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COLUMNA

Columna invitada

El nacimiento de Jesús y la libertad religiosa

La libertad religiosa, para nosotros los cristianos, no solamente se vive cuando las leyes permiten expresar ciertos signos y ciertas convicciones, sino que comienza en la libertad interior, la libertad de conciencia.

29 noviembre, 2022
POR:
Autor

Comisionado de la Doctrina de la Fe en la Arquidiócesis Primada de México y miembro de la Comisión Teológica Internacional (CTI). Es director del Observatorio Nacional de la Conferencia del Episcopado Mexicano y fue rector de la Universidad Pontificia de México, cargo que ocupó durante tres trienios. 

Hay un contraste en el nacimiento de Jesús desde hace 2022 años: Nos dice el Evangelio de san Lucas que cuando le llegó a María el momento “de dar a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no había lugar para ellos en la posada” (Lc 2, 7), sin embargo, esto permitió que fueran los más sencillos, los pastores que cuidaban durante la noche sus rebaños, los que recibieron en primer lugar la gran noticia que llenaría de alegría a todo el pueblo: ‘había nacido, el Salvador, el Mesías, el Señor’. De pronto una gran luz los envolvió con una multitud de ángeles que cantaban el significado de aquél acontecimiento: ”Gloria a Dios en los cielos y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor” (Lc 2,14).

Como contraste, el Evangelio de san Mateo nos narra que cuando llegaron a Jerusalén unos sabios venidos de oriente, guiados por una estrella, para encontrar al rey de los judíos que había nacido, el rey Herodes se alarmó y trató de eliminarlo provocando la muerte de los niños de Belén y sus alrededores. El poderoso se sintió amenazado por el nacimiento de aquél pequeño.

Tantos siglos después de estos hechos tan sencillos y tan profundos, que muestran de manera elocuente la grandeza de la vida humana en un pequeño recién nacido, provocando la alegría en la familia que lo recibe y en aquellos que acompañan este momento, al mismo tiempo llena de desconcierto, enojo y de rechazo en los que se cierran al mensaje de alegría y paz que proviene de este nacimiento. ¿A quién puede agredir la vida de un recién nacido? ¿Quién no puede compartir la alegría que hay en la vida que se renueva? ¿por qué no se descubre la paz que conlleva la conformación de una familia y la esperanza en el futuro que todo esto significa?

Cuando en nuestros días algunos se sienten amenazados por el recuerdo de este hecho central en la historia humana, la respuesta que debemos dar no puede ser de violencia o de ira, sino de paz para llevarlos a compartir la alegría que no alcanzan a comprender. La libertad religiosa, para nosotros los cristianos, no solamente se vive cuando las leyes permiten expresar ciertos signos y ciertas convicciones, sino que comienza en la libertad interior, la libertad de conciencia, de cada creyente que, habiendo experimentado la alegría y la paz que Cristo nos trae con su salvación, no puede quedarse con ella, sino comunicarla y compartirla a quienes le rodean. Es lo que trata de decir el apóstol Pedro cuando exclama “¡Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres!” ((Hch 5,29). No es un desafío para provocar un enfrentamiento, sino una invitación pacífica para descubrir la acción de Dios en medio de nuestra historia.

*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

 


Autor

Comisionado de la Doctrina de la Fe en la Arquidiócesis Primada de México y miembro de la Comisión Teológica Internacional (CTI). Es director del Observatorio Nacional de la Conferencia del Episcopado Mexicano y fue rector de la Universidad Pontificia de México, cargo que ocupó durante tres trienios.