Si Jesucristo está Vivo, cambia todo
Gabriela Rodríguez Cuando contemplamos a Cristo en la Cruz, es muy fácil que pensemos en que se entregó por amor, en que dio su vida por nosotros, en que fue el amor llevado al extremo y qué no hay amor más grande, en palabras del mismo Cristo: no hay amor más grande que el de […]
Gabriela Rodríguez
Cuando contemplamos a Cristo en la Cruz, es muy fácil que pensemos en que se entregó por amor, en que dio su vida por nosotros, en que fue el amor llevado al extremo y qué no hay amor más grande, en palabras del mismo Cristo: no hay amor más grande que el de dar su vida por los amigos (Juan 15,13). Para los católicos, la cruz es un signo de amor y de orgullo, porque además da sentido a todos nuestros sufrimientos.
Pero los apóstoles, ese Viernes Santo no pensaban así; para ellos, la muerte de Jesús era una derrota y una contradicción, un motivo de mucha confusión y aflicción. Sentían un gran vacío, un profundo dolor por la muerte de su amigo, tenían la sensación de que todo lo que habían hecho y vivido los últimos tres años llegaba a su fin, quizás, incluso, pensaban que todo lo construido había sido inútil. Para ellos, todo había acabado. Era el fin.
Pero en realidad era el inicio de todo, la culminación de todo. Era la realización de un plan de salvación, pensado y prometido desde la creación. Era el inicio de una nueva creación, ya no en la materia, sino en el espíritu; no en la muerte, sino en la resurrección de Cristo.
Porque Cristo resucitó es que sus palabras y acciones tienen sentido. Sólo así todo lo anterior se hizo creíble. Porque nadie quiere seguir a un hombre fracasado, y Cristo capturado y crucificado, sería el peor final de una película.
Pero es que, además, el mayor milagro que realizó Cristo fue el devolver la vida, porque nadie más es dueño de ella, sino Dios. Aun así, devolver la vida a una niña o a su amigo Lázaro era algo extraordinario, pero devolverse la vida a sí mismo era imposible de pensar.
Sin embargo, Jesucristo resucitó, y con ello le dio un nuevo sentido a todo. Cristo está vivo y nos consta por la resurrección, porque se apareció a sus discípulos, y ellos lo vieron subir al cielo con su cuerpo. ¡Cristo está vivo! Pensémoslo hasta desentrañar el sentido de esto: “Si Jesucristo está vivo, cambia todo”.
Dijo el Papa Francisco en su catequesis del 19 de abril del año pasado (2017) “Si de hecho, todo hubiese terminado con la muerte, en Él tendríamos un ejemplo de entrega suprema, pero esto no podría generar nuestra fe. Ha sido un héroe. ¡No! Ha muerto, pero ha resucitado. Porque la fe nace de la resurrección. Aceptar que Cristo ha muerto, y ha muerto crucificado, no es un acto de fe, es un hecho histórico. En cambio, creer que ha resucitado sí.”
Jesucristo, vivo y triunfante, es el sentido más profundo de nuestro amor a la Cruz, es el sentido de nuestras luchas diarias, es el porqué de nuestros ofrecimientos, de nuestras oraciones, porque nosotros sabemos que cuando le hablamos, Jesús nos escucha, que puede acompañarnos, que puede levantarnos de nuestras caídas y que sanar nuestros corazones, y así cómo se levantó del sepulcro, puede levantarnos de nuestras debilidades, pecados, tentaciones y defectos, que puede crear en nosotros esa vida nueva que da la Gracia Santificante, el impulso de Dios en nosotros.
Los hemos vivido, pero pocas veces meditamos y reflexionamos en que todo esto es fruto de la resurrección. Quizá lo sabemos, pero podríamos actuarlo más y aprovecharlo más: permitir a Cristo entregarnos a la muerte para morir al pecado, al egoísmo, al rencor. Permitir a Cristo descender a nuestros más profundos infiernos: nuestras heridas, nuestro pasado, nuestras enfermedades espirituales y morales para permitir a Cristo con toda la fuerza de la redención: resucitarnos a una vida de paz, de gratitud, donde podamos disfrutar y vivir con alegría, incluso, si tenemos que cargar con nuestra Cruz.
“¡Qué bello es pensar que el cristianismo, esencialmente, es esto! (También palabras del Papa Francisco) No es tanto nuestra búsqueda en relación a Dios –una búsqueda, en verdad, casi incierta – sino mejor dicho la búsqueda de Dios en relación con nosotros. Jesús nos ha tomado, nos ha atrapado, nos ha conquistado para no dejarnos más. El cristianismo es gracia, es sorpresa, y por este motivo presupone un corazón capaz de maravillarse. Un corazón cerrado, un corazón racionalista es incapaz de la maravilla, y no puede entender que cosa es el cristianismo. Porque el cristianismo es gracia, y la gracia solamente se percibe, más: se encuentra en la maravilla del encuentro.”
Jesucristo está vivo, y está vivo con nosotros y en nosotros, y nos ama y nos cuida y nos guía…
Él es nuestra esperanza, porque es nuestro camino, un camino que ya nos mostró, en el qué hay cruz, pero en el que vence el bien, siempre vence el bien, porque Él es nuestro Bien.
San Pablo se encontró con Cristo resucitado, y su vida cambió totalmente, de convirtió de persecutor del cristianismo a su promotor más convencido, fue porque se encontró un Jesús vivo. Y fue san Pablo quien nos hace ver que “si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe” (1 Cor 15,14)