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19 de Noviembre del 2017, XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario. En este domingo penúltimo del año litúrgico la liturgia nos invita a hacer un balance de nuestra vida, y lo hace desde una perspectiva positiva, eligiendo la parábola dºe la administración de los talentos o “millones” recibidos por unos subalternos de un gran personaje. Jesús […]

19 de Noviembre del 2017, XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario.

En este domingo penúltimo del año litúrgico la liturgia nos invita a hacer un balance de nuestra vida, y lo hace desde una perspectiva positiva, eligiendo la parábola dºe la administración de los talentos o “millones” recibidos por unos subalternos de un gran personaje. Jesús y la Iglesia conciben la vida humana, en su dimensión temporal, como una oportunidad y una responsabilidad de colaborar con Dios en la utilización de los bienes recibidos directa o indirectamente de Él. Es cierto que no todos los hombres hemos recibido los mismos talentos, pero también es cierto que la persona menos dotada de cualidades y dones es una superdotada, por el sólo hecho de formar parte de la humanidad, ya que cada uno ha recibido, con su tarjeta de identidad única e irrepetible, una serie de valores, como la raza, la familia, la patria, la lengua, la religión, la época, el cuerpo, la condición social, la salud y un largo etcétera, y a nivel sobrenatural, el creyente puede contabilizar en su historia personal, un largo elenco de bienes recibidos de Dios, comenzando por el bautismo que le dio la filiación divina.

Desde la obertura de la creación, en el Génesis, resuena la exhortación de Dios a que colaboremos con él: “Dominen la tierra”. Es el decreto de canonización del progreso. Es la invitación a hacer rendir los talentos recibidos, no para el lucro meramente personal, sino para un reparto equitativo de la plusvalía del esfuerzo común. Para Jesús es tan grande esta responsabilidad que nos dice: “Si ustedes no son buenos administradores de los bienes terrenos, “quién les dará los definitivos?”. Todo hay que ponerlo a crecimiento y reparto. Son dos responsabilidades inseparables. Si sólo nos preocupamos del desarrollo y crecimiento, podemos caer en serias injusticias. Si queremos repartir, olvidando el desarrollo y la creación de riqueza, estaremos en la más absurda de las utopías.

Todo hay que ponerlo a crecimiento y repartición: los bienes naturales y los del espíritu. El tiempo, el temperamento y carácter, el cargo, la profesión, la salud, la inteligencia, el dinero, las innumerables cualidades que cada uno tiene. También los dones sobrenaturales que hemos recibido: La fe, para compartirla con otros; la esperanza, para ofrecerla a los demás; el amor, para repartirlo con todos. La justicia, para servir y promover la paz social, y la gracia de Dios para que todos tengamos vida verdadera. Nadie es tan pobre que no pueda dar algo: los niños, los enfermos, los jubilados, los discapacitados, al menos tienen lo que todos más necesitamos:el amor.”Cuántas familias he visto que han comenzado a ser verdaderas familias cuando Dios les regaló un niño discapacitado! “Cuántas veces los ancianos y los niños no queridos y rechazados, por ser discapacitados, se convierten en el verdadero tesoro de las familias!

Lo que no es permitido a nadie es enterrar el talento recibido. Jesús asegura que esa conducta merece la condena del patrón a sus siervos. Y es que no sólo se peca haciendo positivamente el mal, se peca quizá más dejando de hacer lo que teníamos que hacer. Cuánta razón tenía S.S. Juan XXIII cuando nos decía: “El mundo no anda mal por los malos, sino por los “buenos”, los “buenos para nada”, que sólo critican y no hacen nada”. A los primeros cristianos que estaban muy preocupados por el fin del mundo y se la pasaban en chismes San Pablo los recrimina: “El que no trabaje, que no coma”. Hay que trabajar, no sólo para comer, sino para contribuir al bien común. Y que la venida del Señor no nos sorprenda como un ladrón, sino haciendo lo que el Señor nos encomendó, y entonces nuestra alegría será plena, porque recibiremos mucho más de lo que pudimos soñar.

Esta laboriosidad, responsabilidad y habilidad el libro de los Proverbios la alaba especialmente en la mujer: “Muy superior a las perlas es su valor… Es digna de gozar del fruto de sus trabajos y de ser alabada por todos”. Y el Salmista nos dice que una mujer así: “es como vid fecunda en medio de su casa; sus hijos como renuevos de olivo alrededor de su mesa”. Jesucristo, desafiando la opinión de sus contemporáneos, admitió a las mujeres en su seguimiento, habló con ellas y por ellas, las valoró y respeto sus sentimientos, y frente a sus errores, como en el caso de Magdalena y la mujer adúltera, salió en defensa de su dignidad y les mostró su amor misericordioso; y las mujeres lo siguieron hasta tal punto que al pie de la cruz vemos a varias mujeres y sólo un hombre y son las mujeres las primeras elegidas para ser testigos y proclamadoras de la Resurrección del Señor.

En Cristo, plenitud de los tiempos, la igualdad y complementariedad con que el hombre y la mujer fueron creados se hace posible, “ya que no hay hombre ni mujer, ya que todos somos uno en Cristo” como lo dice San Pablo. La mujer como el hombre es imagen de Dios y la tarea de dominar al mundo, de continuar con la obra de la creación, de ser con Dios co-creadores, corresponde tanto a la mujer como al hombre. La parábola de los talentos ciertamente es inspiradora para que la mujer de nuestros días descubra su propia identidad, ponga a trabajar sus propios talentos y ocupe el lugar que le corresponde en la familia, en la sociedad y en su Iglesia. Esto es muy importante ya que continuamente recibe invitaciones a esconder su propia feminidad o a ser un objeto de la publicidad. Con frecuencia la mujer siente que lo propio y distintivo suyo se desprecia y se ironiza: La maternidad se presenta como esclavitud, la familia como fruto de la ideología burguesa y la feminidad como trampa inventada por los hombres para dominar. Un feminismo así nos llevaría a una sociedad de alienados, a una sociedad que con el pretexto de igualdad nadie tendría identidad. Debemos reafirmar la diversidad y la complementariedad del hombre y la mujer y al mismo tiempo la igual dignidad.

“Cuál es el proyecto de Dios para la mujer y el hombre? Lo encontramos desde el principio: Los creó iguales en la diversidad. En la constatación del Génesis de que el hombre no podía vivir solo, Dios no responde creando otro hombre, sino creando a la mujer! La primera distribución de los talentos ahí se dio, creándolos “macho y hembra”. La mujer tiene innumerables talentos, pero su talento fundamental es ser mujer, su feminidad. Afortunadamente hoy gana terreno el creciente ingreso de la mujer en la construcción de la sociedad y de la Iglesia, pero hacen falta pasos más concretos hacia la igualdad real y la reafirmación de que el hombre y la mujer se realizan en la reciprocidad, en la diversidad y en la igualdad.