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Homilía del Cardenal Aguiar en la toma de posesión del Deán de Catedral

4 agosto, 2019
Homilía del Cardenal Aguiar en la toma de posesión del Deán de Catedral
El Cardenal Carlos Aguiar Retes en la Catedral de México. Foto: Archivo
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“No sigan engañándose unos a otros; despójense del modo de actuar del viejo yo, y revístanse del nuevo yo” (Col. 3,9-10).

El discípulo de Cristo ha sido llamado a una renovación constante que implica tener la mirada puesta en su destino final, compartir en plenitud y eternamente la vida divina, que ha participado Dios Padre a todo aquél, que acepte a su Hijo Jesucristo, y lo siga como modelo de vida.

Este camino lleva a una transformación que implica la gran batalla de no dejarse seducir por las pasiones desordenadas, el Apóstol Pablo señala, en la segunda lectura, la fornicación, la impureza, los malos deseos, y la avaricia, -afirmando que ésta- es una forma de idolatría (Col. 3,5).

Jesús mismo en el Evangelio de hoy exhorta a sus discípulos a evitar toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea (Lc. 12,15).

La avaricia ciega al hombre y lo hace creer que la felicidad se encuentra en la abundancia de los bienes, en tener la capacidad económica para resolver todas sus necesidades y gustos sin depender de los demás. En una palabra ser totalmente autónomo, no necesitar de nadie, llegando incluso a considerar, que no necesita a Dios. Por eso es una forma de idolatría, su Dios es la riqueza de bienes terrenales, su Ídolo es el dinero.

¿Cómo podemos superar esa tentación, ya que todos aceptamos que necesitamos bienes para vivir, y tener la capacidad de obtenerlos para disfrutar de una vida digna?

Jesús indica con claridad que no pongamos en la abundancia de bienes la razón de nuestra vida, y por ello, propuso la parábola del hombre rico que cayó en la trampa de la codicia, y cuando creía que ya podría disfrutar el resto de su vida, del abundante fruto de su trabajo, esa misma noche muere. ¿Para quién serán todos sus bienes? Jesús concluye diciendo: Hay que hacerse rico de lo que vale ante Dios (Lc 12,21).



¿Qué habría de haber hecho ese hombre rico, para ganarse el cielo? En lugar de guardar y acrecentar lo guardado, debería haber compartido sus bienes con los más necesitados, y quedarse con lo necesario para seguir produciendo bienes. Así cobra sentido el trabajo, los desvelos, las preocupaciones de este vida, de lo contrario se cumple lo que afirma el Eclesiastés en la primera lectura: Hay quien se agota trabajando, y pone en ello todo su talento, su ciencia y su habilidad, y tiene que dejárselo todo a otro que no lo trabajó. Esto es vana ilusión y gran desventura (Ecle. 1,2 y 2,21).

Por su parte San Pablo afirma: busquen los bienes de arriba, donde está Cristo…pongan todo su corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra (Col. 3,1-2). Es decir, los bienes terrenales deben servir no solo para tener una vida digna, sino para compartirlos. Porque hay más felicidad en dar que en recibir. Así crecemos en la conciencia de ser una misma familia, y por tanto hermanos, y en descubrir y agradecer a nuestro Padre Dios, dador de todos los bienes.

También es importante resaltar que los bienes terrenales incluyen el talento, la ciencia y las habilidades personales, porque son la base para generar bienes materiales.

Monseñor Ricardo recuerda y ten siempre presente, que a través de la responsabilidades, ponemos en servicio nuestras capacidades; por ello te motivo, para que en esta nueva misión que hoy inicias, como Rector de nuestra Catedral Metropolitana, pongas todos tus conocimientos, experiencia sacerdotal, habilidades, y especialmente, alma y corazón en ser factor de comunión al interior del Cabildo con tus hermanos canónigos, y con los demás presbíteros de nuestra Arquidiócesis para poder servir a nuestro fieles, animándolos, orientándolos, y acompañándolos en su caminar como discípulos de Cristo.

Ten la certeza que no te faltará la ayuda del Espíritu Santo, y será tu mayor recompensa comprobar la generosidad de Dios Padre, en la buena marcha pastoral de la Catedral, y especialmente constatar, que es real y posible ver a los discípulos de Cristo dejar el viejo yo, y revestirse del nuevo yo, el que se va renovando, conforme va adquiriendo el conocimiento de Dios, que lo creó a su propia imagen (Col. 3,10).

Ponemos en manos de María, bajo la advocación de la Asunción al Cielo, la marcha pastoral de esta histórica y querida Catedral Metropolitana de México. Que ella te acompañe y te fortalezca, junto con tus hermanos canónigos, acompañados por S.E.R. Salvador Gonzalez Morales, delegado personal, quien habitualmente me hace presente entre Ustedes. ¡Que todo sea para Gloria de Dios y bien de nuestra Arquidiócesis! ¡Que así sea!





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