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Que Cristo sea su Héroe, su amigo incondicional

María José Silias

Hace unos días, mientras investigaba y platicaba con una amiga sobre algunos santos y personas que han sido ejemplos de vida cristiana, ella me compartió una reflexión que va más o menos así: “Los santos han llegado a serlo no porque fueron héroes ni porque aspiraron a eso, sino porque se han encargado de tener a Cristo como su héroe, y ellos se volvieron su mano derecha, algo así como el Robin de Batman, el fiel Sancho del Quijote o más bien… el apóstol de Cristo.

Y me surge la duda, tú como padre o madre, ¿de qué forma ayudas a tu hijo a ser ese “Robin”, a ser ese “Sancho”, o más bien a ser ese apóstol a lado de Cristo?

Un apóstol se caracteriza no sólo por seguir a Jesús, sino por predicar su Evangelio, y si mal no recuerdo, desde nuestro Bautismo se nos concede ser “profetas, sacerdotes y reyes”. Reyes porque estamos llamados a servir a los demás, como lo hace un rey que busca el bienestar de su pueblo; sacerdotes para ser testigos vivientes de Cristo, y profetas para anunciar su Evangelio, entonces, ¿por qué no ejercitar ese don entregado desde pequeños?

Ahora, para llegar a ser ese apóstol de Cristo, ese discípulo amado, primero es necesario conocerlo y amarlo, de lo contrario, cómo se podrá predicar lo que no se conoce.

Estamos en el mes del amor y la amistad, y con ello surge el deseo del amor ideal y la amistad perfecta, lo cual humanamente no existe, pero sí existe ese amor perfecto tan grande y tan divino encarnado en Jesús, quien fue capaz de dar su vida por nosotros; tan es así que no sólo se entregó, sino que decidió quedarse, y lo vemos de forma tangible en la Eucaristía a la que tenemos acceso yendo a Misa.



El padre y madre de familia, así como tienen la responsabilidad de educar en los valores y de llevar a sus hijos a la escuela, tienen también la responsabilidad de cultivar los aspectos religiosos que no quedan únicamente a merced del catequista, así como pasa también con aprender a leer y a escribir, a sumar y a restar, que no queda como tarea única del maestro. Los padres deben reforzar y motivar ese aprendizaje en casa. Los padres son entonces la Iglesia doméstica donde uno aprende a amar a Cristo, Su Cruz, Su Poder y Misericordia.

Además, en Marcos 10, 1-16 dice: “En aquel tiempo presentaron a Jesús unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Pero Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: ‘Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él’ Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.”

Así que no hay pretextos, si el Señor quiere a sus hijos con la inocencia y la entrega de un niño, ¿por qué no desde chicos fomentar este amor a Él? Hay que motivarlos a que encuentren en Jesús ese amigo incondicional que estará para escucharlos y amarlos siempre.

Recuerda que una de las mejores maneras de enseñar a los niños que Cristo es el amigo fiel (más que Woody y Buzz Lightyear de Toy Story), es demostrarlo con el ejemplo, donde uno como padre tenga a Cristo como su mejor amigo también, incluso y sobre todo, en el Matrimonio.

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