus hijos.

La violencia doméstica es un problema frecuente y agravado por la pandemia; solamente durante el mes de abril en México el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública registró 23,386 casos, cifra alarmante, pero que apenas refleja la realidad de quienes se han atrevido a hacer una denuncia.

La violencia es una forma de poder y control mediante el uso de la fuerza; lo cierto es que existe en muchos hogares en los que una o más personas la sufren en silencio sin encontrar la manera de librarse del abuso al que son sometidas.

No se trata sólo de la violencia física que lastima el cuerpo, o la económica por las necesidades materiales, también es la violencia psicológica que a través de chantajes, amenazas, humillaciones y sarcasmos hieren el corazón y doblegan la voluntad y la autoestima del violentado, hasta el extremo en algunos casos, de sentirse merecedor del maltrato.

El agresor consigue su objetivo mediante el miedo, que es la fuerza que le proporciona el poder, y abusa de las personas más vulnerables y en situación de desigualdad como pueden ser los ancianos, los niños, los discapacitados o las mujeres.

Debido a las circunstancias que vivimos, en el último año la violencia en las familias ha tenido un incremento del 64%, pero cada número registrado es una persona: una hija o hijo, una esposa, un abuelo o abuela que tiene un nombre, un rostro que expresa su sufrimiento y un corazón herido por el abuso de quien debiera amarlo y procurar su bien.

Paradójicamente muchas de las víctimas, al paso del tiempo, se convierten también en victimarios y el ciclo de la violencia se repite en los hogares y se expande en la sociedad: “la violencia que se vive en las calles inició en una casa”.

Es mucho lo que tenemos que trabajar para erradicar este cáncer que penetra silencioso, y comienza a manifestarse con gritos, insultos, o arrebatos injustificados a los que se les resta importancia, pero pueden convertirse en el inicio de una escalada sin fin: violencia genera violencia.

En su mensaje para la 50 jornada mundial de la paz, el Papa Francisco nos dice:



“Si el origen del que brota la violencia está en el corazón de los hombres, entonces es fundamental recorrer el sendero de la no violencia en primer lugar en el seno de la familia”. 

Si hay signos de violencia en casa, es importante buscar a tiempo la ayuda profesional adecuada, no importa si tu papel es el de víctima o victimario. El reconocimiento de un problema es el primer paso para sanar y tomar las mejores decisiones para el bienestar de la familia.

“La familia es el espacio indispensable en el que los cónyuges, padres e hijos, hermanos y hermanas aprenden a comunicarse y a cuidarse unos a otros de modo desinteresado, y donde los desacuerdos o incluso los conflictos deben ser superados no con la fuerza, sino con el diálogo, el respeto, la búsqueda del bien del otro, la misericordia y el perdón. Desde el seno de la familia, la alegría se propaga al mundo y se irradia a toda la sociedad” (Amoris Laetitia).

Con la Gracia y la ayuda necesaria, se puede lograr salir adelante de lo que pareciera irremediable. Aquí el testimonio de Lola, con 27 años de matrimonio:

“Cuando el sacerdote me preguntó, ‘¿y quién te dijo que el maltrato en el que vives es agradable a Dios?’, descubrí que Él me ama y me quiere feliz. Y entonces le respondí: ‘¡nunca más!’ Así comencé un camino de respeto a mi dignidad, amor a mi persona, límites y perdón. Terapia para recuperarme a mí misma y luego ayudar a mi esposo a recuperarse y dejar de ser víctima de su propia historia de violencia”.

Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia  y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.

*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.





Autor

Consuelo Mendoza es conferencista y la presidenta de la Alianza Iberoamericana de la Familia. Es la primera mujer que ha presidido la Unión Nacional de Padres de Familia, a nivel estatal en Jalisco (2001 – 2008) y después a nivel nacional (2009 – 2017). Estudió la licenciatura en Derecho en la UNAM, licenciatura en Ciencias de la Educación en el Instituto de Enlaces Educativos, maestría de Ciencias de la Educación en la Universidad de Santiago de Compostela España y maestría en Neurocognición y Aprendizaje en el Instituto de Enlaces Educativos. 

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