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Conociendo al Arzobispo de México: La integridad de los padres, el cariño de la abuela

Marilú Esponda Sada Aunque como Matrimonio vivieron un largo proceso de adaptación, entre Don Carlos y doña María Teresa, padres del Card. Carlos Aguiar Retes, nunca faltó el respeto mutuo; además, pudieron distribuir muy bien los papeles dentro del matrimonio: Don Carlos fue siempre el responsable de proveer lo necesario para la familia; aunque no […]

Marilú Esponda Sada

Aunque como Matrimonio vivieron un largo proceso de adaptación, entre Don Carlos y doña María Teresa, padres del Card. Carlos Aguiar Retes, nunca faltó el respeto mutuo; además, pudieron distribuir muy bien los papeles dentro del matrimonio: Don Carlos fue siempre el responsable de proveer lo necesario para la familia; aunque no todos los tiempos fueron de bonanza, él siempre tuvo cuidado de que nunca les faltara nada; era tenaz en el cumplimiento de sus deberes, de manera que siempre llevó a casa lo necesario.

Doña María Teresa –Mariate, como le llamaban su familia y sus amistades– fue una mujer de hogar; cuidaba de sus hijos (Tessy, Carlos, Mayra, Paco, Analú y Juan Luis) y siempre estuvo muy atenta a que los seis cumplieran con las obligaciones propias de su edad, sobre todo que estudiaran y que sacaran buenas calificaciones; además, pudo sabiamente distinguir las diferencias de carácter que sus hijos tenían. Todo lo que se relacionaba con la casa, Mariate lo resolvía. Todo lo que se relacionaba con permisos para los hijos, salidas, dinero, correspondía a su marido.

Por otra parte, Don Carlos era una persona muy enterada de lo que sucedía en el entorno nacional y en el contexto mundial de su época; leía asiduamente los periódicos, con gran interés por cuestiones como el devenir de la realidad mexicana, con el entonces presidente Miguel Alemán; o bien, por temas como la creciente tensión entre la URSS y Estados Unidos tras la II Guerra Mundial.

De sus padres, Carlos Aguiar Retes aprendió lo que eran los deberes en el hogar, así como el comprometimiento con el entorno social; sin embargo, fue su abuela quien le dejó el más grande legado, gracias a sus cuidados, su trato y su cariño, pero sobre todo su amor a Dios.

–¡Ven acá, Carlos, que morirás! –gritaba Tessy (su hermana), mientras jugaban “luchitas”. Dos años mayor que su hermano, esperaba que él se rindiera por tener menos fuerza; sin embargo, eso nunca ocurrió, a pesar de que en ocasiones lo dejara sin aire y se pusiera completamente rojo. ¡Jamás se rindió!

Carlos mostró desde pequeño un temperamento firme y decidido. Mayra, una de sus hermanas menores, de la convivencia diaria recuerda su tenacidad, su orden y su gusto por el futbol. Participaba desde muy pequeño en un equipo de liga infantil, y era muy bueno narrando partidos, acomodaba los muñecos que había en su casa, los ponía a jugar en sus posiciones y hacía muy buenas crónicas del juego, detallando los pormenores.

El kínder al que asistía Carlos se encontraba frente a la casa de la abuela materna.

–Carlos, cruzas la calle saliendo de clases y paso por ti en la noche –decía Mariate al pequeño estudiante.

Doña Laura, la abuelita, a quien Carlos tenía un profundo aprecio, tocaba el piano, instrumento que servía además para esconder detrás los juguetes de Carlos y protegerlos de que nadie los maltratara, pues sabía que su nieto los cuidaba muy bien.

A Carlos le costaba volver a su casa, por lo que frecuentemente se quedaba a dormir con ella. Y fue justamente por la influencia de su abuelita que decidió ser monaguillo en su parroquia.

“Como me quedaba toda la tarde con ella –comenta el cardenal Aguiar Retes–, me decía: ‘Ahora vamos almorzar y luego al Rosario’. Nos quedábamos con el Santísimo mientras me explicaba: ‘Mira, ahí está el Niño Jesús’. Fueron de las cosas que yo aprendí con mi abuelita. Íbamos al Rosario y me daban luego la bendición; de ahí nació mi interés por ser acólito”.

Doña Laura fue una persona clave en la infancia de Carlos. Él la quería tanto, que afirmaba que deseaba ser o doctor o sacerdote; lo primero, para que nunca se muriera su abuelita. Cuando ella murió, Carlos tenía siete de edad, entonces confirmó que sería sacerdote.

Tomado del libro Una Iglesia para soñar