Homilía del Arzobispo Carlos Aguiar en la Ordenación de Presbíteros
Homilía en la ordenación de 10 nuevos sacerdotes para la Arquidiócesis de México.
“Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedaran sin perdonar” (Jn. 20, 23).
Qué importante encomienda hemos recibido de Cristo, los que hemos sido llamados y quienes hemos aceptado el reto de ser transmisores de la misericordia de Dios. Sin embargo, para tan grande tarea, nos transmite el Espíritu Santo, no nos deja solos, vamos bien acompañados. La única condición es que nos mantengamos en comunión con la Iglesia y en obediencia a Dios, a través del reconocimiento y la aceptación de la autoridad del Obispo propio y del Papa, Sucesor de San Pedro.
San Pablo en la segunda lectura expresa: “Nosotros ya no juzgamos a nadie con criterios humanos. Si alguna vez hemos juzgado a Cristo con tales criterios, ahora ya no lo hacemos. El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado; ya todo es nuevo”. En Cristo y con Cristo crecemos y desarrollamos una nueva manera de pensar al asumir los criterios evangélicos, y con ellos iluminamos y orientamos nuestra conducta para que sea digna de la misión encomendada, y así nuestras relaciones con los demás den testimonio fidedigno, de quien nos ha enviado.
De esta manera el Espíritu Santo nos reconcilia, nos capacita y nos acompaña para actuar en nombre de Cristo. Así lo afirma San Pablo: “Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y que nos confirió el ministerio de la reconciliación…Nosotros somos embajadores de Cristo, y por nuestro medio, es como si Dios mismo los exhortara a ustedes”.
Los presbíteros entre sí integran una familia, llamada a mostrar la comunión y la unidad en este mundo tan diverso, y en este tiempo tan desafiante en que la fractura cultural dificulta la transmisión de la fe y la relación intergeneracional. Somos conscientes que la personalidad de cada uno es diferente, y esa es una riqueza para solidariamente apoyarse y auxiliarse entre sí, ante los grandes retos, que especialmente en nuestro tiempo debemos afrontar.
No es fácil lograrlo, pero con la ayuda de los sacerdotes maduros en edad y experiencia, y con la mutua corresponsabilidad entre las distintas generaciones, y apoyados por la espiritualidad de la comunión, crecerá nuestra esperanza.
Con la confianza en la indispensable ayuda del Espíritu Santo, que guía y orienta a la comunidad eclesial, estos diáconos, antes de ser ordenados presbíteros expresarán su compromiso de orar por la Iglesia y por sí mismos, de atender con caridad a la comunidad de fieles que les encomiende, y de aceptar con espíritu de obediencia las indicaciones y mandatos de su Obispo, ahora a mí y después a mis sucesores.
Ponemos a estos ya inminentes presbíteros, en manos de nuestra Madre, María de Guadalupe, para que sean modelados por su tierna y maternal intercesión.
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