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Este domingo iniciamos el ciclo del Año Litúrgico en el cual se leerá el Evangelio de san Marcos. Por este motivo primero comentaremos el sentido de que hoy se lea la conclusión del discurso escatológico de Nuestro Señor, y posteriormente veremos algunas características del mismo Evangelio en su conjunto.


Mons. Salvador Martínez

Este domingo comenzamos el ciclo litúrgico con el tiempo de Adviento, es decir, la preparación para la llegada de Nuestro Señor Jesucristo. Claro que este advenimiento tiene tres dimensiones que es importante tener en cuenta.

La dimensión histórica universal en la cual nos encontramos actualmente, Dios está a punto de llegar, así se lo reveló al autor del Apocalipsis, por este motivo leemos hoy el final del discurso escatológico, o del fin del mundo, de Nuestro Señor Jesucristo. De acuerdo con nuestra fe, la segunda venida de Cristo glorioso marcará la consumación de la historia de la humanidad.

La segunda dimensión del Adviento es la litúrgica, a saber, que con estas cuatro semanas nos preparamos para la celebración de la Navidad.



La tercera dimensión es que para cada uno de nosotros en particular hay una llegada (Adviento) del Señor cuando muramos. Pero este domingo también iniciamos la lectura del Evangelio de san Marcos, y conviene que sepamos algunos datos que caracterizan esta obra. El evangelio de San Marcos contiene 16 capítulos, y por ello es el más breve de los cuatro evangelios. Junto con los evangelios de san Mateo y san Lucas es llamado evangelio sinóptico porque tienen una estructura muy parecida entre los tres lo cual permite verlos en conjunto (verlos sinópticamente).

Este evangelio no nos cuenta nada del nacimiento o infancia de Jesús, más bien inicia con la predicación de Juan Bautista. Desde el punto de vista geográfico el Evangelio se puede dividir en tres partes: ministerio en Galilea (1,1-9,50); Subida a Jerusalén (10,1-52); En Jerusalén (11,1-16,20). Siguiendo un criterio temático, la Biblia de Jerusalén propone dividirlo en dos partes: Jesús de Nazareth el Cristo (1,2-9,10); Jesús de Nazareth el Hijo de Dios (9,11-16,18). Por mucho tiempo se pensó que este Evangelio era el resumen o simplificación de los evangelios de san Mateo y san Lucas, pero una lectura atenta del libro nos permite ver que se trata de una obra muy original y en ciertos momentos tan profunda en sus contenidos teológicos como el Evangelio de san Juan. Veamos algunas de estas características: de acuerdo con el evangelista san Marcos, el inicio del Evangelio consiste en recibir la revelación de que Jesús es el Mesías y es el Hijo de Dios; esto fue imposible de descubrir por medios naturales, pues todo mundo quedaba confundido con las palabras y obras del Señor. Jesús les prohibió absolutamente a los espíritus inmundos que exorcizaba que lo revelaran, la revelación es obra única de Dios, quien lo revela por el discipulado y por la muerte en la Cruz.

Es probable que este Evangelio estuviera dirigido a comunidades perseguidas y llenas de problemas, puesto que no ahorra los conflictos, aun a costa de hacer notar a Jesús como alguien muy humano por su debilidad y limitación. El original griego contiene más palabras latinas que el resto de los evangelios, por ello se piensa que fue escrito en Roma, y un autor antiguo llamado Papías dice que san Marcos recogió en su Evangelio las catequesis del apóstol Pedro.





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