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Homilía del Arzobispo Carlos Aguiar en el V Domingo de Pascua

Homilía del Arzobispo Primado de México en la Basílica de Guadalupe.

10 mayo, 2020
Homilía del Arzobispo Carlos Aguiar en el  V Domingo de Pascua
Misa dominical en la Basílica de Guadalupe. Foto: INBG/Cortesía.

“En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones… voy a prepararles un lugar. Cuando me vaya… volveré y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes.” (Jn 14, ).

Parece que los discípulos empiezan a entender y a considerar que Jesús habla claramente, hay una mansión que es de su Padre, y en ella, pueden caber todos ellos. Se acabará ya la etapa de caminar a la ventura, buscando cuevas, refugios para pasar la noche, o en el mejor de los casos llegar a casa de amigos.

¿Tomás le dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Astutamente Tomás considera indispensable ubicar dónde está la casa, para buscar la mejor ruta. Felipe por su parte, considera que bastaría conocer al Padre de Jesús, por eso le dice: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le replicó: “Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces?

Jesús los sorprende diciendo: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino es por mí. El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¡Qué paradoja! El camino desconocido lo tienen a la vista, ante sus ojos, y no se dan cuenta.

Los discípulos comienzan a plantear sus inquietudes, y con ellas, revelan su visión miope de la realidad, no alcanzan a vislumbrar la trascendencia, ni la relación de esta vida con la otra.

Solamente la muerte en cruz y la resurrección de entre los muertos les abrirá la mente y el corazón para entender lo que ahora no comprenden: Esta vida es camino para la eternidad.

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Esta relación es fundamental para encontrar el sentido de la vida terrena. Su importancia y su razón de ser, se la da la trascendencia. La vocación a la eternidad está en lo íntimo de nuestro ser, pues nadie quiere morir. Esta convicción es fundamental: la vida no termina con la muerte, genera la esperanza para afrontar con valentía las afrentas, las injusticias, el sufrimiento, y cualquier adversidad; porque Jesucristo nos ha preparado un lugar en la casa de Dios, Nuestro Padre, en la que hay muchas moradas.

Lamentablemente cuando no se descubre esta vida en relación con la vida eterna, el ser humano busca la felicidad pero no la encuentra, ni en el dinero, ni en el poder, ni en el placer; siempre aparece el deseo de algo más que no ha descubierto, una ansiedad que crece y que trata de satisfacerla, para lo cual se deja conducir por los instintos, las pasiones y tendencias corporales; pero siempre se queda peor que antes y se origina la adicción.

Este dinamismo genera en la sociedad el estilo creciente de una vida superficial, estresante, cuyo derrotero está llevando a muchos a vivir un individualismo egoísta y estéril, que perjudica a él mismo y a quienes entran en relación con él.

Por eso es necesario preguntarnos, ¿descubro la importancia de la trascendencia para entender la vida presente?¿Soy consciente que para descubrir la relación de esta vida con la eternidad es indispensable conocer, meditar y compartir la lectura de los Evangelios para conocer y seguir a Jesús?

Hoy celebramos en nuestra patria a la mujer madre, la que nos dio a luz. Me permito agradecer la tarea tan importante que realizan al transmitir la fe a sus hijos en la importante etapa de la infancia. Ahí es cuando se siembra la conciencia de nuestro destino a la eternidad. Ustedes son las primeras evangelizadoras de las nuevas generaciones. ¡Dios las bendiga siempre!

Por nuestra parte los Obispos, Presbíteros, Catequistas y demás agentes de pastoral prolongamos el acompañamiento espiritual de los fieles cristianos; por eso debemos orar siempre para que surjan vocaciones laicales al servicio pastoral, y especialmente al Sacerdocio Ministerial, pidiendo que permanezcan fieles a su ministerio.

A este respecto entenderemos mejor lo que hemos escuchado en la primera lectura sobre la decisión que toman los Doce Apóstoles en los inicios de la primitiva comunidad cristiana: “…como aumentaba mucho el número de los discípulos, hubo ciertas quejas …, de que no se atendía bien a las viudas en el servicio de caridad de todos los días. Los Doce convocaron entonces a la multitud de los discípulos y les dijeron: “No es justo que, dejando el ministerio de la Palabra de Dios, nos dediquemos a administrar los bienes. Escojan entre ustedes a siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encargaremos este servicio. Nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra”.

Este fue el inicio de los actuales Diáconos permanentes casados, dedicados al servicio de la administración de los bienes y de la caridad, que permitió a los Obispos y Presbíteros dedicarse a tiempo pleno a la formación y al acompañamiento espiritual y pastoral de los miembros laicos de la Iglesia.

Si llevamos a cabo nuestra tarea ministerial contaremos con discípulos fieles de Cristo, quienes con sus distintas presencias promuevan y den testimonio de una experiencia convincente, al manifestar la alegría y la esperanza de orientar su vida con plena coherencia de nuestro destino a la eternidad.

Con fieles cristianos organizados socialmente para dar testimonio de los valores que proclamó Jesús: actuar conforme a la verdad, con respeto a la libertad, y acorde a la justicia, ciertamente seremos testigos de la promesa de Jesús que escuchamos al final del Evangelio: “Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre”.

En este mes de mayo, dedicado a la Virgen María, el Papa Francisco nos ha enviado esta oración que ahora le dirigimos a Nuestra Madre, María de Guadalupe:

Madre amantísima, acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

Oh María, Consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa de esta terrible epidemia y que la vida pueda reanudar su curso normal con serenidad.

Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.

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