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Fiestas religiosas, patrimonio compartido entre Iglesia y pueblo de México

Las fiestas religiosas en México son verdaderas esferas devocionales que articulan la vida social y la identidad étnica de numerosos pueblos.

Fiestas religiosas, patrimonio compartido entre Iglesia y pueblo de México
Jesús Resucitado de Iztapalapa

Las fiestas de Cuaresma, Semana Santa, Pascua y Corpus Christi en México son un intrincado “complejo ritual” que supone la concatenación de celebraciones en torno a un tronco común.

Las celebraciones litúrgicas católicas propias de este tiempo se viven en la intimidad de las colonias, barrios y pueblos en indisociable unión con las fiestas populares que articulan la identidad y unión social de estas comunidades.

Desde el Observatorio Intercontinental de la Religiosidad Popular de la Universidad Intercontinental (UIC) se ha documentado cómo esta integración cultural de la religión católica con las costumbres y tradiciones de los pueblos de origen mesoamericano, son un valioso testimonio histórico de procesos culturales de larga duración en cuanto a negociaciones e intercambios interculturales, así como una luz de esperanza en cuanto a la posibilidad real de sana convivencia sin la pretensión de aniquilación de lo diverso, recordándonos nuevamente que la vocación propia del mestizaje es la unidad.

Por ejemplo, el tiempo de Cuaresma como preparatorio espiritual desde el miércoles de ceniza hasta la Semana Santa, es motivo también –desde la religiosidad popular- para la celebración de ferias y fiestas de santos que cada viernes congregan a una región en un pueblo específico en derredor de fiestas religiosas: misas, danzas, procesiones, mandas, rosarios, etc. Pero también la feria comercial del lugar que atrae pueblos muy distantes fortaleciendo lazos solidarios de intercambio y convivencia regional.

Tal es el caso de las ferias de la región de Cuautla que registrara Bonfil Batalla en los setentas y que aún hoy congrega y hermana en un ciclo festivo de cuaresma y semana santa a las poblaciones del estado de Morelos: Cuautla, Atlatlauhcan, Yecapixtla, Oaxtepec, Mazatepec, Amayucan, Tlayacapan, Tepoztlán con las del estado de México: Chalma, Ocuilan, Amecameca, Tepetlixpa, y con otras de la Ciudad de México, como Iztapalapa, Milpa Alta, Xochimilco, Cuajimalpa, en una red de interrelaciones e intercambios rituales en cuanto a las portadas de flores para los templos, las ofrendas a los santos y bienes que se proveen para los fieles en estas celebraciones.

Por ejemplo, las dos portadas de flores que se colocan en el atrio del santuario del Señor de Tepalcingo el quinto viernes de cuaresma son ofrendadas cada año por los habitantes de Xochimilco, mientras que la portada interna del santuario, tras el altar cada año es ofrendada por Iztapalapa. Es un compromiso entre comunidades, un hermanazgo social que une fuertemente a los habitantes de Tepalcingo Morelos, con estas demarcaciones de la Ciudad de México. Esto es una constante en Morelos y Estado de México, pero también en estados como Tlaxcala, Puebla, Hidalgo, Oaxaca, Querétaro, entre otros.

En este sentido, las celebraciones de cuaresma y semana santa en México, vividas bajo el influjo de la religiosidad popular son verdaderas esferas devocionales regionales que articulan la vida social y la identidad étnica de numerosos pueblos de una misma región que han aprendido a convivir y relacionarse sanamente a pesar de sus diferencias interculturales en la activa participación socio-religiosa-cultural y económica de estos complejos festivos.

La fiesta religiosa no se escinde de la parte eclesiástica oficial, la presencia del clero y las actividades litúrgicas son innegables, pero rebasan esta mera dimensión piadosa-devocional para integrar en su complejidad social la identidad de cada pueblo participante, y a su vez, también integran una identidad regional donde se reconoce la convivencia vecinal de numerosos pueblos que a pesar de sus diferencias locales étnicas, conforman una visión conjunta de un “nosotros” claramente diferenciado del resto “mestizo” de la población nacional asentada en las ciudades donde ya no se vive “el costumbre”.

Además de esta reflexión, conviene recordar en una coordenada histórica, la profunda raíz del teatro misionero en el territorio mexicano desde la primera evangelización del siglo XVI, el viacrucis viviente, las procesiones con los cristos, muchos de ellos aún movibles (imágenes de cristos de tamaño natural con todas las articulaciones del cuerpo, ojos de vidrio, pelo natural que son llevados en procesión, crucificados, desprendidos de la cruz y enterrados) son prácticas cultuales que fueron fuertemente promovidas por los frailes mendicantes en su pedagogía catequética primigenia entre los indígenas, y aceptada con profundo entusiasmo por los catecúmenos nativos, tan afectos a la imagen, realismo, materialidad y presencia tangible en medio del pueblo.

No cabe duda que las celebraciones de cuaresma, semana santa, Pascua y próximamente Corpus Christi en nuestro México contemporáneo son un verdadero patrimonio compartido entre la Iglesia y el pueblo, entre una fe y una liturgia propias que son parte de una herencia recibida hace medio milenio pero también adaptada e internalizada desde las culturas locales que han signado esa liturgia con sus propios valores y su propia sensibilidad frente a lo Sagrado logrando una verdadera “liturgia inculturada” como señala la exhortación apostólica “Querida Amazonía”, lo cual, insistimos, es un patrimonio conjunto de una Iglesia local inculturada que ofrece su propias vivencia local de su fe a la Iglesia Universal.

*El Dr. Ramiro Gómez es Director del Observatorio Intercontinental de la Religiosidad Popular de la Universidad Intercontinental.



Autor

Es director del Observatorio Intercontinental de la Religiosidad Popular de la Universidad Intercontinental (UIC).