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Homilía del Cardenal Carlos Aguiar en el II Domingo Ordinario

Homilía completa del Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México, este 20 de enero.

20 enero, 2019
Homilía del Cardenal Carlos Aguiar en el II Domingo Ordinario
Foto: Luis Patricio/Basílica de Guadalupe.

20 de enero de 2019

Como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo (Is. 62,5).

Así terminaba el texto del profeta Isaías, en la primera lectura que hemos escuchado hoy, anunciando esta nueva manera de relacionarse Dios con nosotros, por medio del amor, por medio de esa entrega sin condiciones entre quienes se aman, como el esposo con la esposa, lo cual producirá una enorme alegría.

Y así comienza entonces Jesús, según el evangelista Juan, como hemos escuchado en esta hermosa escena, su ministerio público, es decir, su actividad abierta para manifestarse como el Mesías, el que viene a cumplir lo que Dios había prometido.

Como un tiempo de preparación la Alianza Sinaítica había sido para el pueblo de Israel, una relación entre Dios y su pueblo, en donde ambos se comprometían a cumplir su parte, la responsabilidad asumida, expresada en las tablas de la ley de los diez mandamientos, a esto se le llama una alianza bilateral, “tú cumples esto y yo te cumplo esto otro, tú cumples los diez mandamientos y yo estaré contigo ayudándote para que siempre te vaya bien”.

Si alguien rompe ese pacto, entonces la otra parte queda desligada de su compromiso. Esta primera etapa planteada en la historia de Israel, en el Antiguo Testamento, viene a ser superada y plenificada por Jesucristo, por la alianza que ya no está regida por nuestra conducta específica -si cumplimos o no los diez mandamientos-, sino está regida por el amor.

Es decir, que aunque nosotros cometamos un pecado o hayamos caído en nuestra limitación y debilidad, y en nuestra fragilidad no hayamos cumplido los diez mandamientos, el amor de Dios no se va a apagar, va a continuar, pero necesita nuestra correspondencia, es lo único que nos pide, y es lo que vemos aquí en este texto de esta escena, la alianza se manifiesta a través del amor de los esposos, por eso el evangelista nos presenta esta escena de una boda.

Los novios son simplemente una alusión a esta nueva alianza del amor, pero los personajes principales que vemos en el texto son Jesús, María, y sus discípulos.

En la relación propia del amor entre Dios y nosotros, ¿qué se necesita para dar esta correspondencia de nuestra parte a Dios?, veamos lo que hace María, se da cuenta que hay una necesidad, tiene ella esta sensibilidad sobre lo que pasa en su entorno. Se acerca a Jesús y le dice: “Qué crees, Jesús, se les acabó el vino en la fiesta”.

Hace una súplica a su hijo, muy delicada. Jesús le responde aparentemente sin una respuesta positiva, como lo hace Dios en muchísimos momentos de nuestra vida en que nosotros le elevamos nuestra oración y pareciera que no tenemos respuesta de parte de Él, así pasa entre María y Jesús en esta escena, sin embargo, María está confiada en que su hijo algo hará (Jn. 2, 3-4).

Por eso llama a los sirvientes y les dice: “Hagan lo que él les diga”. Hagan lo que Él les diga, tener esta plena confianza en que el amor de Dios siempre va a actuar. ¿Y qué es lo que sucede?, estos sirvientes, dice, obedecen a Jesús, quien les pide que traigan las tinajas que estaban llenas de agua, y ellos se las llevan a Jesús (Jn. 2, 5-7).

Jesús les dice: “Ahora repártanla entre los comensales”. Y todos se admiraron de que lo que salía de esas tinajas era un vino exquisito, sabroso, único, mejor que el que se había acabado (Jn. 2, 8-10). Pero no sabían de dónde venía ese vino.

La relación entre Dios y nosotros, en la primera alianza bilateral, cuando dejamos de conducirnos conforme a la ley, nos atemorizamos cuando cometemos un pecado y pensamos que Dios ya no nos va a querer.

Pero en la Nueva Alianza con Jesús, pasamos a un vino mejor que es el vino del amor, que produce la alegría de saber que hay alguien, que pase lo que pase, siempre estará para ayudarnos, para auxiliarnos.

Veamos ahora qué significa, que los sirvientes pusieron lo que tenían en sus manos: tinajas con agua. ¿Cuáles son nuestras tinajas?: nuestra vida ordinaria, la cotidianidad, lo que tenemos que hacer, lo que está en nuestras manos, eso es lo que podemos siempre ofrecer a Dios. Y de esa manera, en esa cotidianidad de nuestras responsabilidades, ahí Dios actuará, esa debe de ser nuestra confianza y esa es la necesidad que tenemos de descubrir, que habiendo hecho lo que teníamos que hacer, a través de eso, Dios actúa y transforma.

Cuántas veces cuando nos acercamos a un necesitado, cuántas veces en un diálogo padres hijos, esposo esposa, amigos entre sí, vecinos, compañeros de trabajo desahogan lo que traen dentro, uno los escucha, los orienta y la persona se siente confortada, transformada y empieza a renovar su fe y su esperanza. Dios ahí actuó. ¿Qué hicimos nosotros?, lo que podemos hacer, escucharlos, auxiliarlos y Dios toca más a fondo el corazón de las personas, esa es la transformación de lo que significa el agua convertida en vino para traer la alegría de la vida.

Desde nuestra cotidianidad, desde el cumplimiento de nuestras responsabilidades Dios actúa. De esa forma como afirma el apóstol san Pablo en la segunda lectura: el Señor va a suscitar carismas entre nosotros, inquietudes sanas y buenas (Co. 12, 4-11), porque, cuando vemos lo que pasa alrededor nuestro, surgen inquietudes sanas, buenas, positivas, movidas por el Espíritu de Dios, esto es lo que explica san Pablo, no todos hacemos lo mismo, sino que el Espíritu va suscitando según nuestras personas y ambientes aquellos servicios que necesitan nuestros prójimos.

Esta es la vida espiritual a la que estamos llamados como discípulos de Jesús. Si lo hacemos así vamos a ser, no como los comensales que siguieron disfrutando del vino bueno, pero ni se enteraron de la acción de Jesús, en cambio María y sus discípulos dice el texto del evangelio, que ante lo que vieron creyeron en Él (Jn. 2, 11), así se desarrolla nuestra fe.

Desarrollemos pues nuestra sensibilidad espiritual, recojamos estas características, como María poner en manos de Jesús nuestras necesidades; como María estar atentos para hacer lo que Jesús nos dice a través de su Palabra, el Evangelio, a través de la Iglesia en sus enseñanzas, a través de las mismas acciones que vemos, o necesidades que sentimos en nuestro alrededor. Y  ofrecer lo que tenemos y somos, y verán ustedes que serán también testigos de que Dios sí camina con nosotros, sí está entre nosotros, el Reino de Dios actúa.

Pidámosle al Señor Jesús, pidámosle aquí a María de Guadalupe, ella que estuvo ahí en las bodas de Caná y sigue estando con nosotros para ayudarnos, para conducirnos al encuentro con Jesucristo, a la acción del Espíritu, que nos ayude a realizar nuestra vocación y misión.

Que así sea.

+ Carlos Cardenal Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México.

 

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Autor

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