DE LAS 7 OBRAS de misericordia corporales, parecería que la última tiene como destinatario único el cuerpo inerte de todo hombre o mujer, pero enterrar a los muertos no está mandado solo por elemental sentido de solidaridad y atención a quien en vida tuvo nombre y lugar preciso, su sentido se extiende -además- a acompañar a los dolientes y ayudar a superar la situación que ordinariamente nos llena de tristeza…

EL RECUERDO VUELVE una y otra vez -espontáneo ante cada defunción- y me llena el corazón de una enseñanza perenne: en tiempos en que los velorios solían ser más en casa que en capillas funerarias, mi padre solía llevar una tremenda bolsa de pan dulce a los deudos, una bolsototota que no siempre era frecuente en casa (más bien era bolsota de bolillos) a pesar de que éramos diez los hijos tragones…

Y LA RAZÓN PRÁCTICA y muy humana del gesto de mi padre derramaba simpleza por donde se le viera: “Mira -decía don Juan- uno nunca sabe qué penurias y gastos hubo antes de la muerte, y para que la familia del difunto tenga algo qué ofrecer a los que vienen al velorio y no se vean en tantos apuros”; ¡tal era su forma de vivir la séptima obra de misericordia corporal!…

DE LAS 7 OBRAS de misericordia espirituales, la última tiene como camino concreto la oración por los vivos y los difuntos, pues la vida actual y la eterna, también nos unen e igualan a ricos y pobres, a letrados e ignorantes, a santos y pecadores; que nadie se sienta ni exento ni extraño al actuar con misericordia en hecho tan común a todos los mortales…

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TAMBIÉN LLEGA el recuerdo de lo que hacíamos al término de cada comida en mis primeros años de seminario, que luego de alimentar el propio cuerpo y sentir el alivio que dan vitaminas, minerales, agua, proteínas, azúcares, carbohidratos, y todo lo contenido en sopa-guisado-frijoles (no, no alcanzaba para un postrecito), y además de dar gracias a Dios por su providencia, terminábamos con un sencillo responso: “¡Que todos los fieles difuntos -por la misericordia de Dios- descansen en paz, amén!…

AQUEL INHUMANO -no, aunque ya lo mención no creo que exista- que se quede indiferente y ajeno a lo que todo hijo de Eva ha de vivir, no merecería siquiera haber nacido; y justamente porque juzgo que no hay corazón tan frío y tan de piedra (¿o de plástico no reciclable?) también me atrevo a afirmar que el camino de la salvación pasa por el camino de la profunda solidaridad humana que prácticamente es misericordia divina…

PERO ANTES DE llegar a practicar las dos últimas obras de misericordia, tenemos la justificación y posibilidad de entrenarnos en las anteriores: dar de comer, ofrecer un consejo, perdonar las ofensas, visitar a enfermos y reclusos, son ensayo para que las últimas en la lista sean más auténticas y nos abran el paso a la eternidad…

MUY HABITUAL ES solicitar en la parroquia o templo que frecuentamos, una misa en sufragio de los hermanos que ya han muerto, pero puede ser también algo muy familiar y cercano que al concluir los alimentos también nos mostremos solidarios y cercanos con quienes ya nos precedieron, que a fin de cuentas ¡para allá vamos!…

EN PASADOS DÍAS he podido experimentar la cercanía y afecto de tantos que conocieron a mi hermana María del Carmen, que como religiosa contemplativa entregó su vida y cualidades en la Orden de la Inmaculada Concepción, en donde -además- tomó el nombre de Beatriz y con el título “del Espíritu Santo” quiso vivir bajo su influjo y su gracia; ella falleció el pasado viernes 24 de enero y de ahí, por misericordia de Dios, sin duda a su presencia…

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LAS PALABRAS SUELEN quedarse cortas cuando se trata de expresar nuestros sentimientos, pero hay una que no falla, y aunque la aprendí de chamaco, hace diez años pude profundizar en ella con especial tónica: ¡Gracias!; es la misma palabra que le damos al Sacramento de nuestra fe y que en griego se dice “Eucaristía”; en efecto, agradeciendo a Dios tanto que ya nos da, no quedaremos ni perdidos ni extraviados…

HAY VÍNCULOS QUE con la distancia o con el tiempo se van haciendo más fuertes y profundos, sobre todo si la fe alimenta e ilumina; siento que me está sucediendo así pues el hecho de la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte, aleja todo rastro de pesar y desconsuelo; y lo he experimentado tantos con mis padres como con otras personas a las que me ha unido la fe y el afecto: ahí siguen, ahí están, en la Vida…

Y CON EL AFECTO y el cariño total -y en total tono de gratitud a Dios- con el recuerdo vivo e iluminado por la fe, para mi hermana Sor María del Carmen Beatriz del Espíritu Santo, escribí los siguientes renglones a modo de oración: Te vas y ni un “adiós” ni un “hasta luego”/ te vas a paso lento y de puntitas; / te vas y solo dejas -¡apenitas!- / enorme anhelo / de alcanzarte / allá en el cielo, ¡Amén!…

P. Eduardo Lozano

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