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COLUMNA

Granito de mostaza

Marcelo Pérez, un sacerdote indígena asesinado por exigir verdad y justicia

El pasado domingo, tras concluir la Misa, el sacerdote Marcelo Pérez fue asesinado por dos hombres.

23 octubre, 2024
Marcelo Pérez, un sacerdote indígena asesinado por exigir verdad y justicia
El P. Marcelo se sentía orgulloso de ser sacerdote de la etnia tsotsil. Foto: Facebook Padre Marcelo

MIRAR

El domingo pasado, al terminar de celebrar la Misa en el barrio de Cuxtitali, en la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, y mientras se disponía a dirigirse a su parroquia de Guadalupe, dos individuos en motos asesinaron al sacerdote indígena Marcelo Pérez Pérez, con varios balazos que lo dejaron sin vida de inmediato. Hasta la fecha, no hay datos sobre los autores materiales e intelectuales. Pienso que esto no tiene que ver con los carteles que están peleando entre sí por el dominio del territorio en otras partes de Chiapas, que obtienen grandes ganancias al extorsionar a las poblaciones y sobre todo a los migrantes que pasan por allí.  El asesinato del P. Marcelo probablemente se deba a luchas internas por el poder político y económico en un municipio indígena, situación que el sacerdote trataba de que se resolviera por la paz, que se respetaran entre todos como hermanos; pero quizá los dueños de ese poder local lo veían como una amenaza a sus pretensiones de dominio. Esto debe aclararse por las autoridades correspondientes. Siempre fue un hombre de paz, sin intereses económicos o de otra índole.

El P. Marcelo era sacerdote de la etnia tsotsil. Fue el primer sacerdote indígena que ordené, en abril del año 2002, con ritos litúrgicos propios de la cultura acordes con las normas de la Iglesia. Fue un hombre de oración y de compromiso social, ambas cosas. No fue un mero activista social, ni un líder político, sino un pastor de su pueblo: muy centrado en la Palabra de Dios, en el Magisterio de la Iglesia, y por ello muy comprometido con la lucha por la paz, la justicia y la fraternidad entre los pueblos originarios. En la Eucaristía encontraba fuerza para afrontar los peligros, las amenazas y las incomprensiones. Nunca se alió con partidos políticos, o con poderosos de este mundo, ni manejaba grandes cantidades de dinero, sino que su preocupación era estar cerca del pueblo, cerca de los oprimidos y despreciados, dialogar con autoridades de todos niveles, siempre para procurar la paz, la justicia y la reconciliación. Esperamos que su muerte sea semilla para que haya muchos otros, indígenas y mestizos, que sigan luchando por la verdad y la vida, por la santidad y la gracia, por la justicia, el amor y la paz, que son los valores que Jesucristo quiere para la humanidad.

Nunca renegó de sus orígenes indígenas y de su propia cultura, y estuvo abierto a otras formas de vida y de pensamiento. Es un ejemplo para tantos que se avergüenzan de ser indígenas. Lamentablemente, hay sacerdotes, seminaristas y religiosas que reniegan de su cultura originaria, como si fuera un lastre del cual quisieran deshacerse. Se explica en parte por el racismo persistente en la sociedad, pero ellos son una riqueza nacional, de la cual no deberíamos renunciar.

DISCENIR

No falta quien diga que los sacerdotes no deben meterse en estas cosas; pero el Concilio Vaticano II, en su Decreto sobre la vida y el ministerio de los presbíteros, dijo ya claramente: “Si es cierto que los presbíteros se deben a todos, de modo particular, sin embargo, se les encomiendan los pobres y los más débiles, con quienes el Señor mismo se muestra unido (cf Mt 25,34-45), y cuya evangelización se da como signo de la obra mesiánica” (PO 6; cf Lc 4,18). “La predicación sacerdotal no debe exponer la palabra de un modo general y abstracto, sino aplicar a las circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio” (PO 4).

En su Constitución sobre La Iglesia en el mundo, dice: “La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico y social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina” (GS 42).

Dijeron los obispos latinoamericanos en el Documento de Puebla, del año 1979: “Quienes reciben el ministerio jerárquico quedan constituidos, según sus funciones, pastores en la Iglesia. Como el Buen Pastor, van delante de las ovejas; dan la vida por ellas, para que tengan vida y la tengan en abundancia, las conocen y son conocidos por ellas. Ir delante de las ovejas significa estar atento a los caminos por los que los fieles transitan, a fin de que, unidos por el espíritu, den testimonio de la vida, el sufrimiento, la muerte y la Resurrección de Jesucristo, quien, pobre entre los pobres, anunció que todos somos hijos de un mismo Padre y por consiguiente hermanos. Dar la vida señala la medida del ministerio jerárquico y es la prueba del mayor amor. Conocer las ovejas y ser conocido por ellas no se limita a saber de las necesidades de los fieles. Conocer es involucrar el propio ser, amar como quien vino no a ser servido sino a servir” (DP 681-684).

“Nuestra misión de llevar Dios a los hombres y los hombres a Dios implica también construir entre ellos una sociedad más fraterna. Esta situación social no ha dejado de acarrear tensiones en el interior mismo de la Iglesia; tensiones producidas por grupos que, o enfatizan lo espiritual de la misión, resintiéndose por los trabajos de promoción social, o bien quieren convertir la misión de la Iglesia en un mero trabajo de promoción humana” (DP 90).

El presbítero, “como pastor que se empeña en la liberación integral de los pobres y oprimidos, obra siempre con criterios evangélicos. Cree en la fuerza del Espíritu para no caer en la tentación de hacerse líder político, dirigente social o funcionario de un poder temporal; esto le impedirá ser signo y factor de unidad y fraternidad” (DP 696).

Sin embargo, “el presbítero es un hombre de Dios. Sólo puede ser profeta en la medida en que haya hecho la experiencia del Dios vivo. Sólo esta experiencia lo hará portador de una palabra poderosa para transformar la vida personal y social de los hombres de acuerdo con el designio del Padre” (DP 693).

ACTUAR

El asesinato del P. Marcelo es otro signo de la descomposición social de nuestro país, por la violencia exacerbada, por la impunidad ante tantos crímenes, por la libertad de acción que tiene el crimen organizado. Hagamos lo que nos toca, para que haya paz y justicia entre nosotros.