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Cultura Bíblica: El Espíritu Santo revela y da fortaleza

Mons. Salvador Martínez

Este Domingo de Pentecostés comentaremos sobre la función reveladora del Espíritu Santo y la función fortalecedora para el testimonio de los discípulos.


 

El evangelio del día de hoy toma dos partes del discurso de Jesús en la Última Cena. Ambos segmentos del discurso tienen como tema el envío que Jesús hará del Espíritu Santo a los discípulos. El Espíritu Santo es enviado por Jesús para que capacite a los discípulos para comprender todas las cosas que Jesús les había dicho. En efecto, como nos lo dice el evangelista san Marcos, comprender la identidad y la misión de nuestro Señor Jesucristo no le era posible a los hombres (Cfr. Mc 8,14-21), después de muchos milagros las personas se quedaban maravilladas preguntándose quién sería este hombre.

San Mateo (Mt. 16,13-20) nos narra que cuando Jesús preguntó a los discípulos sobre quién pensaban que era Él, Pedro acertó al decirle que era el mesías, el Hijo de Dios. Entonces Jesús le contestó que eso no se lo había revelado la carne ni la sangre, sino el Padre que está en el cielo.



Así pues, dentro de la misma línea, en el evangelio de hoy Jesús asigna al Espíritu Santo una función reveladora. “Él los conducirá a la verdad completa” (Jn. 16,13). Sin embargo, Jesús no dice que el Espíritu Santo habrá de revelar cosas extrañas a las que Él reveló, más bien hay una continuidad y dependencia entre lo que Jesús dijo y aquello que completará el Espíritu Santo (Jn. 16,15).

También, dentro de este discurso hay otro dato interesante: Jesús asigna al Espíritu Santo otra función, la de sostener el testimonio de los discípulos. Esto lo vemos en Jn 15,26-27. El origen del testimonio (en griego martirio) cristiano es el Espíritu Santo, ya vimos la función reveladora. Pero el testimonio o martirio cristiano hasta el derramamiento de sangre es también visto como una gracia recibida del Espíritu Santo. Esto podemos verlo con gran claridad cuando los apóstoles Pedro y Juan sufrieron los primeros encarcelamientos de parte de las autoridades por predicar y hacer milagros en nombre de Jesús. La comunidad cristiana, como es natural, se sintió muy atemorizada y entonces dirigió su oración a Dios pidiendo que manifestara su poder defendiéndolos de los poderosos de la tierra (cfr. Hch. 4,23-31). Muy curioso en este pasaje del Libro de los Hechos de los Apóstoles que la respuesta de Dios es parecida a lo que sucedió en Pentecostés, a saber, que se sintió un temblor y los discípulos quedaron llenos del Espíritu Santo y también con libertad para hablar.

Predicar y dar testimonio a través de milagros o bien por la entrega de la propia vida no son virtudes heroicas o extraordinarias de los miembros de la comunidad cristiana sino fruto de la presencia del Espíritu Santo, el cual fue enviado con un signo muy especial el día de Pentecostés.

 





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