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Fátima: Mensaje de paz y esperanza para México

Fátima: Mensaje de paz y esperanza para México
La Virgen de Fátima. Foto: Archivo

Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz

El otro día, unos amigos me decían: “Padre, percibimos que desde el terremoto de septiembre, hay gente que tiene miedo, que está crispada, cómo enojada”. Les contesté que yo también había notado eso, y que la violencia en el país y en nuestra ciudad, aunada al proceso electoral que vivimos, hace que muchas personas canalicen sus temores en miedo, tristeza y angustia.

Cuando me preguntaron: “¿qué podemos hacer?”. Les respondí que era importante poner atención, comprender y hacer vida el mensaje que la Virgen María nos dejó en Fátima, Portugal, para fortalecer nuestra esperanza y tener paz.

Este domingo 13 de mayo se cumplen 101 años de las apariciones de la Virgen María en Fátima. A través de tres pastorcitos, Lucia, Francisco y Jacinta, recibimos un mensaje de esperanza y paz, no sólo para el mundo convulsionado por la I Guerra Mundial de 1917, sino también para el hombre de hoy.

Esa paz y esa esperanza, que vienen del Cielo, son las que el hombre de hoy y de siempre, necesita. La paz que Cristo resucitado da a los apóstoles, no consiste solo en la no guerra, sino de un estado de plenitud, que nos lleva a reflexionar sobre nuestra vida personal y el destino del mundo y por lo mismo nos ayuda a tomar las mejores decisiones y a construir un futuro mejor.

Cuando por la fe nos ponemos por encima de los condicionamientos que nublan la razón y confunden nuestros sentimientos, la presencia de Cristo Resucitado ilumina nuestro entendimiento y fortalece nuestra voluntad para actuar con claridad.

Esta presencia de Cristo en la vida personal y también en la sociedad, es la que nos lleva a tomar conscientemente las decisiones en nuestra vida y a asumir sus consecuencias, para que en una constante revisión de lo que acontece y la forma en la que actuemos, hagamos la voluntad de Dios: amar, servir, tener paz, ser factores de unidad, ser felices y hacer felices a los demás.



En México y en el mundo, como individuos y como nación, muchos están alejados de Dios e impulsados por el egoísmo, el relativismo y la ideología de género, extienden la cultura de la muerte que se contrapone a la cultura de la vida y a la civilización del amor, que son expresión del Reino de Dios. Las consecuencias de esta realidad están a la vista de todos, y se manifiestan entre otras formas: en el entramado social fracturado, la familia cristiana despreciada y atacada, el aumento de la violencia en los hogares y en las calles, en la pérdida de la identidad y dignidad humanas y del sentido de la vida, lo mismo que en el aumento de suicidios.

Las campañas políticas del proceso electoral que vivimos en el país y en la ciudad, son un caldo de cultivo, donde los males señalados se incrementan, pues están llenas de mentiras y de mensajes violentos, que también generan desconfianza y crispación, que rompen el diálogo y propician el insulto y la división en la sociedad, entre amigos y vecinos, e incluso dentro de algunos hogares.

Ante esto, nuestra mirada debe volverse hacia el mensaje central de la Virgen en Fátima. La Virgen nos recuerda que Cristo está en medio de nosotros, como lo estuvo con sus apóstoles en la barca, en medio de un mar embravecido, por lo que debemos tener fe, no perder la calma, tener confianza y trabajar por la paz y la unidad.

La Virgen en Fátima, como remedio de la pérdida de la fe nos ha pedido el rezo del santo Rosario y para detener y revertir el mal, nos pide que actuemos en paz y a favor de la paz, ofreciendo todo “por amor a Jesucristo, por la conversión de los pecadores y en reparación a las ofensas cometidas en contra del Inmaculado Corazón de María”.

En este mensaje está la fuerza del hombre y de la humanidad, pues inicia con la oración y concluye en el Cielo, pasando por el compromiso diario de esforzarse por perdonar, en ser mejor, en ayudar al prójimo, en no perder la calma, en propiciar el diálogo, en construir la paz, haciendo todo por amor a Cristo, al prójimo, y para la gloria de Dios.





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