San Juan Pablo II fue un hombre excepcional, capaz de provocar en la gente, con tan solo verlo, una serie de sentimientos encontrados que iban de la risa al llanto, al punto de que muchos hablaban del “síndrome de Juan Pablo II”, que se daba de manera similar en muchos de los países que visitaba.
A veces bastaba un solo gesto, como el poner sus dos manos a la altura de los ojos, a manera de catalejos, o dejaba que su sonrisa estallara con la simpleza de un niño, como ocurrió cuando un payaso actuó para él en la Plaza de San Pedro. Estos gestos provocaban que multitudes se conectaran con él de manera afectiva y familiar.
A pesar de que se han escrito y publicado miles de páginas sobre los 26 años de su Pontificado, siempre habrá cosas nuevas qué decir, porque millones tuvieron la experiencia de encontrarse con él en el Vaticano, en las calles sobre el papamóvil o a través de los medios de comunicación.
Han transcurrido tres lustros desde su fallecimiento, y pareciera que fue ayer. Recuerdo a un mexicano con quien volé hacia Roma, y al que volví a ver ya de noche, acostado en el piso, a pocos pasos del Vaticano. Lo saludé y le pregunté si no tenía dónde quedarse, a lo que respondió: “No tengo hotel, pero quise venir a verlo porque él fue muchas veces a México”.
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Durante los funerales del Papa, que duraron nueve días, acudieron millones de personas de todo el mundo, haciendo largas filas, que se extendían por toda la Avenida de la Conciliación hasta el Río Tíber, para verlo sólo por unos cuantos segundos y despedirse de él. Estuvieron presentes algunos monarcas, presidentes y representantes de otras religiones, quienes le brindaron su afecto y un justo reconocimiento al gran hombre que fue.
Juan Pablo II nació el 18 de mayo de 1920 en Wadowice, Polonia, hijo de Karol Wojtyla y de Emilia Kaczorowska, y hermano menor de Edmund Wojtyła.
Bautizado el 20 de junio, recibió el nombre de Karol Joseph Wojtyla, y fue incorporado a la Iglesia a través de una familia practicante en donde él aprendió a vivir su fe comprometida y militante.
Su padre fue un militar, suboficial del ejército austriaco, cuando Polonia perteneció al Imperio Austrohúngaro y, después, del ejército de la Polonia independiente. Su madre fue hija de un talabartero.
A Lolus, sobrenombre del Papa en su infancia, le gustaba levantarse muy temprano, antes de irse a la escuela para ayudar en la Misa de su parroquia. Tenía afición especial por el deporte, y era un excelente estudiante.
A los nueve años, perdió a su madre, a la que recordó toda su vida. Sus estudios de secundaria los inició a los diez años, y allí comenzó a aprender alemán. Ya desde entonces poseía una gran facilidad para las lenguas extranjeras. Mostró también disposición para la literatura y la poesía.
A sus doce años perdió a su hermano mayor, Edmund, médico de Cracovia, quien murió contagiado por el tifus.
Al quedarse solos, creció la amistad entre padre e hijo.
La juventud de Karol siguió marcada por dos líneas: su militancia católica, ahora como presidente de la Sociedad Mariana a los 14 años, y su amor a las letras con ese enfoque especial del teatro. Karol se volvió actor bajo la dirección de un gran maestro fundador del “Teatro Rapsódico” que haría escuela en Polonia.
A los 18 años ingresó a la Universidad Jagellonica en la Facultad de Filosofía y Letras. Un año después tuvo que abandonar sus estudios porque Hitler invadió Polonia.
El primer intento del joven Karol fue ingresar, como su padre, al ejército polaco para defender su patria; pero la invasión fue tan rápida y eficaz que el ejército fue exterminado. Sólo le quedó soportar la tiranía nazi, y como intelectual, levantar el ánimo de sus compatriotas.
Debido a la escasez de alimentos que se vivía por la invasión, Karol y su padre pasaron hambruna, por lo que el joven Wojtyla se vio obligado a trabajar como obrero en una cantera y en una fábrica de productos químicos para evitar ser deportado a Alemania, como sucedió con varios de sus amigos judíos.
A la tristeza de la guerra se añadió la muerte de su padre en 1941. Quedó solo, sin ningún lazo familiar, ya no tenía a nadie en la tierra, tan sólo a su Madre en el cielo, a quien en ese tiempo aprendió a venerar bajo el nombre de Nuestra Señora del Carmen, en cuya espiritualidad fue iniciado por un sastre llamado Jan Tyranowski.
El 1° de noviembre de 1946, Karol fue ordenado sacerdote. Polonia vivía una época difícil, pues apenas liberada del yugo alemán, se convirtió en botín de guerra de la Unión Soviética, que la mantendría bajo su dominio hasta que los polacos lograron echarla mediante el movimiento Solidaridad.
Terminada la guerra, Karol fue enviado a Roma a continuar sus estudios en el Angelicum, de donde se graduó y posteriormente regresó a Polonia a dar cátedra de Teología. Su ministerio lo llevó a escribir una obra teatral titulada ‘El taller del Orfebre’, publicada bajo el pseudónimo ‘Andrzej Jawien’, en la que hablaba del Sacramento del Matrimonio. Por cierto, dicha obra se presentó en México cuando él lo visitó, siendo Papa.
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En 1958 fue nombrado obispo auxiliar de Cracovia y, a la muerte del Arzobispo Baraniak, se convirtió él e el Arzobispo, era el 13 de enero de 1964. Participó en el Concilio Vaticano II, de tal forma que aún se guarda memoria de su intervención, muy atinada, en la Constitución Gaudium et Spes.
Paulo VI lo nombró Cardenal y participó en el Cónclave en el que fue elegido su predecesor en un papado fugaz, Juan Pablo I. A la muerte inesperada de este Pontífice, Karol fue elegido Pontífice el 16 de octubre de 1978, el número 254, el primer Papa polaco y el primer Papa no italiano desde 1523.
El 28 de septiembre de 1978 hubo dos eventos relevantes en la vida de la Iglesia Católica, que tuvieron lugar de manera independiente, pero casi simultáneamente: por un lado, falleció el Papa Juan Pablo I (33 días después de que fuera electo), y en Polonia, el cardenal Karol Wojtyla celebraba en la Catedral de Wawel, Cracovia, 20 años como obispo.
La noticia de la muerte del Papa se dio al día siguiente, y fue el chofer de Wojtyla quien la escuchó en la radio y se la transmitió al cardenal mientras desayunaba. El cardenal Wojtyla respondió: “Dios actúa de maneras misteriosas, inclinemos la cabeza ante ellas”.
El 2 de octubre viajó a Varsovia, y a las 7:30 de la mañana partió en avión hacia Roma, acompañando al primado de Polonia, el arzobispo Wyszynski, para incorporarse a los funerales y al cónclave.
Después de dos días de votaciones, el 16 de octubre, a las 18:18 horas, la fumata blanca apareció sobre la Capilla Sixtina, y a las 19:15 horas, el cardenal Felici, desde el Palco de las Bendiciones, declaró: “Habemus Papam”, y reveló que su nombre sería Juan Pablo II, quien se convirtió así en el primer Papa polaco de la historia y el primero que venía de un país que pertenecía al bloque comunista.
Esa noche, el nuevo Papa dio su primera bendición Urbi et Orbi, y entre otras cosas dijo: “He tenido miedo al recibir esta designación, pero la he aceptado con el ánimo puesto en la confianza en Jesucristo y María Santísima”.
Luego dijo: “No se si me podré explicar en su… nuestra lengua italiana, pero si me equivoco, ya me corregirán”, y esto fue un primer acto de sencillez porque Wojtyla hablaba inglés, polaco, italiano, español, francés, alemán, portugués, croata, ucraniano, latín, griego antiguo y esperanto.
Tres meses después de su elección, Juan Pablo II visitó las Bahamas, Santo Domingo y México, donde inauguró la Conferencia de Obispos de América Latina que se celebró en Puebla. Aquel viaje dio la pauta a su ministerio: el Papa Peregrino o Papa viajero.
Y es que en México vio las multitudes que salían a las calles y caminos sólo para verlo pasar, de modo que entendió que era necesario salir del Vaticano, y sin duda, fue un pionero en la visión de una Iglesia en salida.
En sus 26 años de Pontificado visitó 129 países (580 ciudades), recorrió más de un millón 100 mil kilómetros, nada más en sus viajes internacionales, porque en Italia realizó 137 viajes y visitó 257 ciudades, algunas de ellas varias veces.
Esta nota sobre san Juan Pablo II fue actualizada por última vez el 18 de mayo de 2023.
Carlos Villa Roiz es periodista especializado en religión.
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