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14 de Enero del 2018, II Domingo del Tiempo Ordinario.   El centro de la liturgia en este domingo está en las narraciones de la vocación. La primera es la narración de la vocación de Samuel, personaje clave en la transición de Israel de la estructura política tribal a la organización monárquica. Es una narración […]

14 de Enero del 2018, II Domingo del Tiempo Ordinario.

 

El centro de la liturgia en este domingo está en las narraciones de la vocación. La primera es la narración de la vocación de Samuel, personaje clave en la transición de Israel de la estructura política tribal a la organización monárquica. Es una narración construida con un esquema “pedagógico” en donde un jovencito, Samuel, llega a comprender su destino a través de una serie de lecciones. No es una vocación repentina e inesperada como la de Saulo camino a Damasco, sino un llamado que sigue todo un proceso lento con acompañamiento y discernimiento progresivo. La iniciativa, como siempre, es de Dios, principio y fundamento de todo llamado y en donde el proceso culmina con una generosa respuesta: “Habla, Señor, tu siervo te escucha… Samuel creció y el Señor estaba con él. Y todo lo que el Señor le decía, se cumplía”.

Una narración semejante es la que hoy nos ha presentado San Juan dándonos los detalles del llamado de los dos primeros discípulos de Jesús. La iniciativa es de Cristo, por lo tanto de Dios y está enmarcada en esa ansia y búsqueda del corazón humano: “¿Qué buscan?”. También es un proceso: “¿Dónde vives Rabí? El les dijo ‘vengan a ver’. Fueron, pues, vieron donde vivía y se quedaron con él ese día”. Eran como las cuatro de la tarde”. La larga lista de títulos cristológicos que San Juan pone en este lugar de alguna manera muestran ese proceso largo del descubrimiento del misterio de Cristo que llama y del discípulo que en ellos se va adentrando: Cordero de Dios, Rabí-Maestro, Cristo-Mesías.

En el origen de las primeras vocaciones cristianas está, como base y punto de partida, el testimonio de Juan Bautista sobre Jesús. Tuvo que ser un testimonio vivo cercano, impactante que hizo mella en sus discípulos. En esta narración a nadie puede escapar el papel fundamental que tienen las mediaciones humanas en la vocación. Primero es el propio Juan el Bautista quien presenta a Jesús y les invita a que vayan detrás de él, después serán Andrés y Felipe los que la harán de mediadores para que Jesús llame a otros seguidores. Ciertamente son relatos de vocación o llamada pero también son relatos de “testimonios” o mediaciones humanas de las que Dios se vale para llamar a los que él quiere.

Otro elemento que subraya el texto evangélico en el proceso de la vocación es la ‘experiencia personal’ de cada uno. Los discípulos descubren, son tocados, se convencen, creen, no tanto por razones y discursos sino por la experiencia personal: “Fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él ese día”. La mirada penetrante de Jesús, el compartir con él, el verle y observarle, el convivir, deja huella, marca y orienta toda una vida.

El impacto que dejó en Juan el Evangelista este llamado fue tan fuerte que al  final de su vida lo recuerda con toda claridad: “Eran como las cuatro de la tarde”. Como todo hecho que marca nuestra vida, el recuerdo de ese encuentro permanece con los detalles que lo rodearon y deja huellas indelebles en nuestra memoria. La indicación de una hora precisa no parece tener significado para nosotros; nos daría lo mismo si el texto dijera que eran las diez de la mañana o las seis de la tarde, pero no es así para quien vivió el hecho. En su aparente insignificancia, ese dato, además de ser muy personal, está cargado de mensaje. Todos nosotros tenemos en nuestra vida algún “cuatro de la tarde”, algún momento fuerte de encuentro, en donde Dios ha intervenido en nuestra vida, nos ha marcado, en donde con claridad se ha hecho presente y ha llenado de sentido nuestra existencia y nos sostiene en los momentos difíciles. Es bueno tener en la memoria, como el evangelista, ese momento, agradecerlo y renovar la respuesta que dimos.

 

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