La dicha de confiar en Dios
César Monroy López “Después del huracán, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave”. (1Re 19, 11-12) Frente a los acontecimientos recientes en nuestro […]
César Monroy López
“Después del huracán, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave”. (1Re 19, 11-12)
Frente a los acontecimientos recientes en nuestro país es probable que nos olvidemos de Dios o que pensemos que Él nos ha abandonado. Es muy probable que se sienta dolor por todo lo malo que ha pasado, y quienes creemos en Dios, preguntemos: ¿dónde ha estado todo este tiempo?
Si quieren encontrar a Dios, es tiempo de revelarles el secreto: está en el silencio, porque éste es el lenguaje de Dios. Desde luego podrá haber miedo al silencio porque habrá contacto con uno mismo, y muy probablemente surgirá el llanto, el dolor y todo aquello que sentimos, pero hoy más que nunca es necesario para liberar el dolor.
Sanar una herida grave es algo doloroso y también un proceso relativamente largo. Dicho proceso siempre involucra a otra persona (el contacto humano tiene propiedades curativas), es por ello que algo muy importante el platicar con gente que se dedica a sanar el alma, como son los sacerdotes, psicólogos y orientadores familiares.
Y jamás querer “castigar a Dios” porque creemos que “se olvidó de nosotros”; por el contrario, son tiempos en los que Nuestro Señor quiere que lo miremos. En el mundo se dice: “el que me la hace, me la paga”, y queremos echarle la culpa a Dios. Pero, qué culpa tiene Él, el mundo no es perfecto, nada es totalmente perfecto, sino solo Dios.
Confiar en Dios es un reto que implica mantenerse fieles, sobre todo los padres de familia, quienes deben tener la entereza de salir adelante frente a cualquier situación, obviamente con la ayuda de Dios. Para ello es muy importante hablar con Él, tanto individualmente como en familia.
Confiar en Dios implica, por tanto, una doble acción: de un Dios que ama y de un ser que se sabe amado. Por ejemplo, es muy probable que a veces se den pleitos de los papás con los hijos por diferencia de ideas; sin embargo, estas diferencias son naturales, porque si no las hubiera, todo sería monótono o igual; y aun así, las discusiones no disminuyen el amor entre madre e hijo; por el contrario, las diferencias se solucionan generando acuerdos, y éstos a su vez tienen como consecuencia un mayor sentido de unidad.
Así, ¡con cuánta mayor razón se tendrán diferencias con Dios!, porque Él es completamente distinto a nosotros; sólo el amor es capaz de unirnos a Él, dado que Dios mismo es el origen del amor. Prueba de ello es Cristo crucificado que sufrió primero, para que todos nuestros sufrimientos fueran saciados con la esperanza de la resurrección.
Así, se tienen dos elementos clave para recuperar esa confianza en Dios: el silencio y el amor. Mismos que se deben vivir delante de Él; es decir, en todo momento. Una familia que no sabe guardar silencio, se sumergirá en conflictos o, peor aún, evitará sus problemas, y difícilmente los solucionará. Cuando no se quiere escuchar al otro, nos cerramos al otro; de igual modo, cuando no platico mis problemas, me sumerjo en ellos y, en consecuencia, me hundo.
La posibilidad de vivir el silencio surge del Amor para el amor. Porque cuando nos sabemos escuchados, nos sabemos amados y cuando escuchamos, amamos. Este tiempo es para escuchar y ser escuchado; sin ruidos, sin música, sin celular, sin televisión, sin radio; solamente el que habla y el que escucha.