Cultura Bíblica
Mons. Salvador Martínez Ávila En este quinto domingo de Tiempo Ordinario comentaremos el privilegio que nos da el evangelista de conocer las confrontaciones entre Jesús y los espíritus inmundos. Trataremos de explicar por qué Jesús no les permitía que lo dieran a conocer y qué importancia tiene esto en el plan general del evangelio de […]
Mons. Salvador Martínez Ávila
En este quinto domingo de Tiempo Ordinario comentaremos el privilegio que nos da el evangelista de conocer las confrontaciones entre Jesús y los espíritus inmundos. Trataremos de explicar por qué Jesús no les permitía que lo dieran a conocer y qué importancia tiene esto en el plan general del evangelio de san Marcos.
En el texto del Evangelio que leemos hoy es ya la segunda vez que el evangelista nos menciona que Jesús expulsaba a los demonios y éstos le decían que sabían quién era, pero Jesús no les permitía que lo revelaran. La primera vez que lo vimos fue en el domingo pasado, cuando se da un diálogo enérgico por el que Jesús expulsó a un demonio de un hombre en la Sinagoga de Cafarnaum (Mc 1,23-26). Si uno se fija en el texto, parece como si toda la gente hubiera estado sorda, puesto que no se dieron cuenta de que el demonio llamó a Jesús “el Santo de Dios”, esto lo sabemos porque toda la gente, al ver el exorcismo, se pregunta: ¿quién será este hombre que habla y actúa con autoridad? (cfr. V. 27).
Para comprender esto es importante tomar conciencia de que el evangelista escribió esta narración varios años después de lo ocurrido. San Marcos ha elegido darnos a nosotros, los lectores del texto, un conocimiento privilegiado con respecto a los personajes que intervienen en el relato evangélico. Mientras los personajes se preguntan una y otra vez ¿Quién es este hombre?, nosotros sabemos muy bien quién es, ya conocemos que Jesús es el Cristo y el Hijo de Dios. De hecho, desde el inicio del Evangelio san Marcos parece trazarnos el programa: “principio del evangelio de Jesús Cristo e Hijo de Dios” (Mc 1,1).
Sin embargo, aquí nos surge una segunda cuestión: ¿Por qué le interesó a san Marcos presentar a lo largo de todo el Evangelio al gentío sin saber quién era Jesús, y solamente a Pedro a mitad del Evangelio nos lo presenta diciendo: “tú eres el Cristo” (Mc 8,29) y al centurión, después de haber muerto el Señor: “en verdad este era Hijo de Dios” (Mc 15,39)? Al ver estos indicios no podemos pensar que sea una casualidad.
En primer lugar nos queda claro que no era la función de los demonios revelar la identidad de Jesús. En segundo lugar, el evangelista remarca que el ministerio del Señor no solamente se mueve en el plano material visible, sino que hay una confrontación mucho más profunda e imperceptible con las fuerzas del maligno. En tercer lugar, y tal vez esto sea lo más interesante, el evangelista refleja a un pueblo y a unos discípulos seriamente inquietos porque no conocían la identidad de Jesús ni comprendían los alcances de lo que pasaba. Solamente cuando aconteció todo el ministerio hasta su muerte en la cruz, se reveló el conjunto y el valor de la persona de Jesús y de su misión.
Es muy probable que san Marcos haya escrito su Evangelio para comunidades cristianas que vivían en Roma, en tiempos de graves persecuciones. El uso de un conocimiento privilegiado ayuda a la comunidad a no quedarse en lo superficial, sino a comprender que la persecución pública no es un asunto meramente político sino teológico espiritual. Cuando suceden cosas buenas y malas no es fácil a primera vista dar al clavo, es necesario esperar para que se completen los acontecimientos y comprendamos lo que Dios nos revela.