¿Cuáles leyes se violaron durante el juicio a Jesús de Nazaret?
El juicio al que sometieron a Jesús, los líderes religiosos y el gobernador de Jerusalén estuvo plagado de diversas violaciones a las leyes.
En la Semana Santa un tema recurrente es hablar del juicio a nuestro Señor Jesucristo por las autoridades religiosas y políticas de Judea. El tema puede abordarse desde distintas perspectivas.
Desde un punto de vista procesal-judicial, constataríamos muchas irregularidades. Comenzando por el “soborno” que desencadena el juicio, que muestra no sólo la traición de Judas, sino también la falta de integridad de las autoridades religiosas, abiertamente reprobada por la legislación mosaica (Ex 23,8).
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El juicio a Jesús violó las leyes de Moisés y de Roma
En efecto, los evangelios muestran que el proceso carece de pruebas que apoyen la acusación y la ausencia de una defensa adecuada, en contra de lo establecido en las leyes mosaicas (Dt 19,15-21) y también en las romanas. Además de calumnias y falsos testimonios contra Jesús con ánimo de darle muerte, se dieron vejaciones y malos tratos: se pusieron a escupirle en la cara y a abofetearle (Mt 26,67).
Tras un proceso “religioso” que vulnera las garantías más elementales, ante la ausencia de pruebas concretas, Pilato preguntó a la multitud sorprendido: ¿Qué mal ha hecho? Los Sumos Sacerdotes y el Sanedrín judío habían buscado pruebas contra Jesús para su condena a muerte, por medio de falsos testigos, pero los testimonios no coincidían. Y el procurador romano, intentando aplicar las reglas de la justicia romana previstas en un proceso imparcial, termina por admitir la inconsistencia de las acusaciones.
Ante la evidente violación del procedimiento, opta por distanciarse simbólicamente lavándose las manos ante la multitud y declara: Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis (Mt 27,24). Hace esto a pesar de que la ley romana enfatizaba la importancia de un juicio justo protegiendo la presunción de inocencia, principio que acabaría recogido en el Digesto donde se enseña que es mejor dejar impune a un culpable que castigar a un inocente (Dig. 48.19.5 pr.).
La sentencia de muerte a Jesús fue preconcebida
En fin, Jesús no tuvo a nadie que lo defendiera; es más, se le pidió una declaración expresa cuando el Sumo Sacerdote judío le pregunta: “Yo te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios” (Mt 26,63). ¿Por qué su declaración le hace reo de muerte? La farsa de este juicio y la injusta condena es constatada por el propio Pilato, quien termina por reconocer: le he interrogado ante vosotros y no he encontrado en él ningún delito (Lc 23,14).
Por tanto, estamos no sólo ante un juicio realizado por hombres inicuos, con una sentencia preconcebida. Es un juicio en el que los hombres se erigen en jueces de su Dios y lo condenan a muerte, negándose a reconocer su condición divina, y afirman que “debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios” (Io 19,7).
Sin embargo, poner la atención en la prevaricación de los hombres es casi perder el tiempo, porque eso no es lo más importante. Deberíamos poner nuestra atención más en la verdad revelada por Cristo, verdad que se torna de un modo máximamente elocuente con su muerte en la Cruz, pues nadie me quita la vida, dice el Señor, soy yo quien la da para la vida del mundo. Tengo poder para darla y volverla a tomar (Io 10,18). En lugar de mirar las obras malas de los hombres, interesa más ver las obras de Dios, cómo Dios actúa.
¿Por qué condenaron a Jesús a la cruz?
Fijemos entonces nuestra atención en la causa de la condena, escrita como título en la cruz: IESUS NAZARENUS REX IUDAEORUM.
En su primer interrogatorio Pilato preguntó: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Jesús responde: ¿Dices eso por tu cuenta o es lo que otros te han dicho de mí? El Señor asume el calificativo del procurador romano, pero claramente le dice que su reino no es de este mundo, y añade: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz (Io 18,37).
Y aquí encontramos el tema central del evangelista Juan: la verdad, la verdad sobre la identidad de Jesucristo, el Logos divino, la verdad como después se manifestará al discípulo amado en el Apocalipsis: soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que ha de venir, el Omnipotente. En esta visión de la majestad divina Juan cae a sus pies como muerto, pero Jesús le dice: No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que Vive, fui muerto, pero vivo por los siglos de los siglos.
Juan contempla aquí la verdad sobre la Persona de Cristo y su mirada espiritual es la más profunda. Sólo quien cree en Jesucristo, en cuya Persona divina se unen las naturalezas divina y humana sin confusión, puede entender el evangelio de Juan y su Apocalipsis.
Pienso que este telón de fondo es lo que hemos de mirar al contemplar la pasión de Cristo, que nos muestra el misterio de la piedad de Dios con los hombres. Así su palabra más elocuente es el silencio del Cristo muerto en la cruz; de ahí brota la vida, la vida eterna para quienes creen en Él. Éste es el gran misterio de la fe, según San Pablo, “manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, mostrado a los ángeles, predicado en las naciones y creído en el mundo, ascendido en gloria” (1 Tim 3,16).