¿Se puede creer en la Iglesia y no en los santos?
Ser parte de la Iglesia implica reconocer el papel de los santos como modelos de vida cristiana e intercesores ante Dios.
¿Es válido afirmar ser parte de la Iglesia Católica, pero rechazar la intercesión de los santos, o descartar los modelos de santidad que nos propone? La respuesta corta es no. Pero, ciertamente existen muchos matices que debemos considerar.
Para responder a esta pregunta, conviene revisar el análisis y los argumentos del padre Mario Ángel Flores, responsable de la Dimensión de Doctrina de la Fe de la Arquidiócesis Primada de México.
El padre Mario Ángel Flores explica que una de las diferencias más visibles con nuestros hermanos separados es que, en algunas denominaciones cristianas, no se acepta la intercesión de los santos. Esto lleva a plantear una duda frecuente: ¿es posible creer en la Iglesia Católica, pero no en los santos?
“La pregunta es un poco extraña”, reconoce el sacerdote, y aclara que “en realidad, todos hemos sido santificados desde nuestro bautismo”. Y añade: “Todos somos santos por la acción del Espíritu Santo, no por nuestras obras o actitudes, sino por su presencia en nosotros”.
Esta idea, afirma, se remonta a las primeras comunidades cristianas, donde los creyentes se llamaban entre sí ‘santos’, como se puede leer en las cartas dirigidas a distintas Iglesias, por ejemplo, a “los santos de Jerusalén” o “los santos de Roma”. Con ello se referían a todos los bautizados, subrayando así que la santidad es, ante todo, un don de Dios.
Una vida con virtudes heroicas
Hay un segundo aspecto de santidad, destaca el padre Flores: “Es la respuesta que damos a Dios con nuestra vida. Y esa respuesta en grado heroico, en grado máximo, la Iglesia la reconoce como un signo personal de santidad”.
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En efecto, en el proceso que realiza la Iglesia Católica para evaluar si la vida de una persona es digna de que se le proclame santa, atraviesa una serie de pasos, el primero de los cuales consiste en analizar si vivió con heroicidad las virtudes del Evangelio.
“Naturalmente, para poder ser declarada santa una persona, debe haber concluido su vida, cuando ha terminado su camino entre nosotros”, señala. “Recordemos lo que dice san Pablo en sus cartas cuando afirma: yo ya he recorrido mi camino y me acerco a la meta, solo espero la corona merecida, la corona que Dios nos da”.
“Esa corona (de santidad) es la que la Iglesia reconoce oficialmente en aquellas personas hombres o mujeres, jóvenes o mayores, laicos o sacerdotes, o religiosos o religiosas, que han vivido de tal manera que son un ejemplo para todos nosotros; ¡esos son los santos!”, explica el sacerdote.
Por ende, se trata de quienes son un ejemplo de vida y verdaderamente nos invitan a vivir de forma heroica y plena la fe.
El martirio: dar la vida por Dios
Otro aspecto clave es que la Iglesia reconoce distintos caminos que pueden conducir a la santidad. Uno de ellos es el martirio, entendido como el acto de entregar la vida por Dios, por la fe y por amor a la Iglesia.
Los mártires representan el grado máximo de heroísmo en la vivencia cristiana. Sin embargo, no son los únicos. También se consideran modelos de santidad aquellos que, con su vida, agradaron especialmente a Dios: fundadores de comunidades religiosas, personas que se distinguieron por su entrega amorosa a los demás o por su sabiduría en la fe. “¡Todos ellos son santos!”, recuerda el padre Mario Ángel Flores.
¿Pero qué significa realmente creer en un santo? “Significa reconocerlos como ejemplos de vida”, explica. “Y si ya están glorificados en la presencia de Dios por su heroísmo en la fe, también son intercesores. Ese es su principal atributo: interceder por nosotros”.
Por eso, subraya, no tiene sentido declararse católico, decir que se cree en Dios y en su Iglesia, pero rechazar la intercesión o los modelos de vida que llevan a la santidad. Los santos no fueron figuras inalcanzables, sino personas de carne y hueso, que vivieron en contextos similares a los nuestros y, aun así, optaron por una entrega radical a Dios.
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La intercesión de los santos
En lo que respecta a la posibilidad de que los santos intercedan ante Dios por nosotros —lo que técnicamente se conoce como “intercesión”—, el Catecismo de la Iglesia Católica es claro y ofrece una enseñanza rica en contenido que fortalece nuestra fe.
“La intercesión de los santos. ‘Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad […] No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra […] Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad” (Catecismo, numeral 956).
La Iglesia también recuerda las palabras de santo Domingo en un mensaje particularmente esperanzador: “«No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida»”.
En cuanto a la comunión con los santos, nos explica que “no veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno”.
Y abunda en cuanto a los mártires, que “los amamos como discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable hacia su rey y maestro; que podamos nosotros, también, ser sus compañeros y sus condiscípulos”. (Numeral 957).