6 propuestas ante el caso Leonardo Avendaño
La acusación a un sacerdote como presunto responsable de la muerte de Leonardo Avendaño nos mueve a preguntarnos, ¿cómo debemos reaccionar como católicos?
Es escritora católica y creadora del sitio web Ediciones 72, colaboradora de Desde La Fe por más de 25 años.
Mientras escribo esto, no sé cómo va a terminar el asunto, pero sí sé qué sucedió cuando empezó: se avisó en redes que un joven estaba desaparecido. Luego circuló la triste noticia de que había sido asesinado y, finalmente, que se había detenido como sospechoso un sacerdote muy querido y conocido.
Ello desató toda clase de rumores, comentarios y especulaciones.
Los que se enteraron se dividieron básicamente en tres grupos: por una parte, los que se negaron a creer que el padre fuera culpable; por otra, los que no sólo lo creyeron, sino que aprovecharon para lanzar noticias falsas y ataques a la Iglesia, y por último, los indiferentes que decidieron mantenerse al margen.
Ello nos mueve a preguntarnos, como católicos, cuando nos enteramos de una noticia que, como ésta, nos estremece y entristece, ¿cómo debemos reaccionar?
He aquí 6 propuestas:
1. No difundir información sin verificar
Hay quien hace circular mensajes falsos para crear confusión, indignación, miedo, ira. Confían en que cuantos los reciban reaccionarán diciendo: ‘¡qué barbaridad!’, y sin dudar los reenviarán a sus contactos, quienes reaccionarán de igual manera.
Al recibir un mensaje, hay que detenerse a valorar de dónde viene, qué pretende, ¿informar o azuzar contra alguien?, y, sobre todo, hay que buscar confirmar si lo que dice es verdad.
2. No caer en violencia
Ante noticias que despiertan el enojo de gente que percibe que se está cometiendo una grave injusticia, es fácil que los ánimos se enciendan y se propongan acciones que puedan desatar la violencia. Pero ésta no resuelve nada y puede conducir a más violencia. Hay que mantener siempre la calma y si se participa en algún tipo de manifestación o marcha, que sea siempre pacíficamente.
3. Orar, orar, orar
No hay que decir: ‘ya sólo nos queda rezar’, como si fuera un último e incierto recurso. ¡La oración es sumamente poderosa! Jesús nos pidió orar y nos enseñó a no desfallecer en la oración. En los grupos de oración comprobamos una y otra vez cómo Dios atiende la oración intensa y perseverante, hecha con fe.
De por sí todo creyente está llamado a orar diariamente, pero debe hacerlo especialmente ante situaciones como las que estamos viviendo. Oración individual y comunitaria: rezar la Coronilla de la Divina Misericordia, el Santo Rosario, organizar Horas Santas. Y mejor aún acompañar la oración con ayuno y sacrificios. La Virgen de Fátima pidió a los pastorcitos orar y ofrecer sacrificios. Se trata de privarse de algo bueno para ofrecérselo a Dios, un acto de caridad que, por así decirlo, refuerza nuestra oración.
4. No juzgar
Da pena ver los comentarios que hacen usuarios de redes sociales amparados por el anonimato. Con groserías y vulgaridades critican sin piedad y sin tomar en cuenta que se refieren a un ser humano que, como ellos, merece respeto y consideración. Es riesgoso saltar a conclusiones, condenar sin pruebas. Viene a la mente la película ‘la vida de David Gale’ en la que un profesor llegó al extremo de dar su vida para probar que las evidencias engañan y se puede acusar falsamente a un inocente.
Como católicos no caigamos en esto. Tal vez los otros navegantes de las redes no sepan quiénes somos, pero lo sabe Dios y lo sabemos nosotros, y un día vamos a tener que entregarle cuentas de nuestras actitudes y palabras.
5. Mostrar solidaridad
En el mandamiento de amar no ‘aplican restricciones’. Si alguien que conocemos está pasando por una situación difícil, sea inocente o resulte culpable, es digno de amor y necesita ayuda. El testimonio cristiano de fraternidad y caridad se prueba en las ocasiones, no en los rincones. El indiferente de hoy puede oír a Jesús mañana decirle: ‘estuve preso y no me ayudaste.’
6. No olvidar la razón de nuestra fe
Cuando hay un escándalo que involucra a miembros de la Iglesia, hay quien se ve tentado a abandonarla. Es un error. No pertenecemos a ella porque nos caigan bien sus miembros, sino porque Cristo la fundó, y sólo en ella podemos encontrarnos personalmente, íntimamente, con Él.