Testimonio: “Dios nunca se cansa de esperar”
Soy Omar Huesca Abascal Sherwell, y estudio el primer año de Filosofía en el Seminario Conciliar. A lo largo del tiempo he podido comprender que el protagonista de esta historia no soy yo, sino Dios. Si me preguntaran hoy cómo nació mi vocación, o bien, cómo descubrí que Dios me llamó, he de responder que […]
Soy Omar Huesca Abascal Sherwell, y estudio el primer año de Filosofía en el Seminario Conciliar. A lo largo del tiempo he podido comprender que el protagonista de esta historia no soy yo, sino Dios.
Si me preguntaran hoy cómo nació mi vocación, o bien, cómo descubrí que Dios me llamó, he de responder que mi vocación surgió desde niño, y se fue gestando de manera muy normal y humana a través de una serie de acontecimientos en los que pude ir descubriendo, por medio de la oración, de los apostolados y de otras personas, que Dios quería algo más de mí.
Creo que el camino no fue fácil, sin embargo, las experiencias del Catecumenado, la Pastoral Juvenil, las inolvidables aventuras de misión en Semana Santa, viviendo y compartiendo la vida y la fe, sobre todo la vida, con la gente sencilla de los campos, y de las comunidades más apartadas de algunos estados de la República, fueron la tierra donde la semilla de la vocación fue creciendo, y todas estas experiencias alentaron poco a poco el llamado.
Para la mayoría de mis amigos y familia la cosa estaba más que clara, pero no para mí. Toda mi atención se centraba en sacar adelante mis estudios: primero la secundaria, después la preparatoria, luego vinieron los años en la universidad y los años de vida laboral. Durante ese tiempo, yo le decía a Jesús continuamente en la oración, que esperara un poco, que todavía no era tiempo; además, mi padre se encargaba de que no olvidara que no estaba de acuerdo con mis convicciones religiosas.
Los años en la universidad fueron determinantes, y durante mi etapa laboral traté de combinar lo mejor que pude las clases, la vida en la oficina y el trabajo pastoral. Las cosas iban muy bien: buen historial académico, mi compromiso pastoral, con mi familia, pero siempre me faltaba algo. Había un vacío que no se podía llenar con nada. Yo sabía lo que era, pero me daba miedo enfrentarlo. Y es que a Jesús no le bastaba lo que le había dado y le estaba dando, quería más; esto ya me lo había dicho un fraile dominico durante mis años en el catecumenado. Pero yo aún tenía mis reservas y le seguía diciendo a Jesús que esperara.
Después de todos estos años, Él seguía ahí esperando sin reclamos, dejándome actuar en lo que yo suponía era el camino a seguir. Y fue en ese actuar en el que muchas veces me perdí, para después poder encontrarme, o más bien, para ser encontrado; ahora puedo decir que me ha tocado vivir la inexpresable alegría que se siente decirle Sí a Jesús y poder fundirse en el abrazo de acogida de Dios, autor de mi vocación.
En este momento no puedo decir que he llegado ni mucho menos que he alcanzado algo, sólo sé que quiero estar en camino, que debo seguir creciendo como persona y como seminarista.
Hoy doy gracias a Dios por su llamada persistente, por creer en mí y por el don de la vocación. También doy gracias a los sacerdotes, a mi familia y a todas aquellas personas que son verdaderos mediadores de los que Dios se ha valido para traerme hasta aquí.