Los cruzados escondieron este órgano; 800 años después, vuelve a sonar en Tierra Santa
Después de 800 años de silencio, el órgano de tubos más antiguo del mundo cristiano volvió a resonar en Jerusalén.
Después de 800 años de silencio, el sonido de un órgano de tubos considerado el más antiguo del mundo cristiano volvió a resonar en la Ciudad Vieja de Jerusalén, llenando el monasterio de San Salvador con un eco que conecta el presente con la fe medieval.
El instrumento, compuesto en parte por tubos originales del siglo XI, fue interpretado por el músico David Catalunya con el canto litúrgico Benedicamus Domino Flos Filius. La música se entrelazó con el tañido de campanas lejanas, ofreciendo un momento que asistentes describieron como profundamente espiritual.
“Fue extremadamente conmovedor escuchar cómo algunos de estos tubos cobraron vida después de unos 700 años bajo tierra y 800 años de silencio”, expresó a AP Koos van de Linde, experto en órganos que participó en la restauración.
Los investigadores creen que el órgano fue llevado a Belén por los cruzados, que lo usaron en la iglesia erigida en el lugar del nacimiento de Jesús. Ante la amenaza de invasiones musulmanas, lo enterraron con la esperanza de que un día volviera a sonar. Ese deseo, casi mil años después, se cumplió.
Para el director del Instituto Complutense de Ciencias Musicales de Madrid, Álvaro Torrente, escuchar el órgano es como “encontrar un dinosaurio vivo, algo que nunca imaginamos ver de pronto hecho realidad ante nuestros ojos y oídos”.
El órgano será resguardado en el museo Terra Sancta de Jerusalén, pero su música ya ha abierto la puerta a un proyecto mayor: reproducir copias que permitan que iglesias en distintas partes del mundo revivan el mismo sonido que un día acompañó a las primeras comunidades cristianas en Tierra Santa.
“Este conjunto de información nos permite reconstruir exactamente cómo se fabricaban los tubos hace mil años”, dijo Catalunya, subrayando que el redescubrimiento no solo es musical, sino también espiritual, porque devuelve a la liturgia un eco que los cruzados confiaron a la eternidad.