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Opinión: Francisco en Myanmar, el Papa del divino Toyota

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Guillermo Gazanini Espinoza

Este 27 de noviembre por la madrugada, tiempo de México, el Papa Francisco inició el vigésimo primer viaje de su pontificado en las periferias de Asia, dos países de minoría cristiana, pero vibrantes en la fe y de especial esperanza para el cristianismo en esa parte del mundo al que se le ha llamado la “última frontera” y hacer realidad el eventual deseo de pisar China para derribar el telón de bambú.

Francisco acogió la invitación de líderes y de los episcopados de Myanmar y Bangladesh, dos países que afrontan graves crisis humanitarias por las sistemáticas limpiezas étnicas y desplazamientos. La primera parada de este viaje apostólico, la República de la Unión de Myanmar, tuvo su origen en el encuentro de Aung Sang Suu Kyi, líder birmana y Premio Nobel de la Paz 1991, quien se reunió con el Pontífice en el Vaticano, en mayo de 2017, abriéndose una nueva era en las relaciones entre la Santa Sede y el país de mayoría budista, emancipado del Imperio Británico en 1948 y sumido en las crisis que fluctuaron entre el comunismo y las dictaduras militares.

No se tenía previsto encuentro oficial alguno a la llegada del Papa; sin embargo, Francisco se reunió con el general Min Aung Hiaing, Jefe de las Fuerzas Armadas. De acuerdo con las fuentes oficiales, el militar sería quien tomó la iniciativa de reunirse con el Papa en la casa del Arzobispo de Yangon, el cardenal Charles Maung Bo, prelado quien habría recomendado al Papa Francisco tener en cuenta tres hechos importantes en torno a la visita: El encuentro con el general Min Aung Hiaing, evitar el término del clan rohingya y el diálogo interreligioso entre budistas, musulmanes, cristianos e hindúes.

El principal problema en esta zona del mundo está en la persecución y limpieza étnica de minorías a pesar de las afirmaciones del general Ming Aung de que en Myanmar no hay ninguna clase de actos contra derechos humanos. Después de la reunión, la oficina del jefe de las fuerzas armadas liberó un comunicado negando cualquier hecho de opresión contra las minorías.

Según Amnistía Internacional, desde agosto pasado, 150 mil personas del clan rohingya han sido desplazadas hacia Bangladesh. Son minoría musulmana la cual sufre la respuesta atroz de las fuerzas armadas regulares ante las acciones del Ejército de Salvación Rohingya de Arakan (ARSA), guerrilla insurgente que toma parte en la desestabilización del estado Rakhine.

La violencia es azuzada por los líderes budistas fundamentalistas. En 2012, las tensiones entre clanes budistas y musulmanes derivaron en serios disturbios que provocaron el desplazamiento de esa minoría. En 2016, el ejército de Myanmar, a fin de sofocar a la insurgencia, lanzó tremenda ofensiva en la región rebelde con una represión militar que Amnistía Internacional consideró de verdadero genocidio crimen de lesa humanidad.

Sin embargo, la persecución no es contra los musulmanes exclusivamente. Un informe de OpenDoorsUsa.org señala que las minorías cristianas sufren agresiones y represión de células radicales. Atribuye a la secta budista Mabatha el odio más virulento además de la instauración de leyes para la protección de raza y religión obligando a las conversiones forzadas.



El único clan cristiano mayoritario en Myanmar son los Chin con cerca del 90% de su población heredera de la evangelización traída por los misioneros jesuitas particularmente. No obstante, la garantía de ser cristiano no es suficiente en un estado budista que también los ha perseguido sometiédolos a trabajos forzados, esclavitud y malos tratos a manos del Ejército nacional.

El aislacionismo oficial y la cruel represión de los cristianos Chin hacen que esa región sea de las más pobres en Myanmar. De acuerdo con la información de pastores y misioneros, el 73% de sus habitantes viven por debajo de la línea del bienestar. En muchos casos, por ejemplo, las familias se ven obligadas a vender a sus hijas a los rebeldes para salvarlas ocasionando rupturas y conversiones forzadas.

Los católicos son de los clanes karen y chin. De los 51 millones de habitantes, sólo 700 mil son fieles al catolicismo. En Myanmar hay 16 diócesis, 15 están erigidas en estados de minoría étnica, particularmente en los Chin y Shan, con presencia de rebeldes armados en contra de las fuerzas del gobierno.

Este es el viaje apostólico del Papa a las periferias de la persecución donde los creyentes en Cristo también sufren. A pesar de las tensiones y amenazas de grupos budistas, el gesto de reconciliación será como un vaso de agua fresca frente al fuego del odio.

Francisco es el hombre capaz de provocar el cambio en estas agresiones contra el ser humano y sus actos cautivan al espectador más ajeno que en nada podría importar la visita del Pontífice a esos confines. Por lo pronto, los corresponsales y prensa de Myanmar quedan prendados de la sencillez de Francisco cuando usa los austeros vehículos a los que nos tiene acostumbrados durante sus viajes apostólicos: Ya le llaman el “Divino Toyota” de color azul como emblema de paz. “El Toyota es la perfecta respuesta al obsesivo estatus de poder de líderes del sureste asiático… ¿Podrán seguir su ejemplo?

 





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