Homilía de la Misa de ordenación de Diáconos para la Arquidiócesis de México
“Vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana” (2Tim. 4,3). Este día en que Ustedes reciben la ordenación diaconal, la Palabra de Dios nos ayuda a descubrir tres aspectos muy importantes para llevar a cabo su ejercicio ministerial, no sólo diaconal, sino también al que aspiran posteriormente: el presbiteral. Voy a […]
“Vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana” (2Tim. 4,3).
Este día en que Ustedes reciben la ordenación diaconal, la Palabra de Dios nos ayuda a descubrir tres aspectos muy importantes para llevar a cabo su ejercicio ministerial, no sólo diaconal, sino también al que aspiran posteriormente: el presbiteral.
Voy a explicar estos tres puntos de la Palabra de Dios. El primero: el contexto en el cual les toca a ustedes ejercer su ministerio. El segundo: sobre la vocación y misión, dos fuentes claves de las que surge su espiritualidad. Y el tercero: la pedagogía que tiene el ejercicio de ser diácono transitorio.
El primero: el contexto socio-cultural en el que les toca a ustedes ejercer el ministerio diaconal, y posteriormente el presbiteral, es muy cercano a lo que el apóstol San Pablo le dice a Timoteo en la Segunda Lectura: “Vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se rodearán de maestros que les halaguen el oído, se harán sordos a la verdad, y sólo escucharán las fábulas” (2Tim. 4,3-4)).
La Iglesia, desde el Concilio Vaticano II –y de manera específica en la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida y en la exhortación Evangelii Gaudium del Papa Francisco– declara que vivimos un cambio de época, en donde la fractura cultural se está desarrollando con sus consecuencias, rompiendo la cultura de cristiandad de occidente, basada en los consensos de valores del Reino de Dios.
Esta fractura tiene una característica negativa a la que alude San Pablo: Ya no se cree en la verdad, sino que la verdad es lo tú piensas. Sobre todo hoy lo dicen los jóvenes: ‘haz lo que tú quieras, con tal de que tú lo quieras hacer. Sordos a la verdad.
Y vemos con mucha frecuencia cómo la conducta se desarrolla, ya no a partir de la razón y el corazón –que es la integralidad del ser humano– sino que se desarrolla a partir de la pasión, de las tendencias, de lo que nos atrae. Estas circunstancias hacen más difícil el campo de la evangelización. A ustedes les toca este tiempo, y no hay que evadirlo. Como dice San Pablo a Timoteo: Tú, en cambio, sé siempre prudente. Soporta los sufrimientos. Vendrán muchos, para atacarlos sin razón, a malinterpretarlos, o a rechazarlos simplemente por ser ministros del Señor, etcétera. Pero tú, cumple tu trabajo de evangelizador y desempeña a la perfección tu ministerio (2Tim. 4,5).
Estas recomendaciones son muy oportunas, pues éste y no otro, es el contexto socio-cultural de nuestro tiempo. Jesucristo vino precisamente en un tiempo en el que se desgajaba también la cultura, se fracturaba, y a los primeros cristianos les tocó evangelizar con esos contextos. ¡Siéntase orgullosos¡ ¡Siéntanse valientes! ¡Siéntanse acompañados del Espíritu! Y junto con su Obispo y su Presbiterio, no duden que la evangelización penetrará y llegará al corazón de los hombres.
El segundo punto es dónde tomar fuerzas, dónde abastecer su espíritu cuando vengan los momentos difíciles. En el Evangelio de hoy, con toda claridad san Juan narra, en boca de Jesús: “Ustedes no me han elegido a mí, yo los he elegido” (Jn. 15:16).
Ustedes están aquí después de todo un proceso de discernimiento vocacional para clarificar que no era simplemente su gusto o capricho, sino una inquietud, que se movió desde hace mucho tiempo en su corazón, para ser sacerdotes.
El Señor los ha elegido, recuérdenlo siempre: son ministros al servicio del Reino de Dios, porque Dios así lo quiere. Y en esa elección, Jesús les dice algo que siempre tienen que recordar: “Yo los llamo amigos, ustedes no son mis siervos, son mis amigos, y son mis amigos porque les he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre” (Jn. 15:15).
Si ustedes también, a su vez, evangelizan no solamente conforme a una doctrina o a un conjunto de enseñanzas, sino dando a conocer lo que es su experiencia de Dios, de cómo Él se hace presente en las buenas y en las malas, entonces seguirán siendo amigos del Señor, y como dice el mismo Jesús: darán fruto. En este camino, tendrán también a otros amigos del Señor; es la comunidad eclesial la que les va a dar la fuerza. Nunca deben sentirse solos, somos una comunidad de los discípulos de Cristo, a la cual servimos.
Y el tercer punto: la pedagogía de por qué, si ustedes quieren ser presbíteros, la Iglesia los hace primero diáconos. Es una pedagogía muy interesante: primero, porque con este paso ustedes quedan incardinados a esta Iglesia particular a la que quieren servir. A la Iglesia hay que amarla en lo concreto y en lo específico. Es mi Iglesia, y desde este servicio a la Arquidiócesis de México, ustedes servirán a la Iglesia universal, pero si no aman a su Iglesia particular, no podrán amar a la Iglesia universal. De la misma manera en que si no amamos al prójimo que encontramos en el camino, es vano decir que amamos a nuestros prójimos. Ustedes se incardinan ya a la Iglesia para empezar a servirla pedagógica y gradualmente en este ejercicio hacia el ministerio presbiteral.
Por otra parte, hoy ustedes le dicen a Dios –a través de la pregunta que les haré– que están dispuestos a ser célibes por el Reino de Dios. Harán su promesa de fidelidad a vivir célibes para servir al Reino de Dios.
Y esto también es muy importante: empezar a ejercer su ministerio, al mismo tiempo que se irán incorporando a su comunidad presbiteral y al servicio de su Iglesia particular; empezar a ver sus fortalezas y sus limitaciones, y las necesidades que tenemos de acompañarnos como amigos, para vivir fielmente el celibato sacerdotal. Biológicamente, no tenemos familia qué generar; quedan nuestros padres, hermanos y familiares, pero nosotros nos debemos al trabajo evangelizador, a unirnos como comunidad sacerdotal.
Y otro punto: el diaconado, a través del cual ustedes empezarán a presidir algunas celebraciones litúrgicas y de administración de sacramentos, tiene dos dimensiones que deberán desarrollar: la Diaconía de la Palabra de Dios; nunca dejen de preparar su homilía, que tiene que nacer del corazón. Hay que leer antes las Escrituras –como indica la Dei verbum del Concilio Vaticano II– antes de predicarla, porque si esa Palabra ha movido algo en mí, lo puedo compartir con lo demás; de lo contrario, estaremos haciendo sólo una exposición doctrinal que no convence, no convierte y no produce la acción del Espíritu en quien nos escucha. Esta es la Diaconía de la Palabra de Dios.
Y también, como es propio del diaconado: la Diaconía de la Caridad, del servicio. La actitud del auténtico discípulo de Cristo es ser servidor ante las necesidades de los demás.
Que el Señor los acompañe, y que este día tan hermoso del Inmaculado Corazón de María, les haga ver que María, nuestra Madre, siempre vela por ustedes, siempre los acompaña y siempre les recuerda que su Hijo está a su lado. ¡Que así sea!
+Carlos Cardenal Aguiar Retes
Arzobispo Primado de México