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En busca del Valle Encantado

“Hay cosas que se ven con los ojos, y otras que se ven con el corazón”.

 

Antonio Rodríguez

Lo conocen como “Diente agudo”, y su macabro rugido pone a correr a todos los animales; sus ojos son de un intenso color rojo, como si estuvieran ensangrentados, y sus afilados colmillos no dan tregua a sus víctima; los animales más viejos conocen incluso su forma de caminar y saben que resguardarse es lo más inteligente, pero los más jóvenes apenas y notan el peligro en que se encuentran.

Dos pequeñas crías de dinosaurio se encuentran jugando, cuando de pronto aparece el villano colmilludo; al sentirse en peligro, huyen despavoridas buscando a sus madres. El gigantesco animal los arrincona, y los pequeños se miran mutuamente en espera del fatal desenlace. Cuando parece que todo está perdido, una hembra “Cuello largo” aparece para proteger a su retoño; da un coletazo directo a las fauces del depredador, y éste se tambalea hasta caer; la madre aprovecha para decirle a los pequeños que huyan y se pongan a salvo. “Diente agudo” se levanta furioso, agita su cabeza y enfrenta a la madre “cuello largo”, quien no se amedrenta, sino que le hace frente con bravura. La batalla entre ambos colosos deja sin aliento a los pequeños, pero cuando la madre está a punto de ganar, el piso se abre.



Los continentes se separan, el suelo se quiebra, fuego y gases emergen a la superficie, provocando el caos y separando a las manadas. La cría de la “cuello largo” es nombrado “Piecito”, y éste busca a su madre desesperadamente; al encontrarla, mira con tristeza que yace en el piso y está demasiado débil. La madre se despide prometiéndole que siempre estará con él, y le pide que siga su camino en busca del “gran valle”, allí donde el suelo reverdece y siempre hay agua; allí donde tal vez los de su especie lo están esperando.

En busca del valle encantado se convirtió en un éxito de taquilla en su estreno, allá por 1988. El director, Don Bluth, llevaba ya carrera realizando filmes animados con un enfoque familiar. No buscó la risa fácil en el espectador ni mucho menos un entretenimiento burdo; tampoco tuvo miedo de decirle a los más pequeños de la casa que la vida puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos.

La cinta cuenta una historia sobre la madurez a temprana edad, pero también sobre valentía y amistad, sobre romper muros que dividen a la razas; los pequeños animales viven con la obligación de no tener ningún tipo de relación con otro animal que no sean de su especie, y estos, en cambio, aprenden a que es una necesidad romper esas arcaicas barreras si quieren seguir con vida. Romper muros y dividir razas, un discurso muy actual, ¿no?

 





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