Magdala, un proyecto de México en Tierra Santa… para el mundo
Vladimir Alcántara En el año 2004 el P. Juan Solana, originario del estado de Puebla, fue nombrado por el Papa Juan Pablo II como encargado de la Santa Sede para el Instituto Pontificio Notre Dame de Jerusalén, un lugar de hospedaje para peregrinos de todas partes del mundo que van a Tierra Santa, y cuyas […]
Vladimir Alcántara
En el año 2004 el P. Juan Solana, originario del estado de Puebla, fue nombrado por el Papa Juan Pablo II como encargado de la Santa Sede para el Instituto Pontificio Notre Dame de Jerusalén, un lugar de hospedaje para peregrinos de todas partes del mundo que van a Tierra Santa, y cuyas visitas en ese entonces venían estrepitosamente en descenso, en gran medida debido a los enfrentamientos entre palestinos e israelíes. El sacerdote partió hacia dicho instituto el 7 de noviembre de ese año, sin imaginar que el Señor le tenía reservada, a kilómetros de ahí, la gran misión de su vida.
Cuatro años antes, el 4 de agosto del 2000, el P. Juan Solana –de los Legionarios de Cristo– había sido nombrado Rector del Centro de Estudios Superiores de Thornwood, en Nueva York. Desde su arribo a ese lugar, inexplicablemente comenzó a sufrir estados de ansiedad que no hizo del conocimiento de nadie, pensando que pronto pasarían; sin embargo, su estado de ánimo derivó en una crisis en septiembre del 2001. El programa de acogida planeado para los novicios provenientes de diversas partes del mundo, iniciaría con una visita a las Torres Gemelas, misma que, a sugerencia de uno de los sacerdotes, fue cambiada por una excursión a Filadelfia. Un tanto molesto por el cambio de actividad, el P. Solana desayunó temprano con los novicios, y estos partieron antes del amanecer a dicha ciudad. Sólo un par de horas más tarde, las pantallas de televisión daban cuenta del acto terrorista en el que aviones se incrustaron en ambos edificios, donde los novicios y él mismo, debían haber estado a esa hora.
Tiempo después recibió la noticia de que había sido nombrado ahora para encargarse del Instituto Pontificio de Notre Dame en Jerusalén. Así llegó a este instituto en Tierra Santa. Siete días más tarde, el 15 de noviembre de 2004, quiso salir de ahí para visitar Cafarnaúm, a fin de despejarse un poco de la presión que sentía. Se dirigía ese día a aquel lugar acompañado por el P. Aldo Tolotto, quien, sin detener el auto, señaló hacia un punto a la orilla del Mar de Galilea, al tiempo que dijo: “¡Mire, ahí está Magdala!”. “¡Padre, párese por favor! ¡Detenga el coche!”, le respondió el P. Juan Solana, pues para él, María Magdalena, cuya tierra veía ahora, tenía un significado muy especial debido a la admiración que su madre sentía por aquélla seguidora de Jesús. Nada de importancia se apreciaba en la vista que ofrecía ese pueblo, más que un hotel de verano llamado Hawai Beach, un recinto en decadencia, que había tenido sus mejores tiempos décadas atrás. Pronto partieron de ese lugar.
En el año 68 d.C., Magdala era pueblo pesquero, de buen estatus económico debido a la actividad comercial que los tariqueos –habitantes de este lugar– tenían con los demás pueblos de la región; sin embargo, este pueblo envidiable y lleno de bonanza, sería borrado de un zarpazo por la mano opresora de las legiones romanas dirigidas por Vespasiano, quien tenía en la mira llegar a Jerusalén. Los habitantes de Magdala se dieron cuenta de que en el camino la estrategia romana contemplaba para llegar a su objetivo, ellos serían víctimas de sus masacres. Inmediatamente emprendieron la huida sin destruir sus propiedades, pensando que algún día habrían de regresar. Las legiones romanas arribaron finalmente, acabando con la vida de quienes no quisieron o no pudieron huir, tal vez ancianos, enfermos, lisiados y gente sin familia y sin posibilidad de ir a ningún lado. Los tariqueos sobrevivientes jamás volverían, y Magdala empezaría a cubrirse de polvo, año tras año, siglo tras siglo, hasta quedar sepultada.
Aunque el cometido del P. Juan Solana estaba en Jerusalén, desde el momento en que vio Magdala desde el camino, su cabeza empezaría a estar en esta tierra, en la que había visto a la distancia aquel complejo de búngalos llamado Hawai Beach.
Por aquellos días lo asaltó la idea de comprar una barca, colocarla en Magdala a la orilla del Mar de Galilea, a manera de un altar, y celebrar Misa en ella, una barca de verdad, una iglesia mitad en el agua y mitad en la tierra, donde la gente pudiera reunirse a escuchar la Palabra, como lo hacían los fieles de antaño alrededor de Cristo. Pensó también hablar con la gente del Hawai Beach, a fin llevar peregrinaciones que pudieran alojarse ahí. Pero de pronto se le ocurrió una idea mejor: comprar los terrenos del Hawai Beach, que por ese entonces estaban a la venta… ¡Sí, comprar esos terrenos!
Aunque no contaba con la millonaria suma que se necesitaba para adquirir esa propiedad, puso en marcha al equipo de abogados con el objetivo de que iniciaran los movimientos necesarios para ejecutar la compra. Al fin y al cabo, si la idea no era un capricho personal, sino un proyecto de Dios, Él tendría que proveer de alguna manera.
Y así, el P. Juan Solana inició un aprendizaje en un asunto sobre el que no tenía ninguna experiencia: la recaudación de fondos. A la voz de “Ayúdenme a comprar un metro de Tierra Santa”, comenzó a presentar a empresarios de varias ciudades de Estados Unidos lo que llamó el Proyecto Magdala, logrando, tras muchos esfuerzos, recaudar apenas una mínima parte de lo requerido. Después de haber visitado California, Wyoming, Maryland, Texas y otras ciudades, volvió a Jerusalén con sólo ese puñado de dólares y un cansancio descomunal. Posteriormente viajó a Sevilla, España, donde se encontró con una amiga llamada Malena, quien poco después lo pondría en contacto con un hombre asombroso, que le daría las llaves para abrir una puerta tan complicada como el Proyecto Magdala: don Antonino Fernández, empresario del grupo cervecero Modelo.
Don Antonino Fernández, nacido en España, en su juventud vio morir a muchos de sus amigos durante la Guerra Civil Española (1936-1939). En aquel entonces, gracias a un oficial que le encargó poner a salvo a su amante, huyendo con ella a caballo, él logró librar la muerte, aunque en el camino les salieran al paso lluvias de metrallas que providencialmente no hacían blanco. Finalmente logró llegar con su protegida a un lugar seguro. Las balas habían derribado al animal, pero a él no lo había atravesado ni una sola, aunque al quitarse la capa de campaña viera en ella treinta y dos agujeros de bala. Pensó entonces que el milagro de que siguiera vivo era para cumplir con un cometido que le trascendiera a él mismo. Un cometido que no vería llegar, sino hasta muchas décadas después, cuando, en noviembre de 2005, recibiera en sus oficinas en la Ciudad de México a un sacerdote en busca de donativos.
Don Antonino, que no había tenido hijos, y su esposa, Cinia González, acababa de fallecer, se cuestionaba cuál era entonces el sentido de que Dios le hubiera conservado la vida en aquellos ayeres lejanos. Se hacía esa pregunta por esos días en que el P. Juan Solana se presentó y le comenzó a explicar su proyecto. Don Antonino, sin esperar a que éste terminara la explicación, lo interrumpió diciéndole: “¿en qué puedo servirle, padre?”. El sacerdote poblano le dio inmediatamente la respuesta, le habló de que requería dinero para el proyecto; se trataba de una cifra repleta de ceros. El empresario se limitó a decir: “¡Cuente usted con ello!”… Lo que acababa de suceder era un sueño para el sacerdote. ¡Cómo era posible que un empresario, a quien veía por primera vez, lo tratara con tanta afabilidad, y le donara tal cantidad de dinero!… Después de un tiempo, don Antonino le confesaría que mientras hablaba con él, oyó tres veces en su corazón la voz de Dios, quien le dijo: “Ayuda a este sacerdote. Ayuda a este sacerdote. Ayuda a este sacerdote”.
Así, la operación de compra de los terrenos del Hawai Beach se dio finalmente, después de tensas y complicadas negociaciones, ya que los judíos difícilmente venden terrenos en Israel a personas no judías.
En el año 2009, el Papa Benedicto XVI, durante su visita a Tierra Santa, bendijo la primera piedra del Proyecto Magdala. Sin embargo, las labores de construcción no pudieron iniciar al instante, debido a que, para empezar cualquier obra, la normatividad israelí exige, a través de la Autoridad de Antigüedades, hacer una excavación de rutina por si pudiera haber piezas arqueológicas de importancia que rescatar; trabajo que correría a cargo de Arfan Najjar, un experimentado arqueólogo musulmán, designado por la propia Autoridad de Antigüedades. Así, el 27 de julio de 2009 comenzaron los trabajos de excavación.
Mientras se llevaba a cabo esta labor, el P. Juan Solana viajó a España, donde continuó con la recaudación de fondos; entre tanto, era informado de que se estaban encontrando cosas bajo la tierra, aunque se desconocía si eran o no de importancia.
A su regreso, pudo ver someramente las ruinas halladas, pero no entendió mucho de eso que observó, hasta el momento en que Arfan Najjar lo llamó, y, a mitad de ese rectángulo encontrado, de unos 120 metros cuadrados, formado por dos bancadas de piedra colocadas a diferente nivel, le dijo, presa de una emoción descomunal, que estaban de pie en medio de una sinagoga del siglo I, una sinagoga que ya existía en tiempos de Jesús. En dos de las equinas, el rectángulo tenía dos columnas, y había una tercera tirada en el suelo; casi en el centro había una piedra de aproximadamente 40 centímetros de alto, por 50 de largo y 35 de ancho, en la que se hallaba esculpida la representación más antigua de un Menorá –uno de los elementos rituales más importantes del judaísmo: un candelabro de siete brazos–; en las otras caras de la piedra, había una especie de álbum fotográfico del Templo de Salomón y del Segundo Templo.
El P. Solana, que estaba al borde del desplome por la emoción, quiso oficiar ahí mismo una Misa, en esa sinagoga judía ubicada a 200 metros del Mar de Galilea, a unos 800 de Cafarnaúm, y en el cruce que va desde esa tierra hasta Nazaret. Y así lo hizo. La celebración fue acompañada providencialmente, y de manera espontánea, por dos jóvenes francesas que sabían cantos en arameo. Durante la homilía, el P. Juan Solana les hizo caer en cuenta de que la última vez que alguien recitó un Salmo o entonó una canción en ese lugar, lo hizo en arameo, y la oración que esas piedras oyeron de nuevo, dos mil años después, también fue en arameo, la lengua materna de Jesús.
Durante los años subsecuentes, con la ayuda de voluntarios de diferentes países y de tan distintas profesiones, en Magdala han sido encontrados diversos objetos que desnudan los detalles de la historia de ese pueblo, como una espada romana de aquella época, con la que probablemente pasaron a cuchillo a algunos de los habitantes que no pudieron abandonar aquella tierra al paso de las tropas romanas; así como anzuelos, pequeños arpones, agujas para remendar redes, piedras de molino, herramientas de trabajo doméstico, monedas, peines, horquillas para el pelo y perfumeros de cristal, entre otras cosas.
El P. Juan Solana explica que en noviembre de 2012, mientras se encontraba en Magdala un equipo de televisión francesa, uno de los voluntarios se puso a jugar con un detector de metales, y justo cuando los de la televisora estaban grabando, el aparato avisó que había detectado algo en el centro de la sinagoga; escarbaron un poco, y lo que se halló fue una moneda en la que se veía perfectamente su acuñación: por un lado aparecía la inscripción en griego: Tiberias, y por el otro la leyenda: “Herodes Tetrarca”. Se trataba de una moneda acuñada en el año 29, en tiempos de Jesús, un verdadero tesoro histórico que los siglos no pudieron corroer.
La sinagoga, explicó Arfan Najjar, fue construida en torno al año 5 o 10 a.C., y abandonada aproximadamente 60 años después. Aseguró que es diferente a otras sinagogas en cuanto a sus elementos, pues ésta presenta modificaciones apresuradas que fueron realizadas unos cuarenta años después de su construcción, debido a algo que pasó en ese periodo, algo que cambió la forma de pensar de las sinagogas, algo tan impactante que hizo que aquéllos que construyeron la sinagoga original realizaran o promovieran cambios tan sustanciales en su edificio más importante, algo que es fácil de imaginar: la vida pública de Jesucristo.
Hoy, aunque con un cambio de diseño que se dio de manera obligada, el Proyecto Magdala sigue en marcha; la iglesia finalmente fue diseñada de manera magnífica, con su barca como altar, por tres hermanos arquitectos galileos; y la decoración fue hecha por un matrimonio de artistas chilenos. El centro para peregrinos está actualmente en construcción.
Con información de El Proyecto Magdala, Un descubrimiento del siglo I para el hombre del tercer milenio, libro de Jesús García.
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