Papas que cambiaron el mundo por medio de la ciencia
A lo largo de la historia, varios religiosos prominentes han rendido gloria a Dios a través de la ciencia, demostrando que la fe y el conocimiento no están en conflicto.
Robert Prevost se convirtió en el primer papa agustino y tiene estudios en Derecho Canónico, pero también es matemático. Sin embargo, no es el primer pontífice en la historia de la Iglesia Católica con estudios en números, medicina, astronomía u otras disciplinas científicas con aportes que cambiaron el mundo tal como lo conocemos.
A lo largo de la historia, varios religiosos prominentes han rendido gloria a Dios a través de la ciencia, demostrando que la fe y el conocimiento no están en conflicto.
Silvestre II
Comencemos con Silvestre II, quien gustaba mucho del ábaco, una herramienta empleada antiguamente en la realización de cálculos aritméticos como sumas, restas, multiplicaciones y divisiones. Su apoyo fue tal que influyó en la adopción del sistema decimal y la herramienta de cálculo en Europa en el periodo medieval.
Además, a él se le atribuye el “Tratado del astrolabio”, un curioso instrumento astronómico que se usó para determinar la ubicación de los astros. También se afirma que este papa construyó una esfera armilar. No obstante, su brillo intelectual causó celos y llevó a algunos a acusarlo de ser un “mago”, lo que alimentó una injusta leyenda negra en su contra.
Juan XXI, un Papa médico
Otro pontífice que destacó en el ámbito científico fue Juan XXI. Además de sus estudios en teología, se formó como médico y escribió diversos textos relevantes en su campo. Uno de ellos se centró en la salud ocular, a pesar de que en su época aún no existía formalmente la especialidad de la oftalmología.
Además, dominaba temas como física, metafísica y lógica. Escribió un libro llamado Thesaurus pauperum, un manual de salud accesible para todos.
Gregorio XIII
No podía faltar el Papa Gregorio XIII. Aunque era doctor en derecho canónico y no precisamente científico, su obra tuvo repercusiones impactantes con un legado patente en nuestros días. Fue él quien constituyó la llamada “Comisión del Calendario” que derivó en una reforma que eliminó en un segundo 10 días de nuestro calendario.
Para esa época, las fechas se basaban en el calendario juliano, llamado así en honor a Julio César. Sin embargo, para calcular los días se establecía como duración de 1 año la suma de 365 días y cuarto. El cálculo era bien simple: cada cuatro años se adicionaba 1 día, lo que dio origen al año bisiesto.
Parecía perfecto, pero esa cuenta arrastraba un error. Se consideraba como un año al tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta completa alrededor del Sol, lo que requiere 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45 segundos. El problema era que en el cálculo juliano se redondeaba a 6 horas, una aproximación que obviaba 11 minutos por año.
Aunque parecería poco, al cabo de 1500 años el acumulado completó 10 días y acabó por afectar la fecha de Pascua, lo que motivó la intervención de la Iglesia.
Gregorio XIII convocó a astrónomos brillantes e hizo un equipo de lujo con las mentes más destacadas de su época, incluyendo a Luis Lilio y Cristóbal Clavio, un astrónomo jesuita que era amigo de Galileo Galilei.
La comisión hizo los estudios solicitados por el papa. Y una vez revisados, el pontífice estableció que del 4 de octubre de 1582 se pasaría directamente al viernes 15 de octubre de 1582, por lo que desde entonces el mundo comenzó a regirse según el actual calendario gregoriano. Así, desapareció el error… ¡Pero también desaparecieron con él diez días!
También hay una extensa lista de Papas que sin ser científicos de formación han tenido un pontificado relevante para la ciencia. En la historia reciente figura Juan Pablo II, quien reestructuró la Pontificia Academia de las Ciencias y rehabilitó a Galileo Galilei.
Por su parte, el Papa Francisco era técnico químico. Y el Papa Benedicto XVI escribió abundantes textos en defensa de la armonía entre ciencia y fe. Mientras que su antecesor, Benedicto XIV, impulsó la realización de estudios científicos en el Vaticano, defendió el método científico en el contexto católico y apoyó las disecciones con fines médicos.
Otros religiosos en la ciencia
Mendel, padre de la genética
Otro agustino famoso es el científico Gregorio Mendel, fraile cuyos aportes le ganaron el título de padre de la genética moderna. Su cuidadosa experimentación le permitió descubrir que diversos rasgos, como la forma y el color, no son asignados de forma aleatoria sino que dependen de la herencia siguiendo reglas precisas.
Mientras intercalaba sus investigaciones con la oración, realizó el cruce de una amplia variedad de guisantes hasta demostrar que el Creador había puesto normas divinas en la naturaleza. Los hallazgos científicos de Mendel ocurrieron siendo abad de un monasterio en Berno. Y sus rigurosos aportes sentaron las bases de las leyes de la herencia y la genética moderna.
Sin embargo, no todos los sacerdotes que contribuyeron a la ciencia son ampliamente reconocidos. Del mismo modo, en muchos casos se olvida que varios científicos célebres también eran hombres de fe. Un ejemplo claro es Nicolás Copérnico, quien formuló la teoría heliocéntrica, según la cual la Tierra gira alrededor del Sol. Este modelo revolucionario sentó las bases para el desarrollo de la astronomía moderna y fue clave para la creación de observatorios científicos como los que hoy utiliza la NASA.
Georges Lemaître y el Big Bang
Por su parte, Pío XII no solo promovió el diálogo entre la ciencia y la fe, sino que fue más allá al respaldar públicamente la teoría del Big Bang, formulada por un científico católico. Se trata de Georges Lemaître, un brillante sacerdote belga cuya propuesta revolucionó la cosmología moderna. Lemaître, además, sostuvo un respetuoso pero firme debate con Albert Einstein, y desarrolló su teoría dentro de un marco que integraba los límites filosóficos y teológicos con el pensamiento científico.
Miriam Stimson y Mary Kenneth
Si bien muchos de estos protagonistas fueron hombres, también hay mujeres consagradas cuya fe y pasión científica dejaron una huella imborrable.
La hermana dominica Miriam Stimson es una de ellas. Fue la segunda mujer en brindar una conferencia en la universidad La Sorbona de París, algo que hasta entonces sólo había conseguido hacer Marie Curie.
Realizaba sus investigaciones en medio de oraciones entre su convento y las casas de estudio en las que daba clases. A lo largo de su vida, realizó aportes para la comprensión del ADN y sumó nobles esfuerzos en la lucha contra el cáncer.
Otra dama notable fue Mary Kenneth Keller, una religiosa perteneciente a las Hermanas de la Caridad. Contaba con una maestría, pero no en teología, sino en Física y Matemáticas. Su nombre figura en el desarrollo del lenguaje informático de programación BASIC que sirvió de base para crear sistemas operativos como Windows.
En el pasado reciente, Benedicto XVI dijo que “los científicos encontrarán el apoyo de la Iglesia… porque ha recibido de su divino Fundador la misión de guiar las conciencias de los hombres hacia el bien, la solidaridad y la paz”. Sin embargo, advirtió que “la libertad, como la razón, es una parte preciosa de la imagen de Dios en nosotros, y no puede reducirse nunca a un análisis determinista”. (Benedicto XVI, 2006)