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12 de Noviembre del 2017, XXXII Domingo del Tiempo Ordinario. Los versículos que se han proclamado del libro de la Sabiduría son como el telón de fondo para entender con mayor profundidad la figura de las “vírgenes prudentes o sabias” del evangelio. Con imágenes frecuentes en la literatura sapiencial se nos insiste en la invitación […]

12 de Noviembre del 2017, XXXII Domingo del Tiempo Ordinario.

Los versículos que se han proclamado del libro de la Sabiduría son como el telón de fondo para entender con mayor profundidad la figura de las “vírgenes prudentes o sabias” del evangelio. Con imágenes frecuentes en la literatura sapiencial se nos insiste en la invitación a buscar ansiosamente la Sabiduría en cada instante de nuestra vida, en todo lugar y en cada actividad interior: Con facilidad contemplan la Sabiduría quienes la aman y ella se deja encontrar por quienes la buscan… el que madruga por ella no se fatigará… Darle la primicia en los pensamientos es prudencia consumada; quien por ella se desvela pronto se verá libre de preocupaciones”.

En la carta a los Tesalonicenses San Pablo nos pone en la misma tensión de búsqueda al denunciar cómo esta primera comunidad cristiana estaba viviendo en forma desviada y fanática la espera de la Segunda venida de Cristo. En primer lugar remacha la enseñanza apostólica: “No queremos que ignoren lo que pasa con los difuntos, para que no vivan tristes, como los que no tienen esperanza. Pues, si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera debemos creer que, a los que murieron en Jesús, Dios los llevará con él”. Después les recuerda el verdadero sentido de “espera” cristiana, la cual debe ser serena, paciente y no dramática: “Nosotros seremos arrebatados, junto con los que murieron en Cristo, entre nubes por el aire, para ir al encuentro del Señor, y así estaremos siempre con él”.

 

El cortejo nupcial está organizado de la tierra hacia el Señor, acompañado de los símbolos tradicionales en las manifestaciones de Dios: nubes, trompetas, aire, cielos; como para insinuar la marcha triunfal del Éxodo para encontrarse con Dios, ya no en el Sinaí sino en la Jerusalén definitiva. Sabiduría, espera, cortejo nupcial, noche, aparición del esposo, banquete, lámparas encendidas son elementos que encontramos en la parábola de las vírgenes que hoy nos ha presentado San Mateo.

 

El reino de Dios se describe y compara en esta parábola con una de las celebraciones más alegres y festivas. No poder participar en ella significaba perderse algo muy importante. Ciertamente los oyentes de Jesús entendieron la parábola como una llamada de atención a no perder la oportunidad de participar en la gran fiesta a la cual Cristo los estaba invitando. El escenario es muy real ya que describe puntualmente cómo se celebraban las bodas en tiempos de Jesús. Los invitados esperaban en la casa de la novia, ataviados y preparados, a que llegara el novio para acompañar a la comitiva nupcial hasta la nueva casa del novio y celebrar allí la fiesta. El punto más llamativo de la parábola es el hecho de que las vírgenes sabias o prudentes entran con los novios a la fiesta mientras las necias o descuidadas no lo pueden hacer.

 

San Mateo se dirige con toda claridad a la Iglesia representada por las diez jóvenes que esperan al novio. En la comunidad cristiana siempre hay personas prudentes y sabias y otras necias y descuidadas. El que todos se hayan dormido, porque el novio se retrasó, no tiene importancia para el evangelista, lo que cuenta es que unas se proveyeron de aceite y las otras no. Por consiguiente se hallaron en condiciones distintas cuando el novio hizo su aparición. Como es evidente el novio nos remite claramente a Cristo el Señor. Su llegada es un juicio que discierne y separa. Y la parábola se convierte así en una exhortación a estar preparados. La mención del retraso del novio y la exhortación a estar en vela, porque no se sabe ni el día ni la hora, son llamadas de atención para despertar a la Iglesia y a todos sus miembros de su apatía y descuido.

 

Los cristianos tenemos que comprender que la espera a la que somos invitados no es cuestión de hoy o mañana, de la venida del Señor próxima o remota. No es la proximidad o lejanía de la vuelta del Señor lo que hace importante la vida que estamos viviendo, la importancia está en que la vida es rica en posibilidades de salvación. Es bueno recordar lo que a lo largo y ancho de los evangelios se nos dice, que el encuentro con el Señor Jesús se da en el encuentro con nuestro prójimo, el enfermo, el hambriento, el preso, el migrante, el samaritano; si en ellos no lo reconocemos, sí con ellos no compartimos, si a ellos no los ayudamos, nuestras lámparas estarán vacías del aceite que da luz y calor y Él no nos conocerá ni nos abrirá las puertas del banquete definitivo que nos ha preparado.

 

En la estación de ferrocarril de Términi, en Roma, estaba Jeanne Ivonne, hermana de la comunidad de Charles de Foucauld, leyendo la descripción del Juicio Universal que hace Dostojewskij en su novela “Crimen y Castigo”. Las palabras del delincuente que indujo a la hija a prostituirse son muy duras y difíciles de entender: “Dios absolverá y perdonará a todos. Vengan también ustedes, dirá a los alcohólicos, a los viciosos. Los sabios le dirán al Señor: ¿por qué recibes a estos? Y Él responderá, los recibo, precisamente porque jamás, ni siquiera una sola vez, fueron considerados dignos”. El comentario de la hermana Ivonne, que ha pasado su vida atendiendo en un albergue a migrantes, delincuentes, drogadictos, mendigos mugrosos y barbones que no tienen un techo, es sencillamente este: “Esto ciertamente no tiene nada de poético. Y sin embargo estos rechazados son la piedra angular del reino de Dios. La Buena noticia, el Evangelio, es para ellos y ellos tarde o temprano la escuchan y le abren su corazón”.

 

Durante mucho tiempo la lectura de estos pasajes evangélicos ha causado a algunos cristianos miedo y angustia de cara a la venida y encuentro final con el Señor. No es esto ciertamente lo que aparece en la parábola, que compara la venida y el encuentro con el Señor a un banquete de bodas, la imagen por antonomasia, de la alegría y la fiesta para los israelitas. Hemos de abrirnos a la realidad del Dios de Jesús: un Dios alegre, que nos prepara un banquete de bodas para recibirnos, capaz de comprender nuestras debilidades, pues nos podemos dormir en la espera, pero que quiere nuestra felicidad y por eso nos da mil oportunidades para que llenemos de aceite nuestras lámparas y así tengamos luz en nuestro camino y calor de amor en nuestros corazones.