AYER: Desde la tercera página del Génesis, la historia humana es un recuento de homicidios injustificables. Parece más atractiva la tinta roja que la negra para dar cuenta de las capacidades humanas. Quien levanta la mano contra su prójimo olvida que él mismo pudo ser víctima; caso excepcional es la legítima defensa. La ambición, celos, venganza, rencor, locura, odio, son los móviles frecuentes de la voluntad homicida. Muchas víctimas históricas tienen tintes políticos: Julio César, Lincoln, Gandhi, Kennedy. En la Biblia y en la historia de la Iglesia son abundantes las muertes causadas por persecución religiosa. Nuestros mártires han unido su sangre -sin odio ni rencor- a la Sangre del Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
HOY: Hace 12 días fue acribillado un candidato presidencial en Ecuador. Su nombre merece ser recordado: Fernando Villavicencio. En su haber está la valentía, el servicio, la equidad y estado de derecho que anhelaba ofrecer a su pueblo; del lado de sus agresores solo hay sombra, cobardía, impunidad, crimen sumado a crimen. En México no estamos exentos de un magnicidio, más cuando hay quien alienta –a los cuatro vientos y con falso halo de honestidad- la división y el odio entre unos y otros. Desde la Iglesia no han faltado voces para prevenir y evitar sangre derramada.
SIEMPRE: En la primera familia tomó el nombre de fratricidio. Podemos sentar bases –desde la familia- de respeto y legalidad, de orden y colaboración para evitar situaciones lamentables, y no sólo las que
vayan contra la vida de cualquier prójimo. Tan numerosas como insignificantes, pero valiosas y efectivas, son las acciones que tenemos a la mano en familia: lecturas compartidas, comidas sin interferencias
electrónicas, paseos por la naturaleza viva, disciplina manifestada en la vivencia de la fe, diálogo afectuoso y profundo, higiene personal, familiar y social, fomento de habilidades, etc. Todo eso abona al respeto por la propia vida y la ajena. Todo lo bueno dará fruto a su tiempo: siempre.