Opinión: ¿Que hacer en los conflictos?
Mons. Felipe Arizmendi Esquivel Ver Son frecuentes los conflictos en todos los niveles: en la familia, en el barrio, entre grupos, entre pueblos, entre partidos, entre naciones y aún entre creencias. Algunos problemas parecen lejanos, pero en muchos debemos intervenir, pues no podemos pasar indiferentes ante tanto sufrimiento. En estos días, hay un conflicto muy […]
Mons. Felipe Arizmendi Esquivel
Ver
Son frecuentes los conflictos en todos los niveles: en la familia, en el barrio, entre grupos, entre pueblos, entre partidos, entre naciones y aún entre creencias. Algunos problemas parecen lejanos, pero en muchos debemos intervenir, pues no podemos pasar indiferentes ante tanto sufrimiento.
En estos días, hay un conflicto muy delicado entre dos pueblos de nuestra diócesis, Chenalhó y Chalchihuitán, por los límites territoriales entre ambos. Durante 43 años, han luchado por defender como propias las tierras que ocupan otros, no como invasores, sino como legítimos propietarios, con documentos emitidos por las autoridades federales, pero a quienes los otros no les reconocen esa propiedad por razones que llaman ancestrales, anteriores a los veredictos oficiales. Y ahora que un tribunal agrario “devolvió” esas tierras a quienes antes las tenían, ambos municipios aducen razones a su favor para poseerlas. Lo más grave es que grupos armados de una parte, con amenazas y violando derechos humanos fundamentales, expulsaron a quienes la misma autoridad había entregado esos territorios, y ahora por decreto se los quita. Por temor, los despojados huyeron a las montañas, para salvar la vida, y allá, lejos de su casa y de sus siembras, sufren las inclemencias del tiempo, hambre y angustia. Se sienten ahora sin nada, con incertidumbre y sin esperanza de un futuro mejor. ¿Podemos callar y pasar como si esto no nos importara?
También el proceso electoral que ya estamos viviendo provoca enfrentamientos, a veces no sólo de palabras, entre contendientes de las diferentes alianzas. Se dicen de todo, como si fueran los peores enemigos. Es una verdadera guerra propagandística, con el objetivo de presentarse como la mejor opción, y descalificar a los otros como lo peor del mundo. ¿Podemos soportar los millones y millones de anuncios publicitarios, y permanecer mudos e indiferentes? ¿Qué nos toca como pastores de la Iglesia y de la comunidad?
Pensar
El Papa Francisco, en su reciente viaje al lejano país asiático Myanmar, decía a los políticos y a los representantes del gobierno: “El difícil proceso de construir la paz y la reconciliación nacional sólo puede avanzar a través del compromiso con la justicia y el respeto de los derechos humanos…, para resolver los conflictos ya no con el uso de la fuerza, sino a través del diálogo… El futuro debe ser la paz, una paz basada en el respeto de la dignidad y de los derechos de cada miembro de la sociedad, en el respeto por cada grupo étnico y su identidad, en el respeto por el estado de derecho y un orden democrático que permita a cada individuo y a cada grupo, sin excluir a nadie, ofrecer su contribución legítima al bien común.
En la gran tarea de reconciliación e integración, las comunidades religiosas tienen un papel privilegiado que desempeñar. Las religiones pueden jugar un papel importante en la cicatrización de heridas emocionales, espirituales y psicológicas de todos los que han sufrido en estos años de conflicto. Pueden contribuir también a erradicar las causas del conflicto, a construir puentes de diálogo, a buscar la justicia y ser una voz profética en favor de los que sufren” (28-XI-2017).
Al día siguiente, en la homilía de la Misa, expresó: “Sé que muchos llevan las heridas de la violencia, heridas visibles e invisibles. Existe la tentación de responder a estas heridas con una sabiduría humana, que está profundamente equivocada. Se piensa que la curación puede venir de la ira y de la venganza; pero el camino de la venganza no es el camino de Jesús. El camino de Jesús es radicalmente diferente. Cuando el odio y el rechazo lo condujeron a su pasión y muerte, él respondió con perdón y compasión” (29-XI-2017).
Ese mismo día dijo a los obispos: “La comunidad católica puede estar orgullosa de su testimonio profético de amor a Dios y al prójimo, que se expresa en el compromiso con los pobres, con los que están privados de derechos, y sobre todo con tantos desplazados que, por así decirlo, yacen al borde del camino. Os pido que transmitáis mi agradecimiento a todos los que, como el buen samaritano, trabajan con generosidad para llevar el bálsamo de la sanación a quienes lo necesitan… Curar, curar las heridas, curar las almas, curar. Esta es vuestra primera misión: curar, curar a los heridos”.
Actuar
Sigamos siendo solidarios en ayuda humanitaria con los desplazados, ahora despojados; propongamos caminos de diálogo pacífico entre las partes, y ayudemos a las autoridades a comprender que los conflictos no se resuelven con resoluciones de escritorio, sino con propuestas consensuadas entre las partes, para no dañar a los más indefensos.