La Navidad llegó a la Plaza de San Pedro del Vaticano
El Papa aseguró que colocar el Nacimiento en los hogares es una tradición que no debe perderse.
Este jueves 5 de diciembre fue encendido el árbol de Navidad e inaugurados los dos Nacimientos que adornan la Plaza de San Pedro y el Aula Pablo VI, en El Vaticano.
El Papa Francisco recibió en audiencia general a los donadores, a quienes agradeció su generosidad. “Deseo de todo corazón a ustedes, a sus conciudadanos y a todos los habitantes de vuestras Regiones, que pasen con serenidad y fraternidad la Navidad del Señor”.
El árbol, un imponente abeto de 26 metros de altura, fue donado por el Consorcio de Usos Cívicos de Rotzo-Pedescala y San Pietro, de la provincia de Vicenza.
Su iluminación, a cargo del Departamento de Infraestructura y Servicios del Governatorato y de la empresa Osram es de última generación, para limitar el impacto ambiental y el consumo de energía.
El Nacimiento de la Plaza proviene de Scurelle, en la provincia italiana de Trento, y está hecho casi en su totalidad de madera, con algunos troncos de las áreas afectadas por las tormentas de noviembre de 2018, que devastó la zona norte de Italia.
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“Los troncos de madera, procedentes de las zonas afectadas por las tormentas, que sirven de telón de fondo al paisaje – puntualizó el Pontífice – subrayan la precariedad en la que se encontraba la Sagrada Familia en esa noche en Belén”, dijo el Santo Padre.
En tanto, el Pesebre artístico colocado en el Aula Pablo VI, fue creado por los voluntarios del “Grupo Pesebre Artístico Parè de Conegliano”, que durante casi 15 años ha estado creando belenes artísticos de diversos escenarios e inspiraciones, en las instalaciones de la parroquia “Beata Virgen María de Fátima”.
Francisco aseguró que el Nacimiento en los hogares es una tradición que no se debe perder, pues es “una manera auténtica de comunicar el Evangelio, en un mundo que a veces parece tener miedo de recordar lo que realmente es la Navidad, y borra los signos cristianos para conservar sólo los de un imaginario banal, comercial”.
“Es un signo sencillo y maravilloso de nuestra fe y no se pierde, es más, es bello que se transmita de padres a hijos, de abuelos a nietos”, explicó.