¿Es pecado dudar de Dios en algún momento?
Para saber si ¿es pecado dudar de Dios?, tienes que leer este artículo en donde damos rápidamente respuesta a esta pregunta.
Si te has preguntado: ¿Es pecado dudar de Dios? ¡Aquí te compartimos la respuesta!
¿Pecamos al dudar de Dios? Dicho en términos muy simples, la respuesta corta es “sí”. Pero responder adecuadamente a esa pregunta exige un análisis amplio, el cual incluye múltiples consideraciones y diversos matices:
“Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su amor”, según enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (cf 2087). Mientras que san Pablo habla de la “obediencia de la fe” (Rm 1, 5; 16, 26) como una primera obligación.
Más aún, el santo hace ver en el “desconocimiento de Dios” el principio y la explicación de todas las desviaciones morales. Por ello, “nuestro deber con Dios es creer en Él y dar testimonio de Él”.
De igual manera, el primer mandamiento de la Ley de Dios nos pide que alimentemos y guardemos con prudencia y vigilancia nuestra fe y “rechacemos todo lo que se opone a ella”. En este aspecto, hay diversas maneras de pecar contra la fe:
Pecados contra la fe
Si bien “creer es un acto humano, consciente y libre, que corresponde a la dignidad de la persona humana”, también es cierto que “la fe es un don sobrenatural de Dios”. Por ende, es conferida. En efecto, “para creer, el hombre necesita los auxilios interiores del Espíritu Santo”. (cf CIC, 177 y 188).
Dicho lo anterior, se pueden presentar dos tipos de duda: la voluntaria y la involuntaria.
- “La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer”.
- “La duda involuntaria designa la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe, o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta”. (CIC 2088).
Además, si la duda “se fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu”.
Ahora bien, eso no quiere decir que sea pecado tener ciertos pensamientos, sufrir tentaciones o situaciones ocasionales de incertidumbre. El pecado estaría en consentirlas, no en sufrir esas tentaciones.
La certeza de María
En la biblia hay dos momentos muy específicos que muestran respuestas distintas a situaciones parecidas que tienen que ver directamente con la duda y la fe. Ambos episodios los registra el evangelio de Lucas y en los dos se nos presenta con un anuncio el ángel Gabriel:
Cuando el enviado de Dios le dice a Zacarías: “No temas, que tu petición ha sido escuchada, y tu mujer Isabel te dará a un hijo”, el anciano replica con duda: “¿Qué garantía me das de eso?”. El ángel lo castiga “por no haber creído” sus palabras (cf Lc 1, 10-20).
El arcángel también se presenta a la Virgen María con el plan de la salvación de Dios, según el cual Ella se convertiría en la Madre del Redentor. “María se turbó ante estas palabras, pero el Ángel del Señor la consoló diciendo: ‘No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios’”.
“De esta forma, María pronuncia su gran ‘sí’. Este ‘sí’ a ser sierva del Señor es la afirmación confiada al designio de Dios y a nuestra salvación. Y, finalmente, María nos dice este ‘sí’ a todos nosotros, que bajo la cruz fuimos confiados como hijos suyos” (cf. Jn 19, 27).
Sobre este pasaje bíblico, explicará el papa Benedicto XVI que, a diferencia de Zacarías, la Virgen María “nunca pone en duda esta promesa”.
Por eso se le llama feliz, “más aún, bienaventurada, porque creyó en el cumplimiento de lo que le había dicho el Señor (cf. Lc 1, 45)”. (Benedicto XVI, 25 de septiembre 2011).
Noche oscura de fe
Ahora bien, la duda no es ajena, ni tampoco la sensación de “abandono”. Así lo certifican los muchos testimonios de santos que pasaron por etapas particulares de angustia como parte de la llamada “noche oscura” de la fe. Un personaje que la vivió con particular dureza fue san Juan de la Cruz, cuya vida apasionaba especialmente al papa Juan Pablo II.
“El Doctor Místico enseña que en la fe es también necesario desasirse de las criaturas, tanto de las que se perciben por los sentidos como de las que se alcanzan con el entendimiento, para unirse de una manera cognoscitiva con el mismo Dios. Ese camino que conduce a la unión, pasa a través de la noche oscura de la fe”.
“Una de las cosas que más llaman la atención en los escritos de San Juan de la Cruz es la lucidez con que ha descrito el sufrimiento humano, cuando el alma es embestida por la tiniebla luminosa y purificadora de la fe”, dirá el pontífice.
“Nos enseña la necesidad de una purificación pasiva, de una noche oscura que Dios provoca en el creyente, para que más pura sea su adhesión en fe, esperanza y amor. Sí, así es. La fuerza purificadora del alma humana viene de Dios mismo. Y Juan de la Cruz fue consciente, como pocos, de esta fuerza purificadora. Dios mismo purifica el alma hasta en los más profundos abismos de su ser, encendiendo en el hombre la llama de amor viva: su Espíritu”.
Dolor y abandono
“El hombre moderno, no obstante sus conquistas, roza también en su experiencia personal y colectiva el abismo del abandono, la tentación del nihilismo, lo absurdo de tantos sufrimientos físicos, morales y espirituales. La noche oscura, la prueba que hace tocar el misterio del mal y exige la apertura de la fe, adquiere a veces dimensiones de época y proporciones colectivas”.
“También el cristiano y la misma Iglesia pueden sentirse identificados con el Cristo de San Juan de la Cruz, en el culmen de su dolor y de su abandono. Todos estos sufrimientos han sido asumidos por Cristo en su grito de dolor y en su confiada entrega al Padre. En la fe, la esperanza y el amor, la noche se convierte en día, el sufrimiento en gozo, la muerte en vida”,
Insiste el papa Juan Pablo II, “la Subida del Monte y la Noche oscura culminan en la gozosa libertad de los hijos de Dios en la participación en la vida de Dios y en la comunión con la vida trinitaria (cf. Cántico espiritual, 39, 3-6)”.
Y agrega: “Sólo Dios puede liberar al hombre; éste sólo adquiere totalmente su dignidad y libertad, cuando experimenta en profundidad, como Juan de la Cruz indica, la gracia redentora y transformante de Cristo. La verdadera libertad del hombre es la comunión con Dios”. (cf Juan Pablo II, 4 de noviembre de 1982).
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