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“Nada para nosotros, sin nosotros”

VER

Este fue un lema que varias veces resonó en el reciente Evento de Alto Nivel, organizado por la UNESCO y el gobierno de México en el Centro Cultural Los Pinos, con el objetivo de analizar los resultados del año decretado por la ONU, el 2019, para proteger e impulsar las lenguas indígenas en todo el mundo, casi unas siete mil, y para promover aportes para la década que se dedicará a esas lenguas, del 2022 al 2032, impulsada por la misma ONU, pues el 40% de las mismas están en proceso de extinción. La Nunciatura Apostólica de nuestro país me pidió participar, representando a la Iglesia Católica, y pude constatar cómo el Espíritu trabaja también fuera del ámbito eclesial, para defender los idiomas con sus respectivos dialectos, sembrados por Dios en todo el universo, y cómo la globalización los está destruyendo. Pude aportar lo que en el CELAM y entre nosotros se está haciendo en defensa de estas lenguas, y cómo podemos unirnos a este esfuerzo mundial por su preservación. Insistí en que es un derecho humano el que estos pueblos puedan vivir y celebrar su religión en su propio idioma. Leer: No clericalizar a las mujeres En nuestra patria, desde hace muchos años, hay preclaros, aunque ignorados, agentes de pastoral no indígenas que han aprendido y usan idiomas originarios. Las Sociedades Bíblicas, de corte protestante o evangélico, nos llevan la delantera, sobre todo al haber hecho traducciones de la Biblia a casi todos los 68 idiomas indígenas del país, en algunos casos incluso a sus variantes regionales.  Hay sacerdotes que han traducido catecismos, oraciones, algunas partes de la Biblia, como los textos de las misas dominicales, cantos, etc.; sin embargo, son muy pocas las traducciones completas de la Biblia aprobadas por nuestra Conferencia Episcopal, como marca la legislación canónica. Que yo conozca, sólo un Nuevo Testamento en maya, que no todos aceptan, más la Biblia en tseltal y en tsotsil de Chiapas. Y traducciones litúrgicas a idiomas indígenas, ya fueron aprobadas por la Conferencia Episcopal la rarámuri, para Tarahumara, la tseltal y tsotsil para Chiapas, la náhuatl para unas 20 diócesis que lo hablan, pero ninguna ha sido confirmada, a pesar de nuestra insistencia, por la Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino, y a pesar de que el Papa Francisco, el 3 de septiembre de 2017, cambió el canon 838 del Código de Derecho Canónico, sobre todo el parágrafo 3, para que ahora esa aprobación dependa de las Conferencias Episcopales. En Roma, tenemos atorada la “confirmación” de estas traducciones que, desde años, la Comisión Nacional de Liturgia envió, aprobadas hace tiempo por nuestra Conferencia Episcopal. Allá nos han dicho que el cambio canónico prescrito por el Papa Francisco no tiene efecto retroactivo, y por más visitas e insistencias, no nos conceden ese documento final. Ciertamente, desde el Papa Benedicto, se aprobaron por Roma las fórmulas de los siete sacramentos en tseltal y tsotsil, más la fórmula de la Consagración en náhuatl, aprobada por el Papa Francisco, una vez revisadas por las Congregaciones Doctrina de la Fe y Culto Divino. Nos falta mucho para que nuestros pueblos originarios escuchen la Palabra de Dios y celebren los sacramentos en su propio idioma. Sin embargo, estamos en ello. Ahora contamos con más sacerdotes indígenas, identificados con su cultura, que están haciendo un notable esfuerzo por impulsar y apoyar este proceso de traducción. En estos dos años recientes, una vez que regresé a mi diócesis de origen, acompaño la traducción de la Misa al ñahñhu, ñhahthö, u otomí, que se habla en el Valle de Toluca y en poblaciones de Hidalgo, Querétaro y Ciudad de México. Esto es en cuestión de traducciones, pero la lengua es sólo un aspecto de una la cultura, que implica toda la vida. Y en todo esto, es necesario tomarlos mucho más en cuenta a ellos mismos.

PENSAR

En su Exhortación Querida Amazonia, el Papa Francisco nos invita a lo que es válido no sólo para esa región, sino para la pastoral con pueblos originarios en cualquier parte: “La Amazonia debería ser también un lugar de diálogo social, especialmente entre los distintos pueblos originarios, para encontrar formas de comunión y de lucha conjunta. Los demás estamos llamados a participar como invitados y a buscar con sumo respeto caminos de encuentro que enriquezcan a la Amazonia. Pero si queremos dialogar, deberíamos hacerlo ante todo con los últimos. Ellos no son un interlocutor cualquiera a quien hay que convencer, ni siquiera son uno más sentado en una mesa de pares. Ellos son los principales interlocutores, de los cuales ante todo tenemos que aprender, a quienes tenemos que escuchar por un deber de justicia, y a quienes debemos pedir permiso para poder presentar nuestras propuestas. Su palabra, sus esperanzas, sus temores deberían ser la voz más potente en cualquier mesa de diálogo, y la gran pregunta es: ¿Cómo imaginan ellos mismos su buen vivir para ellos y sus descendientes?” (26). “El diálogo no solamente debe privilegiar la opción preferencial por la defensa de los pobres, marginados y excluidos, sino que los respeta como protagonistas. Se trata de reconocer al otro y de valorarlo ‘como otro’, con su sensibilidad, sus opciones más íntimas, su manera de vivir y trabajar. De otro modo, lo que resulte será, como siempre, un proyecto de unos pocos para unos pocos, cuando no un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. Si esto sucede, es necesaria una voz profética y los cristianos estamos llamados a hacerla oír” (27). “Para lograr una renovada inculturación del Evangelio en la Amazonia, la Iglesia necesita escuchar su sabiduría ancestral, volver a dar voz a los mayores, reconocer los valores presentes en el estilo de vida de las comunidades originarias, recuperar a tiempo las ricas narraciones de los pueblos” (70). “Frente a una invasión colonizadora de medios de comunicación masiva, es necesario promover para los pueblos originarios comunicaciones alternativas desde sus propias lenguas y culturas y que los propios sujetos indígenas se hagan presentes en los medios de comunicación ya existentes” (39). “Una Iglesia con rostros amazónicos requiere la presencia estable de líderes laicos maduros y dotados de autoridad, que conozcan las lenguas, las culturas, la experiencia espiritual y el modo de vivir en comunidad de cada lugar, al mismo tiempo que dejan espacio a la multiplicidad de dones que el Espíritu Santo siembra en todos” (94).

ACTUAR

Que el Espíritu Santo mueva nuestro corazón, para que no impongamos el idioma dominante a los pueblos originarios, sino que respetemos su lengua nativa y la promovamos en la sociedad y en la Iglesia. No colaboremos también nosotros a su extinción.   *Monseñor Felipe Arizmendi es Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas y responsable de la Doctrina de la fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano. Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe. *Este artículo se publicó originalmente en Zenit

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Este fue un lema que varias veces resonó en el reciente Evento de Alto Nivel, organizado por la UNESCO y el gobierno de México en el Centro Cultural Los Pinos, con el objetivo de analizar los resultados del año decretado por la ONU, el 2019, para proteger e impulsar las lenguas indígenas en todo el mundo, casi unas siete mil, y para promover aportes para la década que se dedicará a esas lenguas, del 2022 al 2032, impulsada por la misma ONU, pues el 40% de las mismas están en proceso de extinción.

La Nunciatura Apostólica de nuestro país me pidió participar, representando a la Iglesia Católica, y pude constatar cómo el Espíritu trabaja también fuera del ámbito eclesial, para defender los idiomas con sus respectivos dialectos, sembrados por Dios en todo el universo, y cómo la globalización los está destruyendo. Pude aportar lo que en el CELAM y entre nosotros se está haciendo en defensa de estas lenguas, y cómo podemos unirnos a este esfuerzo mundial por su preservación. Insistí en que es un derecho humano el que estos pueblos puedan vivir y celebrar su religión en su propio idioma.

Leer: No clericalizar a las mujeres

En nuestra patria, desde hace muchos años, hay preclaros, aunque ignorados, agentes de pastoral no indígenas que han aprendido y usan idiomas originarios. Las Sociedades Bíblicas, de corte protestante o evangélico, nos llevan la delantera, sobre todo al haber hecho traducciones de la Biblia a casi todos los 68 idiomas indígenas del país, en algunos casos incluso a sus variantes regionales.  Hay sacerdotes que han traducido catecismos, oraciones, algunas partes de la Biblia, como los textos de las misas dominicales, cantos, etc.; sin embargo, son muy pocas las traducciones completas de la Biblia aprobadas por nuestra Conferencia Episcopal, como marca la legislación canónica. Que yo conozca, sólo un Nuevo Testamento en maya, que no todos aceptan, más la Biblia en tseltal y en tsotsil de Chiapas. Y traducciones litúrgicas a idiomas indígenas, ya fueron aprobadas por la Conferencia Episcopal la rarámuri, para Tarahumara, la tseltal y tsotsil para Chiapas, la náhuatl para unas 20 diócesis que lo hablan, pero ninguna ha sido confirmada, a pesar de nuestra insistencia, por la Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino, y a pesar de que el Papa Francisco, el 3 de septiembre de 2017, cambió el canon 838 del Código de Derecho Canónico, sobre todo el parágrafo 3, para que ahora esa aprobación dependa de las Conferencias Episcopales. En Roma, tenemos atorada la “confirmación” de estas traducciones que, desde años, la Comisión Nacional de Liturgia envió, aprobadas hace tiempo por nuestra Conferencia Episcopal. Allá nos han dicho que el cambio canónico prescrito por el Papa Francisco no tiene efecto retroactivo, y por más visitas e insistencias, no nos conceden ese documento final. Ciertamente, desde el Papa Benedicto, se aprobaron por Roma las fórmulas de los siete sacramentos en tseltal y tsotsil, más la fórmula de la Consagración en náhuatl, aprobada por el Papa Francisco, una vez revisadas por las Congregaciones Doctrina de la Fe y Culto Divino. Nos falta mucho para que nuestros pueblos originarios escuchen la Palabra de Dios y celebren los sacramentos en su propio idioma. Sin embargo, estamos en ello. Ahora contamos con más sacerdotes indígenas, identificados con su cultura, que están haciendo un notable esfuerzo por impulsar y apoyar este proceso de traducción. En estos dos años recientes, una vez que regresé a mi diócesis de origen, acompaño la traducción de la Misa al ñahñhu, ñhahthö, u otomí, que se habla en el Valle de Toluca y en poblaciones de Hidalgo, Querétaro y Ciudad de México. Esto es en cuestión de traducciones, pero la lengua es sólo un aspecto de una la cultura, que implica toda la vida. Y en todo esto, es necesario tomarlos mucho más en cuenta a ellos mismos.

PENSAR

En su Exhortación Querida Amazonia, el Papa Francisco nos invita a lo que es válido no sólo para esa región, sino para la pastoral con pueblos originarios en cualquier parte:

“La Amazonia debería ser también un lugar de diálogo social, especialmente entre los distintos pueblos originarios, para encontrar formas de comunión y de lucha conjunta. Los demás estamos llamados a participar como invitados y a buscar con sumo respeto caminos de encuentro que enriquezcan a la Amazonia. Pero si queremos dialogar, deberíamos hacerlo ante todo con los últimos. Ellos no son un interlocutor cualquiera a quien hay que convencer, ni siquiera son uno más sentado en una mesa de pares. Ellos son los principales interlocutores, de los cuales ante todo tenemos que aprender, a quienes tenemos que escuchar por un deber de justicia, y a quienes debemos pedir permiso para poder presentar nuestras propuestas. Su palabra, sus esperanzas, sus temores deberían ser la voz más potente en cualquier mesa de diálogo, y la gran pregunta es: ¿Cómo imaginan ellos mismos su buen vivir para ellos y sus descendientes?” (26).

“El diálogo no solamente debe privilegiar la opción preferencial por la defensa de los pobres, marginados y excluidos, sino que los respeta como protagonistas. Se trata de reconocer al otro y de valorarlo ‘como otro’, con su sensibilidad, sus opciones más íntimas, su manera de vivir y trabajar. De otro modo, lo que resulte será, como siempre, un proyecto de unos pocos para unos pocos, cuando no un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. Si esto sucede, es necesaria una voz profética y los cristianos estamos llamados a hacerla oír” (27).

“Para lograr una renovada inculturación del Evangelio en la Amazonia, la Iglesia necesita escuchar su sabiduría ancestral, volver a dar voz a los mayores, reconocer los valores presentes en el estilo de vida de las comunidades originarias, recuperar a tiempo las ricas narraciones de los pueblos” (70).



“Frente a una invasión colonizadora de medios de comunicación masiva, es necesario promover para los pueblos originarios comunicaciones alternativas desde sus propias lenguas y culturas y que los propios sujetos indígenas se hagan presentes en los medios de comunicación ya existentes” (39).

“Una Iglesia con rostros amazónicos requiere la presencia estable de líderes laicos maduros y dotados de autoridad, que conozcan las lenguas, las culturas, la experiencia espiritual y el modo de vivir en comunidad de cada lugar, al mismo tiempo que dejan espacio a la multiplicidad de dones que el Espíritu Santo siembra en todos” (94).

ACTUAR

Que el Espíritu Santo mueva nuestro corazón, para que no impongamos el idioma dominante a los pueblos originarios, sino que respetemos su lengua nativa y la promovamos en la sociedad y en la Iglesia. No colaboremos también nosotros a su extinción.

 

*Monseñor Felipe Arizmendi es Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas y responsable de la Doctrina de la fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano.

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

*Este artículo se publicó originalmente en Zenit





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