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Decálogo sobre la libertad Religiosa

La libertad Religiosa es un derecho fundamental de los seres humanos. En este artículo el padre Angel Lorente Gutiérrez explica por qué.

28 junio, 2023
Decálogo sobre la libertad Religiosa
La libertad religiosa es un derecho humano fundamental. (Foto: Especial)

Aprovechando esta fecha de lanzamiento del Informe Bianual de Libertad Religiosa, quiero presentarles este breve resumen sobre este derecho humano fundamental.

 

1.- Primero, constatar con dolor que en algunas regiones del mundo la profesión y expresión de la propia religión comporta un riesgo para la vida y la libertad personal. En otras regiones, se dan formas más silenciosas y sofisticadas de prejuicio y de oposición hacia los creyentes y los símbolos religiosos. (cfr. Intento de legislar por suprimir los nacimientos navideños del espacio público).

2.- Los cristianos son actualmente el grupo religioso que sufre el mayor número de persecuciones a causa de su fe. Muchos sufren cada día ofensas y viven frecuentemente con miedo por su búsqueda de la verdad, su fe en Jesucristo y por su sincero llamamiento a que se reconozca la libertad religiosa. Todo esto constituye una ofensa a Dios y a la dignidad humana; además es una amenaza a la seguridad y a la paz, e impide la realización de un auténtico desarrollo humano integral. (Cfr. Caritas in Veritate, 55-57)

3.- En la libertad religiosa se expresa la especificidad de la persona humana, por la que puede ordenar la propia vida personal y social a Dios, a cuya luz se comprende plenamente la identidad, el sentido y el fin de la persona. Por lo que negar o limitar de manera arbitraria esa libertad, significa cultivar una visión reductiva de la persona humana, oscurecer el papel público de la religión; significa generar una sociedad injusta, que no se ajusta a la verdadera naturaleza de la persona humana; significa hacer imposible la afirmación de una paz auténtica y estable para toda la familia humana.

4.- Es un patrimonio común. Podemos afirmar sin miedo a equivoco que, entre los derechos y libertades fundamentales enraizados en la dignidad de la persona, la libertad religiosa goza de un estatuto especialCuando se reconoce la libertad religiosa, la dignidad de la persona humana se respeta en su raíz, y se refuerzan las instituciones de los pueblos. Y viceversa, cuando se niega la libertad religiosa, cuando se intenta impedir la profesión de la propia religión o fe y vivir conforme a ellas, se ofende la dignidad humana, a la vez que se amenaza la justicia y la paz, que se fundan en el recto orden social construido a la luz de la Verdad y el Bien.

5.- Decía Benedicto XVI, La libertad religiosa significa también, en este sentido, una conquista de progreso político y jurídico. Es un bien esencial: toda persona ha de poder ejercer libremente el derecho a profesar y manifestar, individual o comunitariamente, la propia religión o fe, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, las publicaciones, el culto o la observancia de los ritos. No debería haber obstáculos si quisiera adherirse eventualmente a otra religión, o no profesar ninguna.

6.- La libertad religiosa no es patrimonio exclusivo de los creyentes, sino de toda la familia de los pueblos de la tierra. Es un elemento imprescindible de un Estado de derecho; no se puede negar sin dañar al mismo tiempo los demás derechos y libertades fundamentales, pues es su síntesis y su cumbre. Es un «indicador para verificar el respeto de todos los demás derechos humanos». (Cfr. Juan Pablo II, en su Discurso a la Asamblea de la Organización para la seguridad y la cooperación en Europa. 10 Octubre 2003)

7.- Instrumentalización peligrosa.  La instrumentalización de la libertad religiosa para enmascarar intereses ocultos, como por ejemplo la subversión del orden constituido, la acumulación de recursos o la retención del poder por parte de un grupo, puede provocar daños enormes a la sociedad. El fanatismo, el fundamentalismo, nunca se pueden justificar y mucho menos si se realizan en nombre de la religión. La profesión de una religión no se puede instrumentalizar ni imponer por la fuerza. Es necesario, entonces, que los Estados y las diferentes comunidades humanas no olviden nunca que la libertad religiosa es condición para la búsqueda de la verdad y que la verdad no se impone con la violencia sino por «la fuerza de la misma verdad»  (Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Dignitatis humanae  sobre la libertad religiosa, 1.)

 En este sentido, la religión es una fuerza positiva y promotora de la construcción de la sociedad civil y política.

8.- Es una cuestión de justicia y de civilización: el fundamentalismo y la hostilidad contra los creyentes comprometen la laicidad positiva de los Estados.  La misma determinación con la que se condenan todas las formas de fanatismo y fundamentalismo religioso ha de animar la oposición a todas las formas de hostilidad contra la religión, que limitan el papel público de los creyentes en la vida civil y política.

No se ha de olvidar que el fundamentalismo religioso y el laicismo son formas especulares y extremas de rechazo del legítimo pluralismo y del principio de laicidad. En efecto, ambos absolutizan una visión reductiva y parcial de la persona humana, favoreciendo, en el primer caso, formas de integrismo religioso y, en el segundo, de racionalismo. La sociedad que quiere imponer o, al contrario, negar la religión con la violencia, es injusta con la persona y con Dios, pero también consigo misma.

9.- Un punto, que me parece importante mencionar, porque lo vivimos muy de cerca en México.La reducción «liberal» de la libertad religiosa

El concepto de igualdad de los ciudadanos, que originalmente se limitaba a la relación legal entre el individuo y el Estado, de modo que cada miembro de un determinado sistema de gobierno se consideraba igual ante la ley en ese sistema de gobierno, se ha trasladado al mundo de la ética y de la cultura. De tal manera que en este traslado, la mera posibilidad de que una valoración moral diferente o una apreciación diferente de las prácticas culturales pueda ser superior a otras o contribuir al bien común en mayor medida que otras se ha convertido en un tema político controvertido. Según esta idea de neutralidad, el mundo de la moralidad humana debe ser democratizado. El vaciamiento del espíritu y de la cultura que resulta de la aplicación de esta ideología igualitaria y a-valorativa solo puede ser motivo de preocupación. Las prácticas educativas y los vínculos sociales de la comunidad se ven llevados a la parálisis de sus propios presupuestos. Además, parece inevitable observar que cuando tal Estado «moralmente neutral» comienza a controlar el campo de los juicios humanos, va tomando las características de un estado «éticamente autoritario». Y  el ejercicio de la libertad de conciencia —en cuyo nombre se impone la censura de toda valoración— termina por estar en constante peligro. En nombre de esta «ética de Estado», la libertad de las comunidades religiosas para organizarse según sus principios a veces se cuestiona indebidamente. 

10.- Agradecer a todos su interés por este tema, así como el seguimiento y apoyo que puedan dar a nuestro informe. Que no sea un evento puramente protocolar, sino que derive en compromisos de vida para todos.

Agradecer también a los Gobiernos que se esfuercen por aliviar los sufrimientos de tantos hermanos que sufren persecución o exclusión por causa de su fe, e invitar a los Católicos a rezar por sus hermanos que sufren violencias e intolerancias, y a ser solidarios con ellos.

Y, en consecuencia, exhorto a todos y cada uno de Ustedes a renovar su compromiso por la construcción de un mundo en el que todos puedan profesar libremente su religión o su fe, y vivir su amor a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente.

El mundo tiene necesidad de Dios. Tiene necesidad de valores éticos y espirituales, universales y compartidos, y la religión puede contribuir de manera preciosa a su búsqueda, para la construcción de un orden social justo y pacífico, a nivel nacional e internacional.Exijamos Libertad para todos, para Escucharlo, celebrarlo, seguirlo y proclamarlo. Incluso libertad para negarlo, pero nunca para prohibirlo o perseguirlo.