¿Qué pasa con las almas de las personas que cometen suicidio?
Una preocupación común de quienes han perdido a un ser amado por suicidio, es que el alma de su difunto no vaya al cielo. ¿Cuál es la razón?
De los temores o tormentos más expandidos entre familiares de quienes han cometido suicidio, es que el alma de su ser querido no pueda llegar al cielo, debido a que el acto en sí es un hecho contrario al amor de Dios, Dueño soberano de nuestra vida, quien nos la confiere como un don para ser administradores de la misma, pero no propietarios absolutos con la potestad de acabar con ella.
Entre los familiares de quienes han cometido suicidio, hay quienes creen que el alma de su ser querido permanece atrapada para siempre en una especie de limbo; otros imaginan que camina solitaria, arrepentida de lo que ha hecho, y unos más que se encuentra irremediablemente en el infierno. Ésta última idea suele ser para los deudos la más tormentosa… Pero, ¿qué dice el Catecismo de la Iglesia Católica al respecto?
El suicidio a la luz del Catecismo de la Iglesia
El Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) -que es el documento que contiene toda la moral cristiana iluminada por la Biblia, la tradición y el Magisterio- dice que el ser humano está obligado a recibir la vida con gratitud, y a conservarla para la salvación de su alma. Es decir, que la persona que se quita la vida comete un acto contrario al justo amor de sí mismo, al amor del prójimo, al conjunto de la sociedad, y especialmente al amor de Dios vivo.
Acto más grave aún -señala el CEC-, sería si el suicidio se cometiera con la intención de servir como ejemplo para impulsar a otros a cometerlo, especialmente a los jóvenes, ya que entonces adquiriría la gravedad de un acto denominado ‘escándalo’, en contra de la ley moral.
Lo anterior significa que el suicida que no tiene el propósito de inducir a otros a suicidarse, que lo hace sin el propósito de querer influir en alguien más, comete un acto menos grave, y es aquí donde se abre la brecha por donde penetra la luz de la esperanza. El propio CEC agrega que además la responsabilidad del suicida queda atenuada por algún tipo de trastorno psíquico de la persona, o por el sentimiento grave de angustia, temor o sufrimiento.
Es decir, que quien ha cometido suicidio condicionado por su emocionalidad -que no le permite ser una persona dueña de sus voluntad- mantiene la esperanza de la salvación eterna por la misericordia de Dios, quien pudo haberle conducido al arrepentimiento por caminos que Él sólo conoce. Además de que “la Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida”, como señala claramente el CEC.
¿Qué dice la Iglesia sobre el suicidio?
Sobre este tema, el padre Mario Ángel Flores, director de la Dimensión para la Doctrina de la Fe de la Arquidiócesis de México, señala que para la Iglesia, una de las obligaciones fundamentales del ser humano es el cuidado de la vida, lo cual está establecido entre los mandamientos de Dios: “¡No matarás!”, que significa que nadie puede despojar de la vida a nadie, y tampoco a uno mismo.
“Sin embargo -agrega el padre Mario Ángel-, cuando hablamos de suicidio, debemos tomar en cuenta dos cosas importantes: la primera, que el acto de quitarse la vida puede tener muchos atenuantes, como por ejemplo, el que la persona haya estado viviendo una angustia profunda u otro tipo de alteraciones mentales que la hayan llevado a tomar una decisión de esta naturaleza, estados de ánimo que representan atenuantes desde el punto de vista moral y religioso”.
Lo segundo, y más importante que hay que tomar en cuenta -señala el director para la Doctrina de la Fe- “es que la misericordia de Dios siempre es más grande que nuestros pecados, como lo ha dicho el Papa Francisco y como lo señala el propio Evangelio”.
El padre Mario Ángel explica que cuando alguien ha llegado al extremo de quitarse la vida, lejos de juzgarlo, lo que debemos hacer es comprender su situación y pedir a Dios por su alma para que, como todos los que terminamos el camino de esta vida, vaya también de camino hacia la plenitud, “porque Cristo ha venido ha venido para redimirnos a todos”.
Finalmente, el padre Mario Ángel Flores pide a los familiares y amigos de quienes se han quitado la vida, no dejar de confiar en el amor y en la misericordia de Dios para esa persona, que en un estado de alteración ha tomado una determinación tan grave.
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El suicida no es dueño de su voluntad
Si bien para la Iglesia el suicidio no es una acción aceptable, el padre Enrique Maldonado, psicólogo y sacerdote emérito de la Arquidiócesis de México, explica que el suicida actúa al margen del pecado, ya que éste sólo puede configurarse como tal cuando en la persona hay inteligencia clara y libre voluntad; es decir, cuando hay una deliberación del acto y de la razón por la que se comete.
“En el caso de alguien que planea quitarse la vida -señala el padre Maldonado-, normalmente su inteligencia no está funcionando de manera clara; es presa de ideas distorsionadas, de alteraciones emocionales; está absorbido por problemas, situaciones de abandono o pérdidas dolorosas. Es decir, que la voluntad del suicida está muy condicionada por su emocionalidad”.
Para el padre Enrique Maldonado, resulta incongruente con el ser cristiano condenar con ligereza a una persona que toma una decisión lamentable por sentir que la vida ha perdido todo sentido, o que no encuentra alivio a penas tan amargas, o que está fuera de sí por un suceso dramático, ya que, quien sigue a Cristo, lo primero que considera es la misericordia de Dios.
Señala que Dios conoce hasta lo más profundo de nuestro ser; conoce cuál es la situación de toda persona y no va a condenar a alguien que, en un momento extremo de tensión emocional, toma esa terrible decisión.
Finalmente, el padre Enrique Maldonado señala que hubo algún tiempo en que se juzgó de manera rigorista a los suicidas, porque no se consideraba algo tan fundamental como la condición mental de la persona. Y en este sentido, manda un mensaje a quienes han perdido a un se querido por causa del suicidio:
“Sepan que Dios, en su infinita misericordia, perdona a todo aquel que, sin conciencia y sin libertad, ha tomado esa determinación fatal; dejen en manos de Dios la salvación de sus almas; oren por ellos, confíen en Él y busquen estar en paz”.
El caso de Alexis
El 23 de marzo de 2020, cuando las autoridades civiles del país establecieron la Jornada Nacional de Sana Distancia, conocida también como “cuarentena”, con motivo de la pandemia de Covid 19, la mayoría de la gente hablaba de que tal vez no tendrían que cumplirse los cuarenta días de aislamiento, que quizás sería cuestión de un par de semanas para que la vida de todos volviera a la normalidad.
Pero las dos semanas calculadas quedaron atrás. Se llegó después al mes de aislamiento sin cambio de noticias. Y tras mes y medio de encierro, en la familia de Juan comenzó a vivirse una situación crítica relacionada con su hijo Alexis. Pero tal vez -pensaba él- como en la mayoría de los hogares, no sólo de México, sino del mundo entero.
“Nosotros somos de Toluca, Estado de México -platica Juan-, y nuestro hijo Alexis, de 14 años, estaba viviendo esos días con mucha ansiedad; el encierro había comenzado varias semanas atrás, y él no lo estaba soportando: extrañaba reunirse con sus amigos, no sabía qué hacer en casa y todo el tiempo se la pasaba metido en dispositivos electrónicos”.
El problema de Alexis empeoró en cuestión de días: el uso de dispositivos móviles ya era para él algo imperioso; no dormía ni de día ni de noche y tenía un comportamiento muy ansioso; de pronto comenzó a oír voces, e incluso llegó a manifestar su propósito de suicidarse. “En realidad no creíamos que lo fuera hacer, pensábamos que era sólo una amenaza de adolescente. Sin embargo, el día 19 de mayo mi hijo que quitó la vida”.
Juan comenta que tras el shock, comenzó un sufrimiento demasiado grande, complicado por un proceso legal largo debido al tipo de muerte; y después otras cosas muy dolorosas, como informar a la gente conocida; llevar a cabo el funeral; pedir discreción a las personas, y sentir el tormento de todos los pensamientos que se agolpan en la cabeza.
“Y entre esos pensamientos, había uno muy tormentoso -comenta Juan-: que el alma de nuestro hijo no podría ir al cielo. Esto por el estigma que pesa sobre el suicida; se tiene una idea muy generalizada de que Dios castiga de esa manera a quienes se quitan la vida”.
Pasado el tiempo, Juan acudió a un retiro a la Ciudad de México, al final del cual pudo platicar con el padre, a quien le explico lo sucedido. La respuesta del padre fue la siguiente: “Dios todo lo perdona. Tú hijo está con Él”. Aunque Juan sintió un gran alivio en esa respuesta, en algún tiempo la duda volvió a instalarse en su cabeza.