Los mártires de hoy
La sangre derramada por mera violencia seguirá clamando al cielo y exige justicia humana
Ayer: Tertuliano vivió en Cartago (norte de Africa) entre el siglo II y el III. Sus escritos dejaron huella profunda en la teología al punto de tener el título -junto a otros grandes teólogos- de “padre de la Iglesia”. Su entorno estuvo marcado por numerosas y crueles persecuciones. Muy difundida es una afirmación suya que da cuenta del crecimiento especial de la Iglesia: La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos. Así daba cuenta que el valor y la entrega de quienes seguían a Jesús hasta la muerte, generaba en otros el deseo de abrazar la fe cristiana. A lo largo de la historia de la Iglesia podemos constatar la verdad de tal afirmación.
Hoy: Las numerosas muertes que han teñido de ignominia el proceso electoral actual están lejos de constituir una persecución; no obstante, son un cuestionamiento que acusa a quienes por falta de responsabilidad han permitido un ambiente de inseguridad y miedo. No puedo afirmar que quienes han sufrido violencia por cuestiones políticas estén exentos de ser partícipes de una lucha sucia por el poder, pero tampoco se justifica que sobre ellos tenga que imponerse el crimen. Ojalá que la sangre derramada no mueva a la venganza sin fin, ni se olvide pronto como una injusticia deplorable. Lo que jamás debe prevalecer es un ambiente de impunidad abonado desde la indiferencia culpable.
Siempre: Ni la sangre de los mártires (testigos de la fe) ni la sangre de cualquier otro hombre (inocente o culpable) nos puede dejar indiferentes. La de aquéllos fue semilla que propagó la fe, la de éstos nos recuerda la pregunta divina que siempre golpea nuestra conciencia: ¿dónde está tu hermano? La de aquéllos nos mueve a la imitación, la de éstos debe movernos a la responsabilidad. La sangre de los mártires sin duda es ofrenda agradable a Dios porque se asocia a la Pasión de Cristo; la sangre derramada por mera violencia seguirá clamando al cielo y exige justicia humana. Unos han manchado sus manos por homicidas; ojalá que otros no nos manchemos por indiferencia.
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