La Capilla del Señor de la Humildad donde hasta los ladrones buscaban a Dios
Una capilla diminuta y centenaria sobrevive en el corazón de La Merced: refugio de fe, historia y milagros.
¡Llévelo, llévelo, güera… barato, barato! Entre los gritos de los comerciantes, los puestos repletos de chácharas, el inconfundible aroma a garnachas recién hechas y el ir y venir constante de la multitud, se alza silenciosa una joya casi inadvertida en el corazón bullicioso de La Merced: la Capilla del Señor de la Humildad, ubicada en la Arquidiócesis de México.
Diferentes nombres, una misma fe
Este templo ha tenido muchos nombres a lo largo de su historia. También conocida como la Capilla de Manzanares, por ubicarse en la calle del mismo nombre, número 32, esquina con Anillo de Circunvalación, esta pequeña construcción se abre paso entre el caos de la vendimia. A pesar de estar rodeada por el ruido, el tránsito y el ajetreo diario, la capilla impone una especie de respeto espontáneo. Sus muros, sorprendentemente intactos y libres de grafitis, parecen custodiar un espacio sagrado que el bullicio urbano no logra profanar.
Hace décadas también fue apodada “la capilla de los ladrones”, pues se decía que antiguos delincuentes acudían allí no solo a pedir perdón, sino también protección, convencidos de que el Cristo humillado comprendería su miseria y su fragilidad. Aún hoy, algunos la llaman así, en alusión a su historia como refugio para los más alejados. Más allá del estigma, este nombre refleja cómo incluso los marginados han encontrado aquí una oportunidad de redención. Con el paso de los años, han sido muchos los testimonios de favores y milagros atribuidos al Señor de la Humildad, lo que alimenta la fe y el cariño popular por esta imagen.
Con apenas 9 metros de largo por 4 de ancho, esta capilla sencilla encierra un detalle singular: el Santísimo Sacramento permanece expuesto diariamente de las 10 de la mañana a las 5 de la tarde. Lejos de pasarla por alto, quienes transitan frente a ella detienen su paso en silencio, se persignan con devoción o hacen una breve reverencia, relata el secretario de la Rectoría del Señor de la Humildad, el religioso Flavio César Zárate Márquez, del Instituto Religioso de los Misioneros de la Santísima Virgen de los Dolores, congregación que desde hace dos años tiene a su cargo esta ermita y sus servicios espirituales.
Una joya histórica a través de los años
Este pequeño rincón es considerado no solo una de las iglesias más antiguas de México, sino también la más pequeña del país. Su capacidad es reducida, apenas seis bancas, con espacio para 16 personas sentadas y ocho más de pie.
Pero, ¿por qué llamarla iglesia? Según explica el hermano Flavio César Zárate Márquez, del Instituto de los Misioneros de la Santísima Virgen de los Dolores, la capilla reúne todos los elementos arquitectónicos propios de un templo en forma, es decir, dos torres en la fachada, campanarios, una puerta de madera y un pequeño atrio.
En su interior, a pesar del tamaño, se conserva un coro con un órgano de inicios del siglo XX, así como un retablo barroco dorado que resguarda la imagen del Señor de la Humildad, una escultura del siglo XVIII. A sus lados, lo acompañan figuras igualmente antiguas de la Virgen María, San José y Jesús crucificado.
La historia del Señor de la Humildad
Aunque la capilla puede recorrerse en un abrir y cerrar de ojos, vale la pena detenerse unos minutos para orar y contemplar. Su diseño responde a ser un lugar de recogimiento humilde, pensado para la espiritualidad popular de la época colonial. Desde entonces, se ha convertido en un punto de referencia espiritual para trabajadores, comerciantes y, en los últimos años, también para personas vulnerables y migrantes.
La imagen del Señor de la Humildad, que da nombre a la capilla, es una talla en madera —no de pasta de caña como muchas esculturas virreinales— y, aunque no se conserva ninguna placa que aclare su autor o fecha exacta, se estima que fue elaborada en el siglo XVIII. Se cree que llegó desde España, al igual que otras piezas presentes en el templo, como las imágenes de la Virgen de los Dolores, San José y un Cristo.
La escultura principal representa a Jesús sentado, con la mirada baja, vestido con un manto púrpura y coronado de espinas. Esta iconografía hace alusión al momento en que Cristo, humillado por los soldados romanos antes de su crucifixión y es justamente esta representación la que le ha dado el nombre de Señor de la Humildad.
¿Por qué es una de las capillas más antiguas del país?
Según explica el hermano Flavio César Zárate Márquez, la Capilla del Señor de la Humildad forma parte de un conjunto de siete ermitas que, de acuerdo con la tradición, mandó construir Hernán Cortés en 1521, tras su llegada al Valle de México en el siglo XVI. Estas pequeñas capillas, distribuidas estratégicamente en distintos puntos, habrían servido, según Cortés, como un “escudo santo” que protegía espiritualmente la ciudad de los demonios.
En ese entonces, el territorio que hoy ocupa el barrio de La Merced se encontraba en uno de los límites de la ciudad, por lo que esta capilla funcionaba también como una especie de marca fronteriza, tanto física como simbólica.
Una de las frases inscritas en el piso del atrio y en la entrada del templo da cuenta de ese carácter protector: “In hoc signo vinces”, que significa “Con este signo vencerás”. La expresión proviene de la visión que tuvo el emperador Constantino en el año 312 d.C., antes de la batalla del Puente Milvio, cuando vio una cruz luminosa acompañada de esas palabras, signo de la victoria espiritual del Cristo humilde.
Aunque su origen se remonta a los primeros años del virreinato, no aparece en los planos arquitectónicos de la ciudad sino hasta después de 1793. Se presume que fue durante las últimas décadas del periodo barroco cuando la ermita original, seguramente de una estructura más modesta, fue transformada en la capilla que conocemos hoy. El estilo churrigueresco de su fachada y el retablo dorado que adorna el fondo del templo son elementos añadidos en aquella época, como parte de una remodelación que le dio su carácter actual.
Por ello, esta ermita asume la cruz no como símbolo de derrota, sino como victoria del amor, esperanza y redención para los sencillos, destaca el religioso.
La historia de esta capilla no ha estado exenta de desafíos. Ha resistido los embates de la Reforma, la Guerra Cristera y, más recientemente, la presión constante de la expansión urbana. Fue declarada monumento histórico en 1931, y desde entonces ha sido custodiada con cariño por la comunidad.
Gracias a los fieles y al compromiso de los vecinos del barrio, ha logrado mantenerse en pie a lo largo de los siglos. Cada 6 de agosto, en la Solemnidad de la Transfiguración del Señor, su pequeño atrio se llena de vida durante la fiesta patronal en honor al Señor de la Humildad, que aún congrega a cientos de devotos en pleno corazón de La Merced.
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