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Prédica de Adviento: ¡En marcha, caminemos!

P. Julián López Amozurrutia

La tercera y última de prédica de Adviento en la Catedral de México tuvo lugar este sábado 23 de diciembre. En ella, hemos dicho que al cristiano se le pide dar razón de su esperanza (cf. 1P 3,15). Si deposita su confianza en Dios y es capaz de avizorar como salvación un futuro definitivo, lo hace en su calidad de caminante: aún no ha llegado a la plenitud, y de hecho muchos obstáculos parecen arrebatársela. Es verdad que la mirada no abarca el horizonte. Sólo hemos visto una estrella. Nuestra presencia en el camino, sin embargo, está llena de sentido. Nuestra condición de creatura se realiza como esperanza: no venimos de la nada ni del azar, ni vamos a la nada. Somos ser en camino, camino del ser. El Adviento no se cansa de decirnos: ¡En marcha, caminemos!

Pero ¿cuál es la razón para la esperanza? A algunos tal vez les baste una apuesta como la de Pascal: es mejor esperar que no esperar. Pero lo cierto es que el corazón rechaza una esperanza vislumbrada como simple ilusión, del mismo modo que sor Juana renunció a una esperanza entendida como embeleso. De manera recurrente, hemos de advertir contra las falsas esperanzas, en las que a veces nos estacionamos. No puede ser real una esperanza que inmoviliza, ni una que vacía de significado el camino.



En su madurez, el Adviento nos lleva al encuentro de nuestra esperanza, que no es un argumento ni una idea, sino una persona. Como lo propone Virgilio, somos provocados por la sonrisa en la que el pequeño niño aprende a conocer a su madre. Jesús es nuestra esperanza, y nosotros mismos aprendemos a reconocerlo cuando, desarmados de toda violencia, somos conducidos al conmovedor episodio de su arrullo. La única razón de la esperanza es que lo hemos visto, bajo el haz de la estrella, sonriendo con su madre.





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