El camino hacia la Navidad

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Homilía del Card. Rivera en la Misa de las Rosas, en la Basílica de Guadalupe

Celebración del 12 de octubre del 2017.   En esta “Misa de las Rosas” celebramos varios acontecimientos importantes, como el llamado “Descubrimiento de América”, que es la llegada del Evangelio en este Continente; también este día es nombrado como el “Día de la Raza” pues es el encuentro de seres humanos que nunca se habían […]

Celebración del 12 de octubre del 2017.

 

En esta “Misa de las Rosas” celebramos varios acontecimientos importantes, como el llamado “Descubrimiento de América”, que es la llegada del Evangelio en este Continente; también este día es nombrado como el “Día de la Raza” pues es el encuentro de seres humanos que nunca se habían visto, y en ese momento se reconocen; así mismo, hoy es el aniversario de la Coronación Pontificia de nuestra amada y portentosa Imagen de Santa María de Guadalupe. Y, finalmente, en un día como hoy, fue el traslado de la Imagen a éste, su nuevo recinto sagrado, su Templo, que llamamos la Nueva Basílica.

 

Dios nos da su aliento y su palabra que nos hacen comprender lo que somos: hijos de Dios, y nos confirma en nuestra dignidad e identidad, ésta es la razón de nuestro vivir y existir, ya que hemos sido creados en el infinito amor de Dios para ser su Templo, hemos sido creados para ser familia de Dios, ser de su sangre y de su carne, especialmente integrados en la Eucaristía.

 

En la primera lectura se nos manifiesta la centralidad del Templo, cuya agua sana y sus frutos alimentan. El centro del Templo es Jesucristo que sana y salva; y en este templo Dios nos ha llamado a participar vitalmente, ya que somos templo de Dios y del Espíritu Santo. Precisamente, Santa María de Guadalupe es el Arca viviente de la Alianza, Ella trae en su Inmaculado vientre a Aquel que es la Alianza del amor misericordioso de Dios, Jesucristo nuestro Señor, Ella es quien nos pide que se edifique ésta, su “casita sagrada”, su templo, para manifestarlo a Él, ensalzarlo a Él y ofrecerlo a Él, Él que es su Amor Persona; un amor que se entrega a este pueblo elegido y así edificar la nueva civilización del amor que va más allá de fronteras y divisiones, que destruye todo individualismo mezquino y todo egoísmo destructivo, Y para lograr la edificación de la “casita sagrada” o Templo del amor de Dios, la Virgen de Guadalupe ofrece una señal para contar con la aprobación del obispo. Esta señal es por demás perfecta en la mentalidad indígena: ¡Flores! Pero todavía resulta más portentosa cuando en este marco de flores la misma Virgen Santísima, Arca viviente de la Alianza, se plasma en la tilma de san Juan Diego. Una Imagen de una doncella Madre de Dios, quien lo lleva en su Inmaculado Vientre, Ella es el primer tabernáculo del Dueño del cielo y de la tierra; Ella es quien lo cuida, lo alimenta, lo protege y lo ama. Y es Él, la alianza del Amor eterno del Padre, el centro de la “casita sagrada”, es decir, la Iglesia, la nueva civilización del amor de Dios, Iglesia que es ser familia y que se manifiesta en el amor a los demás.

 

Hoy, todavía estamos con heridas abiertas por los fenómenos naturales que han golpeado a nuestro pueblo, a todos los que formamos parte de esta familia de Dios; pero esto no nos ha doblegado, al contrario, nos ha fortalecido grandemente para lograr hacer una realidad la edificación de esta familia de Dios, esta “casita sagrada”, de este Templo, que tanto quiere la Virgen de Guadalupe. Los terremotos nos movieron y sacaron lo mejor de nosotros mismos, una fuerza enorme de la que todos fuimos testigos, una gran solidaridad, una gran actitud que surgió del alma y de la esencia de este pueblo, especialmente los jóvenes, a favor de los hermanos damnificados, un gran amor que se manifestó de manera fundamental en el rescate de tantas víctimas; y ahora mismo, seguimos siendo testigos de la constante recuperación y reedificación de este pueblo, con la ayuda de todos. Y Esto lo vimos y lo vivimos en nuestro amado país.

 

Ha nacido todo un vergel de flores primorosas en los puños cerrados para guardar silencio y escuchar la vida. Han nacido flores de Dios en las manos ensangrentadas al quitar escombros y arañar piedras para encontrar un corazón que palpita. Han embellecido flores divinas al dar agua a los sedientos y alimento a los hambrientos. Han aparecido hermosas flores en las manos de quien acaricia dando consuelo y alivia la tristeza del que sufre. Han surgido flores y cantos de jóvenes que no sólo alimentan con comida, sino que alimentan con la esperanza de un futuro con alegría. Han nacido flores de Dios en las manos que jalan los lazos de vida para sacar sobrevivientes. Han crecido flores de Dios al arriesgar la propia vida para que otro ser humano continúe con ella. Han surgido flores divinas que los jóvenes han hecho crecer con su enorme fe y su inquebrantable voluntad de ayudar. Han nacido flores de esperanza, llenas de una gran solidaridad en el amor. Han surgido hermosas flores llenas del canto de Dios en la voz de los jóvenes que han dado más que sus propios años para seguir de pie en esta tierra sagrada de México. Han despertado flores portentosas en la fuerza juvenil llena de entereza que cambia el rumbo del destino del mundo. Han crecido flores llenas del rocío del Tepeyac de jóvenes que no tienen miedo para afrontar los retos que les presenta la vida, el destino o las fuerzas de la naturaleza. Han amanecido flores llenas del amor misericordioso de Dios en un corazón generoso que sabe moverse en un abrazo constante ante el necesitado y que llora con los que lloran, que inyecta esperanza con los que se desesperan e infunden la fuerza de un amor solidario. Han surgido flores llenas del canto por nuestro bendito suelo, desde nuestro Himno Nacional hasta el Cielito Lindo o la Guadalupana y que siguen elevado nuestro espíritu en la armonía del amor de Dios y, así, seguir edificando su Templo.

 

Nuestra tierra bendita está en buenas manos, podemos estar consolados y seguros, nuestra tierra está en las manos de jóvenes llenos de fe, de esperanza y de amor. Jóvenes que están dispuestos a estregar su vida por los demás, dando testimonio con ello, de que nadie tiene amor más grande, sino aquel que da la vida por los demás. Una gran misión, seguir edificando el Templo de Dios, que va más allá de cualquier frontera.

 

La joven doncella de Nazaret, Santa María de Guadalupe, siempre sembrará en nuestro corazón flores y cantos del amor de nuestro Dios y Señor; siempre nos estará recordando: “No tengas miedo, ¿Acaso no estoy yo aquí que tengo el honor y la dicha de ser tu Madre? ¿Acaso no soy yo tu protección y tu resguardo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás acaso en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿De qué otra cosa tiene necesidad?” (Nican Mopohua, vv. 118-119)

 

Hay que continuar, sin miedos, sin temores, edificando la “casita sagrada”, Templo del Arca viviente de la Alianza, hogar del Dios Omnipotente, Templo de esta civilización del amor de Dios. Hoy es la gran oportunidad que se nos presenta, hagámoslo ya, reedifiquemos nuestra nación completa, desde nuestro corazón, y unámonos a la aclamación del salmista cuando dice:

“El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?”

Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la casa del Señor por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo” (Salmo 27 [26], 1 y 4)