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Homilía del Arzobispo Aguiar: ¿Qué es la sabiduría?

8 noviembre, 2020
Homilía del Arzobispo Aguiar: ¿Qué es la sabiduría?
El Arzobispo Carlos Aguiar Retes. Foto: Basílica de Guadalupe.

“Radiante e incorruptible es la sabiduría; con facilidad la contemplan quienes la aman y ella se deja encontrar por quienes la buscan y se anticipa a darse a conocer a los que la desean” (Sab 6, 12-13).

¿A qué sabiduría se refiere este texto? Indudablemente a la sabiduría que procede de Dios. ¿Cómo podemos describir en general la sabiduría? Primero es conveniente diferenciar los conceptos entre la ciencia y la sabiduría humana. La ciencia es el conocimiento de las realidades del mundo, de las cosas existentes en esta vida, y de la relación entre ellas. Mientras que la sabiduría humana es el arte de aprender cómo proceder correctamente en las relaciones y situaciones de la existencia terrestre.

Pero la sabiduría descrita en este texto, y en general, en los libros sapienciales, y entre ellos el libro de la Sabiduría, la describen con rasgos y actitudes de un ser vivo. Algunos la personificaron en el Rey Salomón; sin embargo, quien la personifica plenamente es Jesucristo, quien siendo el Hijo de Dios y Palabra de Dios Padre, revela en su persona todas las características de la sabiduría descritas en la Biblia.

La Sabiduría que proviene de Dios, permite iniciar y recorrer el aprendizaje sobre la naturaleza de Dios, y obtener el conocimiento de lo que Dios ha proyectado para el desarrollo de la humanidad. Pero, ¿cómo se logra semejante propósito? A través de la propia revelación que Dios ha realizado mediante los profetas y su intervención divina, y llevada a término por la Sabiduría Divina, que es Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre.

En Cristo se hace realidad la descripción que hemos escuchado de la Sabiduría: con facilidad la contemplan quienes la aman y ella se deja encontrar por quienes la buscan y se anticipa a darse a conocer a los que la desean. El que madruga por ella no se fatigará, porque la hallará sentada a su puerta. Darle la primacía en los pensamientos es prudencia consumada; quien por ella se desvela pronto se verá libre de preocupaciones. A los que son dignos de ella, ella misma sale a buscarlos por los caminos; se les aparece benévola y colabora con ellos en todos sus proyectos.

Así podemos entender que al conocer y contemplar a Cristo, nos atrae y lo buscamos, y él se anticipa a quienes lo desean conocer y amar. Y en efecto, las dos cualidades descritas de la Sabiduría, radiante e incorruptible, las manifiesta Jesucristo en plenitud, porque El es la Luz del mundo que irradia y da sentido pleno a todas las circunstancias de la vida humana; El es la Verdad incorruptible e imperecedera que nada la mancha ni deteriora, El es la Vida verdadera y eterna porque es la revelación del verdadero Dios, que es amor.

La afirmación de San Pablo en la segunda lectura queda clarificada, reconociendo que Jesucristo ofrece la Vida Eterna y la ha garantizado al vencer la muerte y resucitando de entre los muertos: “no queremos que ignoren lo que pasa con los difuntos, para que no vivan tristes, como los que no tienen esperanza. Pues, si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera debemos creer que, a los que mueren en Jesús, Dios los llevará con Él”. La resurrección es la raíz de toda esperanza. Es fundamental adquirir la convicción de la eternidad y de la vocación a esa eternidad. De aquí la razón de afirmar que si Cristo no resucitó vana es nuestra fe.

También la parábola que hoy escuchamos de labios de Jesús, la interpretamos mejor a la luz de la reflexión sobre la Sabiduría: Las 10 jóvenes representan a la humanidad destinada a compartir la vida divina, que necesita estar preparada para el momento del encuentro con el esposo, que llegará a medianoche, de repente, y será necesario disponer de luz, proporcionada por suficiente aceite, para recorrer en medio de la oscuridad y de las tinieblas, que siempre se encuentran en el camino de la vida.

El aceite para la luz, es la experiencia personal de conocer a Cristo, Luz imperecedera, para entrar al Reino de los cielos. Por eso no se trata de egoísmo, el no compartir el aceite cuando “las descuidadas dijeron a las previsoras: Dénnos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando”. Hay que vivir la experiencia de encender la luz con el aceite, que es la relación con Cristo. Por eso la clave de interpretación está al final de la Parábola: Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’. Pero él les respondió: ‘Yo les aseguro que no las conozco’.

Naturalmente todos entendemos que las experiencias son imposibles de compartir, al igual que sus efectos; se puede sin embargo hablar de ellas y de su valor para invitar a otros a vivirlas. Se puede indicar dónde encontrar el aceite, que en este caso de la Parábola se está refiriendo a una experiencia personal, que no es posible vender ni traspasar.



En esta vida hay la oportunidad y garantía de conocer a Jesús, para eso se encarnó y se hizo semejante a nosotros. En conclusión a todos se les ofrece la oportunidad de acceder y entrar en relación con Cristo, Sabiduría divina y Luz del mundo, y obtener el aceite necesario, que es la experiencia eclesial de conocerlo, amarlo, y servirlo.

De ahí la necesidad de orar para pedir la Sabiduría, que es un don, un regalo del Espíritu Santo. A partir de la Palabra de Dios encarnada en Jesucristo, se ha abierto la puerta para el aprendizaje de la Sabiduría, la verdadera, la que salva. Quien la busca la encuentra y quien la practica adquiere la prudencia para ser de los previsores que al final de la vida, al tocar la puerta del cielo, nos abra Cristo y nos diga: yo te conozco entra a participar del banquete eterno del Reino de Dios.

En el recorrido de la vida terrestre no se necesitan influencias para entrar en relación con Cristo. Basta con buscarlo, atendiendo al anuncio de la Iglesia y de sus miembros, que somos todos los bautizados.

Por eso, la Iglesia debe siempre proclamar a Jesucristo, y darlo a conocer, por eso siempre debe ser misionera. Así ha sido Nuestra Madre, María de Guadalupe, discípula y misionera, pidámosle a ella, que nos fortalezca con su ejemplo y su cariño para que la Iglesia de nuestro tiempo sea intensamente misionera.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

 

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