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Escuela para Padres: Ser hij@ es un DON que pocos entienden

Mariana Calleja Martínez

¡Levante la mano quién escogió ser hija o hijo! El estado de vida que siempre nos acompaña y nos hace ser quienes somos, es el “ser hijos”; en este mundo todos somos hijos. Aunque resulta obvio, muchas veces no vivimos como tales, no hacemos conciencia del gran regalo que significa ser hijos. Por situaciones de la vida, heridas de nuestros padres o malas experiencias, nuestra identidad de hijos pudo haberse dañado en mayor o menor medida.

Retomaremos algunas ideas del escrito de Carlos Jiménez (2016), Hijos que no se dan cuenta que son hijos: una reflexión desde el personalismo, para reflexionar sobre la importancia que tiene la dimensión de ser hijos y cómo nos afecta el aceptar y acoger esa realidad en la propia vida.

Como punto de partida hay que resaltar que el ser hijos es un DON, nadie ha escogido ser hijo. Hemos sido llamados gratuitamente a existir en este mundo. Lamentablemente, hemos creído que vivir es solamente un derecho, y no hemos sabido reconocer que lo que somos y tenemos es un regalo. Por eso, es necesario creer con la mente y el corazón que somos un don para el mundo. Solo así brotará de nuestro corazón el agradecimiento, como cuando alguien nos da un regalo inesperado, lo primero que decimos es: ¡GRACIAS!

Si somos un regalo, alguien tuvo que darlo, y ese autor principal, es Dios Padre, con ayuda de nuestros padres. Él nos llamó a la existencia y cuida de nosotros llenando nuestra vida de distintos llamados que salen a nuestro encuentro y se manifiestan de alguna manera en circunstancias, oportunidades, consejos, luces interiores o personas, para alcanzar nuestra plenitud y felicidad.

Comienza a agradecer y admirar el don de tu vida, es una forma de vivir nuestra condición de hijos y dejarnos amar por Dios. No vivamos como el hijo mayor de la parábola de hijo pródigo, que vive en casa de su Padre, pero sin sentirse hijo de Él.



¿Por qué se ha desvirtuado nuestro modo de ser hijos? Probablemente ha sido porque hemos dejado crecer mentiras en nuestro interior, que surgen de experiencias negativas o heridas. Por ejemplo, si por alguna razón se quebró la confianza con mi papá, fue muy castigador o siempre pensé que para ganarme su cariño debía cumplir mis deberes, portarme bien y tener logros, naturalmente traspasaré esa experiencia a la forma en que miro y me relaciono con Dios Padre, creyendo que sólo si me porto bien Él me ama y ayuda; en consecuencia, esa relación con Dios será distante, basada en el deber y en el miedo.

Pero esas heridas y experiencias no nos determinan, podemos liberarnos de ellas con la ayuda de Dios, pidiéndole que sane nuestra afectividad y nos dé la gracia del perdón y de sentirnos su hij@s muy amad@s. A la vez, es necesario hacer el ejercicio de reconocer y hacer conscientes los momentos en los que se quebró mi relación con Dios padre, por alguna mala experiencia que tuve con mis padres, escribir esas heridas que llevo en el corazón y que no me permiten experimentar a un Dios Padre amoroso, misericordioso y siempre bueno. Entregárselas en oración a Dios y pedir ayuda a un profesional para comenzar a sanar nuestra afectividad.

Trabajemos con esperanza nuestro interior para sentirnos cada día más hijos de Dios, agradeciendo y admirando los regalos que nos ofrece todos los días. Así podremos acoger con mayor amor el don de nuestros hijos. Uno no da lo que no tiene, y uno no puede amar libremente si el rencor, los sentimientos de tristeza, odio, desconfianza y miedo invaden nuestro corazón.

Sentirnos hijos afecta nuestra forma de mirar, amar y acoger la vida, a Dios y a los demás. Eliminar la visión negativa que tengo de Dios Padre, nos ayudará a desarrollar mejor nuestra paternidad-maternidad. Aunque un padre se olvide de su hijo, siempre tendrá al Verdadero Padre que nunca nos abandona.

 





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